Foto. Leyva Benítez
Foto. Leyva Benítez

Aciertos y desaciertos de una fiesta perdurable

Algunas coordenadas sobre cómo fluyó un Festival que logró crecerse ante las limitaciones de recursos para continuar estando en la preferencia de muchos cubanos


La fiesta de la danza en Cuba está viviendo sus últimas jornadas. Aun cuando diversas sobriedades económicas hoy abruman en la mayor de las Antillas y en particular, a la hora de concebir cualquier evento cultural, la edición 27 del Festival Internacional de Ballet de La Habana Alicia Alonso avanzó y concluyó con más aciertos que yerros.

Si bien la crisis generada por la covid-19 y el crudo bloqueo no dejaron de lacerar la vida de quienes habitamos en este archipiélago, la cita bienal del ballet demandó de los organizadores un proyecto curatorial a la altura de las circunstancias y las exigencias de sus seguidores.

Por todo lo visto, admirado y ovacionado en cada función, apenas quedan trazas de las fallas percibidas en la estrategia promocional del tan esperado encuentro que, en el decurso, halló asideros orgánicos y coherentes para enmendar, por ejemplo, la desfavorable expectativa que generó advertir muchos aforos libres en la primera semana de presentaciones en la sala Avellaneda del Teatro Nacional de Cuba.

Esta situación, incomprensible entonces para muchos, incentivó a esta reportera a sondear y escudriñar pistas que corroboraran la certidumbre de que el evento pervive en el gusto y preferencias de los antillanos desde hace muchas décadas.

No fueron las dificultades con el transporte público para acceder a los espectáculos ni el aumento del precio de las entradas a consecuencia de la inflación, las razones esenciales que desencadenaron tales desazones.

Valdría recordar que históricamente el Festival de Ballet contó con sedes en algunos municipios de amplio flujo cultural como el Gran Teatro de La Habana, en el centro histórico; los teatros Mella y Nacional de Cuba, en Plaza de la Revolución, y el Karl Marx, en Playa, en los cuales siempre estuvieron disponibles determinadas capacidades para asistentes especiales (representaciones diplomáticas, artistas invitados y agencias de viajes, entre otros).

Ahora, en el actual escenario económico, al concentrarse en una sede única, hizo inferir a esta reportera que aquellos aforos previstos entonces, en esta oportunidad generaron discordancias o inquietudes negativas que las instituciones culturales involucradas sortearon con bastante agilidad en el transcurso del Festival; como también, lo hicieron ante la ausencia inesperada de una compañía foránea, cuyos tickets ya habían sido vendidos y, en su momento, fueron reembolsados al público. 

Lo “excesivo” de los precios desconcertó a varias personas, habituadas a Festivales anteriores que fluyeron en otros contextos y realidades desde el punto de vista de recursos. En este sentido, tocaría analizar cuánto cuesta y quiénes disfrutan, a escala global, de los espectáculos de ballet, reconocidos desde siempre como elitistas y de minorías; realidad totalmente diferente a la cubana, donde el asiento más caro cuesta menos que algunos artículos de primera necesidad.

Tal vez, atender a ciertas condiciones espaciales del teatro para un espectáculo de danza, relacionado con la inadecuada visibilidad de algunos espacios de la platea al escenario (en el primer y segundo balcones funcionó perfecto), escapó entre las cuestiones prioritarias de los organizadores.      

Sean cuales fueren los desaciertos, este Festival brilló y no decepcionó por diversas razones; en primer lugar, rebasó su tradicional alcance habanacentrista. Los balletómanos de Matanzas y Cienfuegos disfrutaron, en sus respectivos coliseos principales, de un variado y sugerente programa de presentaciones; al igual que los pinareños en el Teatro Milanés, afectado por los embates del reciente ciclón Ian y recuperado para estas jornadas, en las cuales exhibió una impresionante afluencia de públicos.

A lleno total el Teatro Milanés, de Pinar del Río, con el cual apenas se contaba para este Festival de Ballet, por los daños que ocasionara en su estructura el ciclón Ian. / facebook.com/FIBHAliciaAlonso

Como evento cultural, el Festival de Ballet no ha dejado de ser esa ventana inmensa para advertir la esencia renovadora que caracteriza a la escuela e institución, fundadas y enaltecidas por Alicia Alonso.

Sin duda, este excepcional agasajo trajo el goce de los reencuentros con bailarines extranjeros y cubanos, en especial aquellos que tienen un sobresaliente desempeño en prestigiosas compañías del orbe; además, fue espacio perfecto para apreciar el arte de aquellos que por primera vez llegaron a nuestro archipiélago para contrastar saberes, técnicas y -por qué no- también compartir abrazos.     

Sin renunciar al llamado ballet académico, amigos nuevos y viejos encontraron en esta tierra caribeña una plaza abierta donde contar sobre exploraciones diversas, nuevas experiencias, desde ese extraordinario lenguaje que es la danza.

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