Un mortal afortunado

Remembranza sobre el legado imperecedero del maestro Eduardo Heras León


Al pasar los días siento una melancólica conciencia de la temporalidad que motiva el diálogo infatigable con las palabras y las emociones del maestro. Él ya no está, pero sigue despejando interrogantes mientras aleja el desconcierto y dice: “Sean locos a Borges o enfermos a Cortázar. Elijan su camino propio, escriban los libros que yo he dejado de escribir”.  Nunca creyó en solemnidades. Sencillo, diáfano, cordial, supo defender la justicia y la eticidad, la conversación creadora, la polémica fraterna para destacar no solo las similitudes, sino las diferencias de criterios estéticos, preferencias literarias, géneros y estilos narrativos.

El Centro de Formación Literaria que fundó lleva el nombre de Onelio Jorge Cardoso (1914-1986). En su revista El Cuentero dejó decálogos, convocatorias, entrevistas, páginas memorables en homenaje a un clásico de la literatura cubana. “En el principio de toda ficción –allá donde no hay escritura todavía, o donde la escritura no es posible, junto a un cañaveral remoto- está Juan Candela, un personaje de raíz popular que los años y los lectores han fundido con su creador”.

Supo reunir a seres apasionados por la Literatura, él mismo lo fue. Escritor, editor, periodista, maestro, sí, preciso repetirlo de manera enfática, maestro. El reconocimiento extiende el más largo abrazo duradero, sin distancias ni olvidos de enseñanzas, consejos, vivencias.

Siempre habló con voz propia y más de una vez trajo a colación preceptos de Maupassant: “La meta (del escritor serio) no es contarnos una historia, no conmovernos o divertirnos, sino hacernos pensar y llevarnos a entender el sentido oculto y profundo de los hechos”.

El volumen de cuentos Los pasos en la hierba descuella en el universo de la narrativa cubana.

En su propia obra dio sentido a la sabiduría adquirida durante el diario acontecer que suele ser la más perdurable. Al releer sus libros Acero y La guerra tuvo seis nombres emergen dos condiciones o cualidades necesarias del buen estilo: la sencillez y la naturalidad para comunicarnos la verdad.

De ningún modo por azar siento la necesidad de repasar los cuentos del volumen Los pasos en la hierba. En ellos, su autor recrea personajes que actúan, viven, y a veces mueren, en las grandes gestas épicas del pueblo cubano.

Obtuvo mención única en el Premio Literario Casa de las Américas y fue publicado en 1970. Cada relato tiene un significado, en la estructura composicional se articulan la escritura, los planos, el estilo, el punto de vista, las mudas espaciales y temporales del narrador, la composición estética de las historias.

Lo más interesante es que alerta: “No se nos pierda la memoria”. El viaje del libro transcurre entre octubre de 1960-abril de 1961: la milicia, los hombres. Según escribió en la presentación del libro el notable intelectual Roberto Fernández Retamar: “Su autor presenta los hechos vívidamente, sin edulcorarlos, y además con la autoridad de quien ha participado en las acciones que evoca en sus complejos cuentos”.

La curiosidad lo llevó por disímiles caminos en beneficio de la sociedad y de la cultura cubana. Fue un hombre dedicado en cuerpo y alma a la búsqueda, al descubrimiento perpetuo de ideas que iluminan con oportunos análisis.

Otorgó nuevas luces al conocimiento al dejarnos un legado de gran utilidad para las presentes y las futuras generaciones. Como él aprendimos de los clásicos otra certeza: “La vida, en suma, es una cadena, cuyos episodios o trances son a modo de eslabones. Ni siquiera la muerte es un final definitivo”.

Tampoco por casualidad llamó María Zambrano “mortales afortunados” a quienes reúnen en sí poesía y pensamiento en una sugerente forma expresiva. Ese pathos pleno de humanismo, bondad, compromiso, le pertenece al notable batallador Eduardo Heras León. Pertenencia y gratitud nutrirán por siempre la memoria imperecedera para todos los tiempos.

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