Ambrosio Fornet: La libertad de crear

 

Dialogar con él revela su altura intelectual y entrega al presente y futuro de su patria.
Dialogar con él revela su altura intelectual y entrega al presente y futuro de su patria. / Omara García  / acn

Unos cuantos nubarrones presagiaban fuertes lluvias. Eran las 4:30 de la tarde, del día 12 de junio de 2013, cuando tocamos a la puerta de Ambrosio Fornet Frutos. Preparaba entonces mi tesis de doctorado en Ciencias de la Comunicación. Él, con esa humildad y sinceridad que lo caracterizaba, me adentró en una historia plena de alegorías, lealtades y mitos.

El clima intelectual estaba muy tenso en Cuba.  En los primeros meses de 1968 se publican los libros Los siete contra Tebas, de Antón Arrufat, y Fuera de juego, de Heberto Padilla. Por estas obras los autores habían sido tildados de desafectos a la Revolución. En julio de ese año, Guillermo Cabrera Infante hace pública su ruptura con el proceso revolucionario.

A juicio de Fornet, con la muerte del Che Guevara, en octubre de 1967 “la perspectiva futura de la Revolución Cubana, su estrategia política e ideológica, van a cambiar. Se clausura la posibilidad de la revolución latinoamericana a partir de la lucha armada. Y por supuesto, todo va a significar un acercamiento a la URSS, con la cual había un serio problema porque acusaba al Che de aventurero y no apoyaba la lucha armada.

“El Congreso Cultural de La Habana se celebra en 1968, vienen los intelectuales latinoamericanos y Fidel los elogia. Toca con limón a los partidos marxistas, les dice que se han hecho escolásticos, mientras los curas se están haciendo revolucionarios.

“Salen los libros de Antón y Padilla. Cabrera Infante dice horrores de la Revolución en su viaje a Argentina. Entonces el primer artículo de Verde Olivo, firmado por Leopoldo Ávila, está dedicado a Cabrera Infante, a Caín. Ahí se decían también horrores de Lunes de Revolución –el periódico dirigido por Guillermo, quien se convirtió en un desertor–, que involucraba a mucha gente.

“Cayó primero Padilla, después Antón y luego los intelectuales cubanos despolitizados, etcétera, etcétera… con algunas raras excepciones. Para mí fue una maniobra terrible haber cogido el libro El Socialismo y el hombre en Cuba, del Che, con la idea del hombre nuevo, como justificación para preservar a las nuevas generaciones de influencias negativas. Las generaciones viejas están viciadas. Y empiezan a barrer.

“Llega 1970. La zafra de los 10 millones. En 1971 se realiza el Congreso de Educación y Cultura. Meten preso a Padilla 36 días. Nadie conocía las causas. Se decía que tenía relaciones con periodistas extranjeros, que le había dicho cosas al entonces embajador de Chile en Cuba, quien hablaba cáscaras de la Revolución.

“En realidad lo meten preso para asustarlo y él hace una propuesta siniestra. Aquí se creyeron que efectivamente Padilla iba a retractarse y lo que hizo fue prepararles un show. Él estaba consciente de la repercusión que eso tendría. Porque aquello era una copia de los procesos de Moscú [se refiere a los juicios públicos de carácter político efectuados en los años 30 en la URSS], tropicalizados”.

Junto a su esposa, Silvia Gil.
Junto a su esposa, Silvia Gil. / Omara García / acn

–Padilla inculpó a varias personas en su juicio.

–Sí, el único que reaccionó y se paró fue Norberto Fuentes, y le dijo: “Tú eres un contrarrevolucionario. Yo soy un revolucionario, entonces tú no tienes derecho a acusarme a mí”. Sorpresa general. Como aseveró uno de los presentes, Norberto echó a perder el show, que estaba saliendo ‘tan bonito’.

“Después del Congreso de Educación y Cultura la Uneac se convirtió en un coto. No sé cómo habían dejado que Guillén entrara. A lo de Padilla él no asistió, con el pretexto de que estaba enfermo. Yo tampoco fui. Le dije a quien me citó: ‘No asisto a farsas de ese tipo. Lo lamento’”.

–En su ensayo Narrar la nación… señala: “en este tipo de conflictos no solo se dirimen discrepancias estéticas o fobias personales, sino también y, tal vez sobre todo, cuestiones de poder, el control de los mecanismos y la hegemonía de los discursos”. ¿Por qué?

