Pintura de Carlos Enriquez
Pintura de Carlos Enriquez

Confirmación histórica: El pensamiento a caballo

José Martí cuando cayó en Dos Ríos de su cabalgadura, en su primer combate en la guerra de 1895, con solo 42 años de nacido, sí sabía montar a caballo y era un excelente jinete, aunque algunos sin  mala intención, pero ignorantes de la historia verdadera, han intentado en distintos momentos desconocer esa indiscutible realidad 


En realidad poco se ha hablado del jinete José Martí. En su Diario De Cabo Haitiano a Dos Ríos anotó: “De La Esperanza, a marcha y galope, con pocos descansos, llegamos a Santiago de Los Caballeros, en cinco horas”. Y añadió: “Vuelvo riendas, sobre la tienda azul, a que el potro repose unos minutos”.

No se conoce mucho que el niño Pepito, con solo cuatro años, en 1857, en Valencia, España, ya estaba por los campos, de aprendiz de jinete,  durante varias semanas de la mano cuidadosa de su padre, don Mariano Martí. Después en Santa Cruz de Tenerife, tierra de doña Leonor Pérez, la madre, anduvo igual en su aprendizaje de alegre y precoz jinete, a lo largo de continuas semanas —también de manos de su progenitor— sitios a donde el matrimonio viajó por un tiempo feliz para que la familia materna conociera al inteligente muchachito.

Ya jinete a muy corta edad

En abril de 1862 don Mariano es nombrado capitán juez pedáneo de Caimito de Hanábana, jurisdicción de Nueva Bermeja, en la Alcaldía Mayor  Colón, al sureste de Matanzas. Allí el aplicado cubanito, hijo de españoles, de su puño y letra (empleando muy bien la famosa caligrafía Palmer), con rasgos increíblemente bellos para su corta edad, se declaró jinete. (Paradójicamente, con el tiempo sería uno de los primeros escritores hispanoamericanos en utilizar la máquina de escribir).

Con solo nueve años —fecha ideal de comienzos en la vida— perfeccionó por sí mismo sus anteriores pininos sobre el lomo de una bestia, regalo de un entrañable amigo de la familia. Y a solas pudo entonces hacer de las suyas el sagaz infante que se vio contento sobre su cabalgadura.

En su primera y reveladora carta conocida, escribió: “A mi señora madre Da. Leonor Pérez… Hanábana… y octubre 23 de 1862: (…) ya todo mi cuidado se pone en cuidar mucho mi caballo y engordarlo como un puerco cebón, ahora lo estoy enseñando a caminar enfrenado para que marche bonito, todas las tardes lo monto y paseo con él, cada día cría más brío (…)”.

A caballo por Santo Domingo

Réplica de la estatua ecuestre de José Martí en el Parque Central de Nueva York, instalada frente al Museo de la Revolución en La Habana. / René Pérez Massola

Adulto ya, Martí anduvo a caballo por Santo Domingo en 1892, 1893 y 1895, estancias, visitas y cabalgatas que completaron su visión del país y el conocimiento de sus hombres. Quizás recordara sus tiempos de temprano aprendizaje con su padre. Pero lo cierto es que fue esa la última tierra que cabalgó antes de viajar a Cuba en son de la guerra que llamó «necesaria”, ataviado del noble propósito de construir una república «con todos y para el bien de todos».

El 31 de agosto de 1892, con 39 años, partió hacia ese país por primera vez, desde Nueva York, con escalas en Gonaives y Cabo Haitiano —en Haití— y en Dajabón y en Montecristi, República Dominicana.

 El 30 de enero de 1895 volvió a República Dominicana. Del primero al 5 de marzo hizo un recorrido a lomo de bestia por Dajabón, en Santo Domingo. Después por Ounaminthe, Fort Liberté, Cabo Haitiano; y retornó a Montecristi: ¡todo el abrupto trayecto a caballo y con animales briosos y asustadizos como las gacelas!

Uno de sus amigos de Santo Domingo, Augusto Franco Bidó, lo vio de esta manera: “Hace tres años se presentó en mi humilde residencia un hombre joven, de regular estatura, de tez blanca y ojos, pelo y bigote negros, altivo, diligente y cariñoso (…) ¡Venía de intrépido jinete!”.

En Barahona y en distintos sitios de Santo Domingo —según escribió Carlos Motta— anduvo primero Martí sobre un arisco mulo; y en un vigoroso y receloso caballo después, con unas espuelas finas de plata que el propio Motta le prestó.

La tarde del 19 de febrero de 1895 arribó a la casa de Nicolás Ramírez, montado en una joven y nerviosísima yegua alazana de casi siete cuartas de alzada, luego de transitar un extenso y peliagudo territorio, hasta Santiago de Los Caballeros. Solo de Montecristi a esa ciudad lo separaba un largo tramo de irregular y entonces para él desconocido camino. Buen ensayo: ¡cerca de 40 leguas casi inexploradas, a caballo!

El primero de marzo de 1895, por la mañana bien temprano, salió Martí también como diestro jinete, rumbo a Cabo Haitiano, acompañado por Panchito Gómez Toro, el hijo del Generalísimo. Y luego, encima de un terco y atrevido potro moro azul, atravesó la frontera durante tres días de no menos azarosa, enrarecida y molesta  marcha.

