Publicado originalmente el 20 de marzo de 1927, edición No. 12
Publicado originalmente el 20 de marzo de 1927, edición No. 12

Carnaval

Por Luis de Soto

Algazara de crótalos y panderetas, risa de cascabeles, chocar de copas, estridencia de voces dislocadas… es Carnaval que llega, ensordeciendo los severos umbrales de Doña Cuaresma.

En su carro polícromo y ruidoso, conocedor de múltiples senderos de todos los tiempos y países, Momo agita su tirso que presidiera un día la zarabanda orgiástica de las bacantes dionisiacas, azuzara más tarde los “barberi” de Roma, dirigiera el desfile deslumbrador de Niza y levantara en la Ciudad del Silencio, la magnífica disonancia del sonido y color que acompasan los remos de las góndolas.

Carnaval, llegas hoy como ayer, como en los tiempos paganos y en la edad medieval, con tu cortejo de obligada alegría y ruido que ensordece. Vueleas tu cuerno de oro, donde traes, entre cintas multicolores, policroma lluvia de papel, oropeles, escarcha, joyas de similor, seda de teatral guardarropería, caretas y antifaces para disfrazar (propicio cómplice) todos los rostros y desenmascarar a muchas almas al amparo de la impunidad que brinda tu omnipotencia efímera.

Bien te han simbolizado en la frívolo y honda Comedia del arte. Colombina coqueta juega con su diversión habitual; un corazón. Pierrot sufre; se embriaga del amor, Arlequín apasionado. Es el símbolo eterno que cada año en esta época alegre de las Carnestolendas rememora en su trono festivo de regocijado e inocente guignol el drama eterno de la vida diaria, la perenne tragedia sentimental.

Y bajo el aparente convencionalismo de esa imagen palpita y vive la verdad del Carnaval, que no es solamente loca alegría, viceversas tolerados, burlas y disfraz, es también sinceridad que por lo insólita y franca más que verdad parece engaño mentiroso, en la ocasión que se ofrece a cada uno de mostrarse tal cual realmente es, en su aspecto verdadero, libre de las ataduras que lo convencional anida.

Colombina a quien diariamente saludamos en el salón o el paseo, puede alardear desenfadadamente de su traición, con solo tocar bajo la égida protectora de Momo, su máscara habitual por el pequeño y seductor antifaz de seda negra que completa su blanco atavío tradicional. Con su abigarrado disfraz es Arlequín, más sincero que cunado lo encontramos en sociedad, bajo la niveladora librea del frac convencional. ¿No habéis observado en un baile de trajes cómo se manifiestan ingenuos, lealmente, caracteres, gustos y aficiones, generalmente ocultos bajo la máscara que la sociedad pone (cuando no es carnaval), en cada rostro y en cada alma? Muchachas enamoradas, almas sentimentales, siquiera por una noche en que la Moda tirana permite se quebrante su yugo, visten la túnica de Ofelia o de Julieta en consonancia con su modo de ser y su íntimo sentir. Almas incisivas, cortantes, como dagas de Florencia y como ellas ornadas con la rica pedrería de su externo esplendo, escogen el alto encaje y el rico terciopelo de Catalina de Medicis; Nerones por instinto, son, siquiera esta vez, sinceros al envolverse en el manto recamado de púrpura y mirarnos con la verde mirada de su esmeralda, ceñida de laureles la frente preñada de negros pensamientos. Y así, unas y otros, duquesas y pastores Mefistos y Don Juanes, teoría inacabable de personajes redivivos tomados de los fastos de la historia o la leyenda, la literatura y el arte, al conjuro de la simpatía espiritual. Y al vestir esos trajes nuestras máscaras son hondamente sinceras, buscan a su alma el aspecto exterior que les cuadra mejor, el que quizás elegirían si al encarnar hubieran podido escoger la envoltura corporal de su ser.

Época de ficción y realidad; carnaval paradójico, bajo tu imperio de la verdad al disfrazarse, se desnuda y al través de tus máscaras, cual si fuera de vidrio, vemos al fin en sus rasgos exactos, rostros en que se asoman almas hasta entonces ocultas bajo los antifaces más impenetrables del otro Carnaval; el de la vida.

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