De Lorca a Díaz: ellas hablan desde proscenio

Cuando apenas faltan unas semanas para que La zapatera prodigiosa alcance su función 100, la afluencia de espectadores sigue siendo elevada en la sede de Teatro El Público


Disfrutar una puesta en escena de Carlos Díaz, director de Teatro El Público, casi siempre deviene un acto de pleno goce espiritual, un ejercicio intelectual inquietante y provocador. La pluralidad de significados que moviliza, más que un agasajo para los sentidos, se convierte en un espacio de reflexión sobre la condición humana y sus esencias.

Tras el estreno de La zapatera prodigiosa en noviembre de 2022, la afluencia de espectadores continúa siendo elevada, justo en estos días, cuando apenas restan unas semanas para que el montaje alcance la función 100. Llama la atención, entre la heterogeneidad del auditorio, la presencia de un público muy joven, interesado en redescubrir esta pieza del español Federico García Lorca desde el particular estilo de la habanera compañía y su principal mentor.

Cuando apenas faltan unas semanas para que La zapatera prodigiosa alcance su función 100, la afluencia de espectadores sigue siendo elevada en la sede de Teatro El Público

 Como resulta distintivo en la estética de Díaz, la obra cautiva por las preocupaciones que plantea y, además, por la espectacularidad, la irreverencia y la lucida visualidad.

Sin apartarse de la partitura dramática lorquiana, esta versión propone una mirada contemporánea a problemáticas universales como el matrimonio por conveniencia y las consecuencias generadas en torno a ello; en tanto muestra la firmeza de una mujer resuelta –la mujer en términos genéricos-, decidida a no dejarse pisotear por calumnias, murmuraciones u opiniones insanas.

La puesta recontextualiza diversos referentes culturales y, desde el lirismo característico del texto, asume con desenfado y audacia cierto matiz costumbrista, a partir del cual se entrecruzan la tradición ibera con la más pura raigambre antillana.

Para la ocasión, 12 intérpretes encarnan a la zapatera en un singulardesfile o carrera de relevo que alude a la diversidad y consistencia del ser femenino. Una y otra vez, el doble sentido, la ironía, lo grotesco, el choteo y hasta el homenaje suscitan un juego teatral que aproxima al espectador de ahora mismo con el discurso de una obra concebida a principios del siglo pasado.

A diferencia de otros montajes de Carlos Díaz, el diseño escenográfico resulta minimalista y funcional, apenas unos pocos recursos (taburetes y zapatos por doquier) se acomodan en la escena; los actores y actrices con sus vestuarios, gestualidad y cadena de acciones, también, forman parte indisoluble de la escenografía, de ese mundo otro espectacular, representativo del estilo de Teatro El Público.

El personaje del niño, único amigo de la zapatera, personifica la inocencia y la liberación espiritual.

Quien observa desde el lunetario esta versión de La zapatera… viaja de una época a otra, de la Península Ibérica al Caribe; se conecta con situaciones y conflictos que, aún con el decurso del tiempo, siguen siendo los mismos.

En los instantes iniciales de la obra, los intérpretes se presentan en escena ataviados con ropa interior femenina de siglos pasados (corpiños, enaguas y otros aditamentos) y en la medida en que la trama empieza a enmarañarse los personajes van cubriéndose de atuendos; aquí se evidencia una vez más otro de los  inconfundibles sellos de Carlos Díaz: vestir al desnudo o desnudar al vestido; recurso que emplea en sus montajes para sugerir cómo el ser humano ante los conflictos de la vida está investido de convencionalismos, censuras sociales, patrones modelados por el contexto.

La nómina está conformada por recién egresados de la Escuela Nacional de Teatro, quienes -con dicho montaje- defendieron su ejercicio académico de graduación, práctica que desde hace varios años fomenta el colectivo para funcionar como prolongación de la institución docente. 

La zapatera prodigiosa fue estrenada en 1930 y su autor la consideró como una “farsa violenta”, cuyo término “violenta” se refería al ímpetu y la fuerza con que él sentía que debía ser interpretado el texto.

Sin embargo, aunque la pieza teatral comparte rasgos con el género comedia –posee elementos de humor y un final feliz-, el propio Federico García Lorca confesaría sobre ella en 1933:    

“Yo hubiera calificado a La zapatera prodigiosa como ‘patacomedia’, si la palabra no me sonara a farmacia… Y es que, como ustedes han podido ver, la obra es casi un ballet, es una pantomima y una comedia al mismo tiempo […] La zapaterita representa a todas las mujeres del mundo y también el alma humana. Por eso, la farsa, en el fondo, es un gran drama”.

Y de toda esa enjundia de raigal universalidad se han apropiado Carlos Díaz y su tropa para crear una puesta rica en símbolos y sentidos que conmueven de un lado al otro del Atlántico.        


CRÉDITOS

Fotos. / Yuris Nórido

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