Antes de llegar, arregló su pasaporte en la localidad de Ounaminthe. El día 2, en Dajabón, le dijo a Panchito que regresara y continuó él solo su dificultoso peregrinaje hasta que arribó a su destino, el día tres a las cinco de la tarde, tan cansado como su bestia, pero ya “graduado” de jinete.

SOBRE “BACONAO” EN SON DE GUERRA

El 12 de mayo de 1895 llegaron Martí y sus compañeros a La Bija, en los campos de Dos Ríos, donde establecieron improvisado campamento. Allí pronunció el Apóstol un elocuente discurso. Contaron los que lo oyeron ese día que de pie, sobre los estribos de su vigoroso animal criollo, arengó a las tropas.

Réplica de la estatua ecuestre de José Martí en el Parque Central de Nueva York, instalada frente al Museo de la Revolución en La Habana. / cubadebate.cu

Al otro día, el 13 de mayo, según lo cuenta en su Diario, el Maestro con el coronel Francisco Blanco, “Bellito”, los dos sobre otros buenos y fuertes corceles, dieron un breve recorrido por las cercanías y anotó: «Voy aquietando: a Bellito, a Pacheco, y -a la vez- impidiendo que me muestren demasiado cariño. Recorremos de vuelta los potreros de ayer (…)».

Martí luego montó sobre  Baconao: “el caballo bayo claro, casi blanco, de crines rubias, de seis y media cuartas de alzada, gallardo y muy brioso, regalo del general José Maceo”, según refirió el comandante mambí Rafael Gutiérrez en su trabajo La Heroica Acción de Dos Ríos.

Él mismo dijo que, después de la muerte del Maestro, el caballo que montaba se quedó en la finca Sabanilla, con la prohibición absoluta de Gómez de que nadie lo montara, en recuerdo prácticamente sagrado del prócer caído.

Las versiones posteriores han pretendido distorsionar los hechos, al señalar que aquella bestia obsequiada al Apóstol por el hermano del Titán de Bronce, fue escogida especialmente porque el Maestro no era un avezado jinete. Y hasta se ha sugerido lo contrario: que murió porque su bestia era tan rebelde y briosa, de tanta “clase” e intranquilidad, que por su inexperiencia a caballo, no pudo dominarla y lo llevó, sin control, a la fuerza y en contra de su voluntad, ante el enemigo, aquel 19 de mayo de 1895.

¡Nada más alejado de la realidad! José Maceo le obsequió su bestia en Arroyo Hondo. Es cierto. Pero un animal excepcionalmente inquieto e hipersensible a las espuelas como aquel se entregaba solo a un diestro jinete cuya maestría el propio animal detectaba enseguida en su portentoso lomo, sobre todo la bestia acostumbrada a una destreza y un coraje como los de José, el de temperamento más bravo de los hermanos del Titán y por eso llamado “el León de Oriente”.

Eugenio Deschamps, un dominicano respetuoso e ilustre, dejó escrito que Martí en su estancia en Santo Domingo, en 1895, le recordó: “Cuando entré a caballo a la capital de usted, no hace dos años, en un peñón de las Antillas, donde nos juntó por unas horas la suerte, me saludó Manuel de Jesús Galván, su compatriota, con esta extraña exclamación: ‘¡He ahí lo que le faltó a la América, hasta ahora, el pensamiento a caballo!’ ”.

Y al caer abatido en Dos Ríos, el recién ascendido Mayor General José Martí, montaba con destreza, dominio y muy seguro de sí mismo —la rienda en la mano izquierda y el revólver en la derecha— en el potente, enérgico, ardiente y guerrero caballo Baconao.

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FUENTE: “Diario de Montecristi a Cabo Haitiano”, José Martí; “La ruta de Martí. De Playitas a Dos Ríos», Rafael Lubián Arias, Año del Centenario, 1953, MINED; “Martí en Santo Domingo, Emilio Rodríguez Demorizi, 1953; “José Martí”, Jorge Mañach, Tomo II, Editorial Mundo Nuevo, Habana, 1960; “Semblanza biográfica y Cronología mínima”, Roberto Fernández Retamar e Ibrahim Hidalgo Paz, Centro de Estudios Martianos, Editorial Pueblo y Educación, La Habana, 1990; “Caballos famosos por sus jinetes”, Bohemia, 13 de julio 1990; “Epistolario”, Luis García Pascual, Editorial Ciencias Sociales, Tomo I, 1993.

(publicado por su autor en Juventud Rebelde en enero de 2015)

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2 comentarios

  1. Magnifico reconocimiento histórico de las cualidades de Martí como buen jinetes y desmístifica la imagen distorsionada por algunos qu eno profundizaron en hechos realizados por el héroe nacional con propósitos poco serios y tergiversadores.

  2. Magnifico reconocimiento histórico de las cualidades de Martí como buen jinete y desmístifica la imagen distorsionada por algunos que no profundizaron en hechos realizados por el héroe nacional con propósitos poco serios y tergiversadores.

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