A ella debemos más de una treintena de títulos, desde antologías poéticas hasta algún que otro texto de narrativa. / uclv.edu.cu
A ella debemos más de una treintena de títulos, desde antologías poéticas hasta algún que otro texto de narrativa. / uclv.edu.cu

Mito y realidad de una desobediente

Era apenas una adolescente de 12 años y ya la vida contada en rimas se revelaba ante quien devendría un ser desprejuiciado, intenso para la mayoría y una fervientemente enamorada de la existencia humana.

“Me escondía por las noches en el gabinete dental de mi padre, cuando todos estaban durmiendo. Entonces escribía casi como si fuese una actividad delictiva, porque no me gustaba que nadie leyera mis versos. Esos eran de amor y no tenían nada que ver conmigo, porque fui una niña un poco atrasada en eso de tener novio”, confesaría en cierta ocasión la escritora sobre aquella naciente compulsión por la poesía y la rara, hasta casi desmedida, indiferencia en asuntos de enamoramiento juvenil.

Observa la Flor Nacional que ganara en los Juegos Florales de Cárdenas, al cumplirse el centenario de haber ondeado allí, por primera vez, la bandera cubana. / Archivo de Bohemia / Tony Martin

Aunque provenía de una familia con alguna holgura económica, estudió en una escuela pública, pues su padre, Pedro Oliver, quien también fue juez, consideraba que sus hijos debían instruirse en los mismos centros escolares que las personas con menos recursos. Tal postura, sin duda, fomentaría en ella sentimientos de empatía, solidaridad y respeto hacia los más desfavorecidos y el prójimo en general; la convertiría en la leal jurista que fue.

“Con relación al Derecho, les digo que no existen casos en los que pueda confesar mi complacencia, porque todos son lamentables y acarrean un dolor que supera al implicado, alcanza a la familia, a los niños. Sin embargo, existía un argumento que me forzaba a regresar a la sala de lo penal: era la convicción de que, tal vez, ese día tendría la oportunidad de ayudar a un inocente”, explicaría en una entrevista concedida al periódico Trabajadores, a propósito de su cumpleaños 90.

Si bien Carilda Oliver Labra alternó la abogacía con el oficio del escriba, el periodismo, la enseñanza del dibujo, la pintura y la escultura, concibió una obra literaria riquísima, reconocida en Europa y nuestro continente.

Laboró, además, como estacionaria en la prestigiosa biblioteca pública matancera Gener y del Monte, y por si fuera poco hasta llegó a impartir clases de idioma inglés.

En la ciudad de Matanzas, lugar al que amó y se mantuvo fiel. / Archivo de Bohemia / J.L.Carlon

Con solo 20 años de edad, vio la luz Preludio lírico, el primer cuadernillo poético, cuyas obras habían sido creadas entre 1939 y 1942. Su padre sufragó entonces los gastos editoriales y lo haría con otros volúmenes. El biógrafo matancero Urbano Martínez Carmenate dejaría constancia del impacto del suceso en la sociedad de los años 40:

“En junio de 1943 la prensa local saludaba la salida del cuaderno. Más que para la obra, los múltiples elogios eran para la autora, cuya fotografía se mostraba en una de las páginas interiores, y descubría su llamativo rostro juvenil […]. Más que valoraciones serias, los periodistas hicieron crónica social, empleando frases comunes y expresiones frívolas en las que sólo se ensalzaba a la hija inteligente y simpática del magistrado Oliver”.

Así, un mero retrato devino garante para irrumpir en el escenario público de la época. Contrario a lo que tal vez esperaba, la joven no era presentada en calidad de poeta, si no solo como la perspicaz “descendiente del magistrado”. De forma que el talento artístico, incluso la cultura libresca, quedaban relegados por la más absoluta frivolidad y displicencia.

Pocos años después, la muchacha empezaría a marcar sus territorios de autodefinición, que se advertirían al exteriorizar su inconformidad y desazón ante la sociedad que la cosificaba y confinaba al plano de la eminente subalternidad patriarcal.

Traigo el cabello rubio; de noche se me riza. / Beso la sed del agua, pinto el temblor del loto. / Guardo una cinta inútil y un abanico roto. / Encuentro ángeles sucios saliendo en la ceniza. / Cualquier música sube de pronto a mi garganta. / Soy casi una burguesa con un poco de suerte: / Mirando para arriba el sol se me convierte / En una luz redonda y celestial que canta.

Rubricaría en el poema Carilda (1949), con apenas 27 abriles, quien como creadora lúcida ya apuntaba intencionadamente vocablos ordinarios, en apariencias, para deslizar un mensaje más contundente, superior, y revelar –también rebelarse– ante el mundo desde esa riqueza y hondura espirituales que ya la singularizaban.

Al propio tiempo, se autorreafirmaba en medio de una sociedad miope que prescindía de sus cualidades y virtudes literarias, culturales, y solo la reconocía como “bella señorita” de estatus burgués, condición que su identidad de mujer desobediente nunca toleró.

