Foto. / Roxana Rodríguez
Foto. / Roxana Rodríguez

La virtud de no envejecer

El colectivo habanero Teatro D’ Dos presentó el montaje de La casa vieja, de Abelardo Estorino, en su sede del Centro Cultural Raquel Revuelta 


La casa vieja (1964), de Abelardo Estorino, es uno de esos textos que nunca se marchitan a pesar del tiempo; su energía innata para renovarse con las generaciones y las circunstancias, su universalidad y extraordinaria vigencia, así lo demuestra cada vez que llega a la escena.

Julio César Ramírez es actor, director teatral, profesor y dramaturgo. / escambray.cu

Recientemente, el colectivo Teatro D’ Dos, liderado por Julio César Ramírez, volvió sobre las esencias de esta obra imprescindible de la literatura dramática cubana. Sin perder la frescura y expresividad que la singulariza, se presentó en el Centro Cultural Raquel Revuelta, del Vedado, justo con el montaje y elenco que este mismo grupo la estrenara hace más de tres décadas. Desde entonces, ha recorrido diversos escenarios y festivales al abrigo de una amplia acogida de los públicos y la crítica.

La partitura dramática de La casa vieja fue concebida en 1964 y, poco después, laureada por el Premio Casa de las Américas. Sin medias tintas, Estorino puso en escena un conjunto de conflictos derivados de los procesos socioculturales, económicos y políticos que emergían del naciente proyecto revolucionario.

El relato gira alrededor de una reunificación filial en medio de la fatalidad de un padre agonizante. En el regazo hogareño, los afectos renovados por la distancia y el tiempo, comienzan a trastocarse por las frustraciones, los sentimientos discordantes y los antiguos enojos, generados entre los descendientes por rencillas supuestamente olvidadas; afloran las verdaderas discrepancias que han marcado sus relaciones y sus vidas.

Las problemáticas familiares, como temática central tantas veces abordada en el teatro cubano, toman matices peculiares. La casa vieja en su enunciado denotativo asume, a la vez, una dimensión connotativa; o sea, lo nuevo intenta contraponerse a lo viejo, en tanto la imperiosa necesidad de progreso y crecimiento humano suscitan desavenencias difíciles de redimir.

Esta puesta en escena asume la estética de teatro arena y sigue el concepto minimalista que caracteriza a la mayoría de los montajes del colectivo Teatro D’ Dos.

Cada uno de los personajes, desde sus individualidades y contradicciones, devela fenómenos sociales, debates ideológicos y distintas posturas ante el poder transformador del proceso revolucionario.

Los desempeños actorales exhiben magistral acierto, dado por la solidez con que los intérpretes defienden sus roles. Laura (Daysi Sánchez) deviene ícono de la desesperanza y las aspiraciones truncadas, precisamente por ser víctima de una educación patriarcal, machista y misógina. Diego (Chino Juan Fernández-Riverón) personifica la intransigencia, los perjuicios, la doble moral, el doble ser y existir. En cambio, Esteban (Julio César Ramírez) representa el optimismo, la lozanía de lo nuevo, el cambio como savia purificadora de la espiritualidad humana. 

Julio Cesar Ramírez –en calidad de director del montaje– y la nómina que lo acompaña captaron con excepcionalidad los enunciados de Abelardo Estorino.

Sin duda, ellos aprehendieron los contrastes de este texto que se resiste a envejecer por esa virtud de enaltecer lo promisorio y a la luz de seis décadas de creado, que continúa remarcando la falsedad de ciertos valores, cuyas deformaciones éticas y morales todavía subsisten.

Comparte en redes sociales:

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.

Te Recomendamos