Memorias de un cineasta impenitente

Valoraciones sobre un cálido y oportuno libro del maestro Ambrosio Fornet, a propósito del aniversario 64 de la creación del Icaic


Los aniversarios personales y de instituciones suelen motivar a “pasar revista” sobre lo vivido o “refrescan” hallazgos que, de alguna manera, nos han hecho avanzar, conocer e interpretar en profundidad, de dónde venimos y hacia dónde vamos.

Al parecer, le ocurrió así, al inolvidable maestro Ambrosio Fornet en su libro Cien años de cine en Cuba (1897-1997). A propósito del aniversario 64 del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (Icaic), este 24 de marzo, acudimos a sus vívidas experiencias porque él también fue protagonista de esa historia.

Publicado por Ediciones Icaic, el volumen de 189 páginas escritas con elegancia y buen gusto evidencian la erudición de un ensayista profundamente reflexivo que supo aportar datos precisos, imágenes necesarias, observaciones y conocimientos indispensables para recorrer de manera ilustrativa lo ocurrido a partir del rodaje del primer filme en Cuba, Simulacro de incendio, por el francés Gabriel Veyre, el 7 de febrero de 1897. Solo duraba un minuto, de él no se conserva ni siquiera un fotograma.

Con amenidad y sentido esclarecedor, Fornet desanda un camino en el que coincidieron nombres relevantes, hechos, circunstancias, conflictos, y hace notar que “la precaria cinematografía criolla encontraría su efímero modelo en un melodrama rural de 70 minutos de duración, La Virgen de la Caridad (1930), de Ramón Peón, única película silente cubana que ha llegado íntegramente a nosotros. La crítica la considera –con las limitaciones propias del género y de la época-, un auténtico logro técnico y artístico”.

Da fe el autor de la importancia de relacionar fenómenos de diferente índole, económicos, políticos, sociales, para comprender razones artísticas e ideológicas, las cuales contribuyeron al proceso de colonización cultural que venía operándose en Cuba desde principios del siglo XX.

Al llegar a las películas del Icaic en su contexto (1959-1997) el ensayista continúa utilizando de modo eficaz la llave maestra del pensar, la palabra, para abrir vías múltiples de acceso a los saberes siempre sometidos a los cambios que acompañan nuestra existencia.

Según precisa, “la institución tenía por delante una tarea gigantesca: la de crear y promover un movimiento cinematográfico partiendo virtualmente de cero. Había que comenzar transformando no solo el carácter de un producto –el tipo mismo de películas a realizar- sino de todo un proceso, del sistema de producción y exhibición tal como operaba en los marcos de la vieja sociedad”.

Desde una rigurosa investigación histórica, Fornet realiza ubicaciones temporales de acontecimientos y puntualiza que la tarea de los cineastas, “no era un simple proyecto de educación estética aislado del conjunto de la sociedad, sino parte de un enorme esfuerzo colectivo para elevar el nivel de instrucción de la población en general”.

En cada página se logra la comunicación mediante el lenguaje y los análisis pertinentes, también por el tono, las inflexiones, la sintaxis del discurso narrativo, el audaz punto de vista. De hecho, queda la memoria articulada a través de lo que el autor dice y cómo lo dice.

La sinceridad emerge siempre de manera natural, lo patentiza, en las notas divulgativas y los espacios testimoniales publicados anteriormente, los trae a colación en el libro para reconocer: “El Icaic es solo una pieza de ese enorme sistema de reordenamiento de la realidad que llamamos Revolución, pero como propuesta cultural es una pieza clave. Por lo pronto, contribuyó a desmontar dos mitos que parecían inexpugnables: que en Cuba no podía haber una historia de cine y que en una sociedad socialista todo organismo oficial estaba condenado a ser burocrático”.

Tras reconocer los métodos de dirección y el resultado mismo del trabajo, Fornet destaca: “El Icaic demostró ser un centro dinámico y creador de productos culturales, no siempre artísticos, pero nunca mediocres o chabacanos”.

Su voz autorizada, comprometida, apunta que le debemos a la institución: “Además de sus filmes, sus afiches, sus publicaciones, su sistemático empeño de formar un nuevo tipo de público, la existencia de un modelo de política cultural, un proyecto de organización y difusión de la cultura que ya forma parte del patrimonio cultural de la nación, sea cual sea el número o el tipo de películas que hoy o mañana se produzcan. Me consta que son muchas las personas que comparten este criterio, dentro y fuera de Cuba”.

Sin dudas, estas memorias de un cineasta impenitente propician descubrir desafíos, aportes relevantes, sueños y realizaciones de una preciada fortuna: el valor de nuestro cine.

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