–A inicios de la Revolución los que realmente detentaban ese poder eran Carlos Franqui y Guillermo Cabrera Infante, a través de Lunes de Revolución y del programa de televisión que tenían ellos dos; Alfredo Guevara mediante el cine, y sin intervenir mucho todavía porque estaba en ciernes; la Casa de las Américas, con Haydée Santamaría. Al Partido Socialista Popular (PSP), de tendencia comunista, que supuestamente era el custodio de la ideología y –por consiguiente de la cultura– se le había ido de las manos la organización de esta.

“Edith García Buchaca, cuadro importante del PSP, estaba al frente del Consejo Nacional de Cultura de la época, vamos a llamarlo así, pero no controlaba estas zonas, dominadas por los “liberales”’.

–Los artistas e intelectuales cubanos estaban haciendo también revolución. ¿Cuál era el temor del PSP?

–Los cuadros del PSP luchaban por el poder. Su posición era la de tú estarás haciendo lo que quieras, pero el poder lo quiero para mí. No deseo compartirlo y mucho menos con gente anticomunista como Carlos Franqui (aunque era un hombre de confianza de la Sierra, había dirigido Radio Rebelde). Alfredo no era anticomunista, pero había dejado el Partido, y Haydée tenía su prestigio, como imaginarás, pero ella era fidelista y se acabó.

Sus dotes de comunicador le permitieron recrear y trasmitir los sucesos no solo de manera sincera, sino fascinante.
Sus dotes de comunicador le permitieron recrear y trasmitir los sucesos no solo de manera sincera, sino fascinante. / Archivo de Granma

–Usted también afirma en Narrar la nación: “no imaginábamos que la herencia del marxismo escolástico fuera tan fuerte en nuestro medio o, al menos, entre algunos intelectuales procedentes del Partido Socialista Popular”.

–Exactamente. Entre los intelectuales del PSP se encontraban personas de mucho prestigio: Marinello, súper respetado, Mirta Aguirre, Nicolás Guillén, Carlos Rafael Rodríguez.

–Según usted ha escrito, los pactos de silencio suelen ser sumamente riesgosos porque a veces en nuestras filas se cuelan sagaces o locuaces oportunistas. ¿De quién habla?

–No siempre el sector que tiene la ideología bajo control es el que escribe mejor o el que hace las obras de teatro y las películas más relevantes. Es facilísimo aprenderse el catecismo, lo que hay que decir, cómo, en qué momento, delante de quién. En nuestro mundo cultural hubo dos o tres casos de esos, sonadísimos, llegaron a ser personas destacadísimas. Los oías hablar y decías: eso es de Carlos Marx para arriba. Y en la primera oportunidad nos la hicieron.

“La falta de un debate abierto, público, permite que alrededor de ese silencio total crezca la mala yerba. ¡Pero de qué manera! Vacíos de información, de confrontación, falta de criterios diversos. Ahí se cuela el oportunista”.

–Usted se ha referido al páramo cultural existente en el primer quinquenio de los años 70.

–Se hicieron muchas cosas que podrían tomarse como positivas: talleres literarios, promoción de jóvenes escritores, obras nuevas publicadas, exposiciones. Pero se trataba de una cultura anticultural. Porque no puedes pensar en una cultura aséptica, sin ninguna idea discrepante. Se va creando un clima de depreciación peligroso.

¿Hasta qué punto la cultura cubana cae bajo la égida del realismo socialista?

–El realismo socialista en el arte era la línea oficial de la URSS, impuesta desde 1934. Todo lo demás era considerado diversionismo ideológico, cultura burguesa.

“La cultura cubana no tiene nada que ver con el realismo socialista, nunca lo asimiló. Hubo dos o tres autores que se acercaron a él. Pintaban a obreros con los brazos en alto, milicianos que desfilaban. Y sobre la novela de Cofiño, La última mujer y el próximo combate, se dijo que era realista socialista, cosa que es verdad, pero nadie se lo reprochaba. Eso era perfectamente legítimo. Lo que estaba en discusión entonces era el derecho a imponer una línea determinada y excluir otras. Que fue lo que ocurrió.

“Sin embargo, el realismo socialista nunca pudo ser impuesto en Cuba, la única defensa profunda, seria y argumentada que se hizo aquí la realizó Mirta Aguirre. Está publicada [ver su ensayo Apuntes sobre la literatura y el arte]. Después [José Antonio] Portuondo, en un par de libros, también se deslizó hacia eso.

