Para las mayorías no es un secreto la dinámica convergencia de productos comunicativos que salen a la luz durante la socialización de contenidos en beneficio de la educación, los usos de blogs, Youtube, Twitter y Facebook.
No obstante, continúa siendo significativo el impacto de la TV, su capacidad para persuadir mediante imágenes y relatos susceptibles de acercarnos a la cultura que, sedienta del saber, demanda inclusiones múltiples; sus jerarquías devienen con frecuencia savia inextinguible.
De ningún modo por azar los canales televisuales privilegian espacios de cine orientados a motivar en las audiencias nuevas perspectivas sobre temáticas, conflictos, identidades, actitudes positivas; en fin, el ser, el quehacer cotidiano.
El arte puede ser un espejo leal de la realidad, tan verosímil como ella misma, pero el arte no es la realidad. El sentido de una obra nunca se limita a la perspectiva que sobre ella ofrecen guionistas y realizadores. Cada persona debe ser consciente de la condición de espejo colocada en la pantalla en personajes, escenografías, atmósferas, alternativas codificadoras.
Las destrezas narrativas, que en ocasiones establecen una cuerda floja al centrar la atención en fronteras entre el amor y el horror, alertan sobre las complejidades de la vida, propician comprender que nada es simple, pues en determinados momentos predomina el desconcierto por encima de las certezas.
Desde esta perspectiva el cine, el buen cine, puede ser un imperio triunfante de la palabra junto a la legitimación de imágenes, las cuales exigen involucrar la mente, la razón, la sensibilidad.
Por ejemplo, Espectador crítico (Canal Educativo, sábado, 10: 00 p.m.), con guion y conducción de la doctora Magda Resik, enfatiza los contextos de las narraciones fílmicas, mediante la participación de expertos en diferentes disciplinas.
La séptima puerta (Cubavisión, viernes, 10:30 p.m.) privilegia el análisis del crítico Rolando Pérez Betancourt sobre filmes donde se destacan el estilo y la valía artística de directores procedentes de diversos continentes.
Ambos programas contrarrestan la influencia de la industria hegemónica del entretenimiento, pues brindan proyecciones que nutren la apreciación de códigos novedosos. A propósito, recordemos cierta máxima de Picasso: “No pinto lo que veo, pinto sobre lo que estoy pensando”. Esta idea reafirma la necesidad de interpretar lo “visto” por las cámaras en las secuencias (bloque o unidad de acción dramática compuesta por escenas, las cuales insisten en una idea estructurada en principio, medio, final bien definido).
Es preciso poner en práctica estrategias para reflexionar sobre sonidos, montajes, dirección de arte, músicas, que ilustran la riqueza de disímiles estéticas.
Completa este panorama el primer actor Mario Limonta, al opinar: “Desde la profesión entregamos alma, piel, vida, es importante que los públicos valoren nuestro desempeño en cualquier medio”.
Sin duda, aún falta mucho cine por descubrir. El interés depende de la curiosidad personal. Mirar solo entretenidamente un filme no facilita la interpretación.
Por otro lado, desde la realización resulta insuficiente presentar de manera ambigua hechos que interesan a las mayorías; en ellos debe prevalecer una adecuada situación dramática apoyada por efectos sonoros, esta ayuda a profundizar en las máscaras hasta revelar lo más recóndito de la conciencia.
Equipos técnicos y artísticos buscan maneras para expresar el conocimiento creativamente, interesar a tantos sujetos como sea posible, hacerlos partícipes, conformes o inconformes.
La era de los nativos digitales está sustentada en un nuevo proceso de comunicación en el que el receptor es también productor de sentidos. Incluso los podcast o archivos descargables apoyan relatos audiovisuales según las necesidades de las audiencias.
Pensemos en esto.
