Cauce de dilemas infinitos en el imaginario de Fabienne Kanor

La novela es una pieza singular llena de conflic-tos y matices dentro de la narrativa escrita por mujeres en lengua francesa.
La novela es una pieza singular llena de conflictos y matices dentro de la narrativa escrita por mujeres en lengua francesa. /Foto: Leyva Benítez

Al revisitar nuestra reciente historia literaria impresiona el modo en que la escritura puede asumir los múltiples retos de las confrontaciones humanas planteados en diferentes épocas y países.

Ante ellos nos ubica la novela No soy un hombre que llora (Premio Casa de las América 2020 en la categoría de Literatura Caribeña en francés y creol), de Fabienne Kanor (Orléans, Francia, 1970). La escritora, periodista y realizadora cinematográfica de origen martiniqueño cuenta sobre una mujer francesa, hija de inmigrantes, quien al rondar los 40 debe afrontar soledades, pérdidas, incomprensiones…

Impresiona la prosa sensorial por su condición de verosimilitud. Narra lo conocido desde el buceo en lo más íntimo. Así sale a la luz la secuencia de una vida marcada por terribles agresiones: de los hombres, de la familia, un montón de sensaciones incómodas, duraderas.

Lo cuenta sin medias tintas: “Aparte de una tesis que a nadie le importa, soy la autora de la biografía novelada de un muchacho muerto hace cinco siglos, de una colección de cuentos con solo trescientos ejemplares, de una novela inspirada en la vida de Nina Simone y de otras tres que han pasado totalmente inadvertidas”.

Sin duda, la autora sabe organizar su historia por escenas. Hábilmente traza analogías cinematográficas, prepara el terreno mediante los ingredientes requeridos: escenografía y acciones, dramas y sorpresas. Ante su conciencia nunca dudamos de las angustias ajenas, en cada expresión gana intensidad dramática.

Es elocuente cuando expresa: “Mi prima ha conocido a muchas personas enfermas. El padre de su hija la golpeaba. Sus ex la engañaron. Sus jefes la tocaron. Ella declara: Ser mujer es un oficio del que no se sale, y esa opinión se ha convertido en un axioma cuando Chantelle piensa en mujer dañada”.

Kanor hace meditar en una verdad lacerante que la lleva a rebelarse ante el dolor y la pena. Con esta novela consigue un fin primordial: demostrar que el rescate de la memoria es tan inminente, necesario, como derribar los obstáculos en la existencia misma.

Vuelve, una, otra vez, a raigambres, las cuales son parte del cuerpo, del alma, y dejaron heridas, mutilaciones, fuerzas de volcán en constante ebullición. Al parecer, no conoce la tranquilidad ni el disfrute que todo humano necesita para compartir los sueños, la felicidad nunca conquistada.

También domina el plano temporal de la descripción, el del mundo exterior, el que le da a la materia ficcional un espesor físico. Lo atestigua cuando dice: “¿Qué saben estos parisinos del exilio? ¿Algún día tuvieron que dejar su tierra? ¿Ya han probado el olvido, la pérdida, el cambio de identidad?”.

Sobre otra experiencia la sujeto-protagonista reflexiona: “Camino hasta que ya no me encuentro solamente al borde, sino al fondo de mis lágrimas, atrapada en mi viejo dolor. Ese que se remonta a siglos atrás. Data del encuentro entre colonizadores y colonizados, de ese primer contacto con Césaire, en su enjundioso artículo que transformaría en 1956 en Discurso sobre el colonialismo, que califica de imposible”.

Oportuna, singular en su elocuencia es la ilustración de cubierta. Emergida y bendecida, una obra de Leticia Leyva (Cuba). En gran medida forma parte del todo holístico de una narrativa que sabe construir el tiempo psicológico para seducir el nuestro definitivamente.

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