“Pero lo de Mirta era una cosa programática. Ella creía realmente en esa forma de arte. Explicó por qué era el realismo propio de la Revolución. Lo que le hizo decir a Alfredo Guevara que él era ‘realista y socialista, lo que no soy es realista socialista’”.

Permanente investigador de la cultura y la historia cubanas.
Permanente investigador de la cultura y la historia cubanas. / Omara García / acn

–¿Qué identificaba a ese realismo socialista?

–La trama de lo que se contaba tenía que coincidir con el desarrollo histórico de la sociedad. Y ese desarrollo histórico iba en dirección al comunismo. Por lo tanto, el héroe positivo debía ir en tal dirección. En la literatura cubana, donde hubo escasas muestras, ese libro de Cofiño se caracteriza porque el héroe es el cuadro del Partido. Es quien resuelve los problemas. No es la vida o un hombre bueno.

–¿Es teleología?

–Has usado una palabra clave. Hay una teleología detrás, este hombre representa esa finalidad última y va a cumplir el destino de la historia.

–Después del quinquenio gris, según usted afirma, se produce un giro.

–Cuando Armando Hart llega al ministerio de Cultura lo primero que hace es nuclearse de gente joven y en menos de tres meses crea un clima de confianza. Eso fue lo que permitió funcionar [a la política cultural, los vínculos con artistas y escritores] durante una década en medio de contradicciones tremendas, de posiciones encontradas, a veces diametralmente opuestas.

“A Hart lo nombran ministro a finales de 1975. Yo estaba en Bayamo filmando un material didáctico para las escuelas y me dije: ahora sí se acabó lo otro. El pavonato [período en el cual Luis Pavón dirigió el Consejo Nacional de Cultura] fue agonizando, murió por asfixia, de muerte natural, porque no tenía perspectivas”.

– ¿Cuántos intelectuales se enfrentaron?

–Qué buena pregunta. Por qué tú, fueras revolucionario o no, ibas a pasar como contrarrevolucionario. ¿Dónde? ¿En qué lugar se debaten ese tipo de cosas? Se supone que son decisiones de la Revolución.

– ¿Verdaderamente el dogmatismo murió en esos momentos?

–No. El dogmatismo no muere. Que una persona considere que es quien tiene la razón y sueñe con imponerla a cualquier precio, no tener que discutir con otros… Óigame, para que eso muera… en el mundo no ha ocurrido.

–Aunque no tuvieron bravos que se levantaran a denunciar la situación de aquel momento, ustedes han sabido luchar sus espacios en la Uneac. Y los han luchado duramente.

–Claro. Yo sigo creyendo en lo que creo y esperando el momento de poder decir lo que creo.

–Y también han defendido la libertad de crítica.

–Eso es sagrado. Porque sin la libertad de crítica el estancamiento es total.

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Pinceladas de una vida

Ambrosio Fornet Frutos (1936-2022) cuenta que en sus años mozos perteneció al movimiento ortodoxo. Su padre fue el primer candidato por ese partido a la alcaldía de Bayamo. “Nosotros distribuimos La Historia me absolverá por toda la zona”, narró emocionado a BOHEMIA.

Al triunfar la Revolución, en enero de 1959, él se encontraba estudiando en Madrid y esperó a terminar la universidad para regresar a la patria. Lo hizo en septiembre de ese mismo año. Cuando llegó a La Habana trabajó en la editorial del Ministerio de Educación y en el periódico Lunes de Revolución. Después pasó a desempeñarse como editor de la Editorial Nacional con Alejo Carpentier. Luego se trasladó al Instituto del Libro, donde estuvo hasta 1971.

Asegura que llegada esa fecha: “hice mutis y me fui al cine educativo. Realicé tres documentales: uno sobre Guillén, otro sobre Cecilia Valdés y, el tercero, sobre el inicio de las guerras de independencia. De ahí, pasé a ser editor de la revista de la Universidad de La Habana. Luego me llamaron para el Icaic, como asesor literario”.

Es autor de diversos volúmenes, entre ellos El libro en Cuba (1994), Las trampas del oficio: apuntes sobre cine y sociedad (2007), Yo no vi ná y otras indagaciones (2011), Huellas en el tiempo (2018).

Como reconocimiento a su meritoria trayectoria, recibió las distinciones Por la Cultura Cubana, Alejo Carpentier, Raúl Gómez García, Ciudad de Bayamo y José María Heredia. Fue seleccionado Premio Nacional de Literatura en 2009.

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