Impenitente y preclara intelectual

La Premio Nacional de Poesía de 1997 nunca dejó de amar y, mucho menos, de vivir; contrajo nupcias en dos ocasiones, ambas de diferente matiz, impetuosas y apasionadas.

Entabló lazos de amistad con sobresalientes escritores como el estadounidense Ernest Hemingway, el español Rafael Alberti, los chilenos Gabriela Mistral y Pablo Neruda, el colombiano Gabriel García Márquez, el uruguayo Mario Benedetti, los cubanos Dulce María Loynaz, Nicolás Guillen y Miguel Barnet, entre otras figuras.

Más de una treintena de títulos llevan la rúbrica de Carilda Oliver Labra, desde antologías poéticas hasta algún que otro texto de narrativa; este último género, aunque no muy recurrente en su creación literaria, la cautivó y la honró, incluso con discretos laureles como el accésit al Premio Nacional Hernández Catá que ganara por el relato La modelo (1951).

“El cuento es un ejercicio que he realizado como complemento de mi actividad literaria. Los últimos sesenta años me han planteado grandes retos, y tuve que hacer elecciones: ganó la poesía”, declararía en la prensa nacional.

Al sur de mi garganta (1949) es, sin duda, la obra cumbre de Oliver Labra y con certeza su volumen más querido. A partir de esta obra se consolida su influencia a escala local, también foránea, y el sentido de autodefinición corroborado en textos precedentes, adquiere elevada connotación estética y conceptual.

Sin medias tintas, Al sur… representa la voluntad de la autora de no admitir la invisibilidad femenina a la hora de expresarse como sujeto erótico con plenas posibilidades de goce y placer sexual, concepción bastante licenciosa e inmoderada para la época en que lo creó.

Fue cercana a la Revolución y a su líder histórico, a quien en 1957 dedicó uno de sus más elocuentes poemas de amor a la patria, la existencia y la firmeza humanas. / granma.cu)

Marcada desenvoltura estilística se aprecia en los títulos que conforman Memoria de la fiebre (donde originalmente se incluyó el celebérrimo Me desordeno, amor, me desordeno), poemario que alcanzó amplia acogida entre la crítica y, en particular, los lectores.

Ah, fugitivo, / siempre humo, / (no estás muerto y eres mi muerto preferido): / en el fondo del espejo / estoy con las tres rosas / como aquel día de serpentinas sucias / y mangos en la mesa.

Una sensualidad extraordinaria desbordan estos versos de Memoria…, cuaderno publicado en 1958, a través del cual su autora con “fingida candidez” volvía a subir el tono.

Para cuando se editara Desaparece el polvo, en 1984, ya Oliver Labra era una mujer madura, su estilo expresivo se transforma y la supuesta inocencia de aquella etapa de juventud, adquiere un halo más reflexivo para asumir los temas que la ahogaban concreta y existencialmente.

Siempre correspondió al merecido espacio que tuvo dentro de la intelectualidad cubana. / cubadebate.cu

Transcurría entonces un peculiar instante político de la Revolución cubana, marcado por la ola migratoria de los primeros años del decenio, en el que la poeta sufrió la conmoción de la separación familiar por el éxodo de sus parientes a los Estados Unidos.

Sin abandonar la sempiterna tradición de alabar el amor en todas las vertientes, desde un acento íntimo, sencillo, espiritual, halló soluciones coherentes para canalizar las emociones, los desencuentros, las desesperanzas domésticas que las vivencias personales imponían a su vida y poesía. 

Hizo hincapié en la “reivindicación del espacio hogareño femenino, del entorno que por costumbre se le ha asignado a la mujer, para hacer de él poesía. Es un asunto que luego será explotado por la llamada postmodernidad”, señaló Virgilio López Lemus, quien reconoce este rasgo expresivo como una de las más caras contribuciones de la creadora a la poesía cubana y latinoamericana en general.

Obras suyas, como Las sílabas y el tiempo (1983), Calzada de Tirry 81 (1987), Los huesos alumbrados (1988), Se me ha perdido un hombre (1991), Error de magia (2000), entre otros, cargan la arista desprejuiciada y, a la vez, curtida de la mujer poeta sagaz y consecuente. La mayoría son volúmenes reconocidos en Cuba y algunos han sido antologados en distintas naciones del orbe.

Carilda Oliver Labra censuró desde un total desenfado los preceptos machistas y la doble moral en todas las épocas. A lo largo de su existencia fue premiada en varias ocasiones por la excelencia de su obra. Quienes leímos sus sonetos hallamos el aliciente renovador para acopiar fuerzas y andar el a veces tortuoso camino de la vida. 

Reconocida como una de las más notables poetisas de Hispanoamérica, Carilda Oliver Labra conquistó relevantes lauros literarios: Premio Nacional de Poesía en 1950, Primer Premio y Flor natural en el Certamen Nacional, laurel en el Certamen Hispanoamericano organizado por el Ateneo Americano de Washington para conmemorar el tricentenario del nacimiento de Sor Juana Inés de la Cruz, Premio Nacional de Literatura 1997 y Premio Internacional José de Vasconcelos en el año 2002.

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