Barbie

Mattel reinventó su juguete insignia, pero aún sigue planteando una forma plástica y hueca de vida


Incluso antes de publicarse el tráiler completo, el tercer largometraje de la estadounidense Greta Gerwig, Barbie, fue una fuente de debate. El filme sobre la muñeca insignia de la empresa Mattel se presentó desde entonces como una prueba de la continua mercantilización del cine.

La película planteó la acción en dos escenarios. El primero, donde transcurrió el grueso del metraje, es Barbieland, un mundo de colores tan artificiosos como toda la iconografía de los juguetes, que podría pertenecer a algún audiovisual de la faceta más lúdica de Wes Anderson.

En ese lugar plástico, imperado por la buena onda, vive la Barbie modelo (la australiana Margot Robbie), esa que, por su belleza sobrehumana, es destacada y adorada por sus compañeras.

Mas todo cambia cuando tiene un “problema grave”, “muuuuuy grave”: celulitis. Con todas las luces encendidas de alerta, de la comunidad, ella termina viajando al mundo “real”, junto a un Ken (Ryan Gosling) para ver un poco de qué se trata y qué hay detrás de Mattel, cuyo director, a cargo del siempre notable Will Ferrell, es un machista. 

La curva del feminismo blanco absorbida en este caso por la “racionalidad” del capital queda cumplida./ theguardian.com

En “Barbieland” el anudamiento entre sexuación y muerte es inevitable, y es lo que inscribe la brecha irreductible de lo real en la realidad. Luego, la civilización actual le ha respondido a la protagonista tratándola con el capitalismo y su deriva patriarcal. ¿Podría haber sido de otro modo? Esta es la cuestión crucial, especialmente cuando la sociedad empieza a transformarla a ella.

Por ello, cuando la muñeca acepta ser humana, pasa a ser reclutada por la civilización del capital y el discurso neoliberal de la autoayuda.

La curva del feminismo emancipador absorbida en este caso por la “racionalidad” del dinero queda cumplida. El argumento feminista aparece desplegado entre todas las Barbies, pero todo conduce a una reivindicación absolutamente individual: “Ser una mujer de verdad”.

Esta apuesta puede valer en diferentes grados para cada uno de nosotros, pero no se puede obviar si se quiere entender el aspecto más crucial de este largometraje, que es la propia verdad lo que el poder destruye. No cuestionar las estructuras económicas y raciales más amplias, que dan forma a todo el patriarcado, dentro de las cuales se toman estas decisiones, es una especie de callejón sin salida.

Sí, más mujeres en la sala de juntas de Mattel. Sí, más actrices latinas exitosas para hacer que Hollywood sea menos “blanco”. Pero ¿eso logrará la liberación de las aquellas que trabajan para hacer la ropa de la presidenta Barbie?, ¿eso ayudará a las desplazadas por las guerras?, ¿eso reconfortará a las agredidas sexualmente por los soldados de la política exterior estadounidense?

Sabemos que la identidad de género es más amplia de lo que se nos muestra en pantalla. Sabemos que una mujer no sería elegida presidenta tan fácilmente. Sabemos la verdad sobre el mundo y debemos cambiarla.

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