Con la mira en el futuro

BOHEMIA dialoga con la novel promesa de la escuela cubana de ballet Thalía Molina González, sobre realidades, sueños y expectativas


Todavía se sorprende cómo, con solo 3 años de edad, le dijo a su abuela que quería ser bailarina de ballet; apenas poseía referentes en tales lides, ni siquiera familiares con semejantes preferencias. Desde entonces, para Thalía Molina González danzar se ha convertido en filosofía vital, energía liberadora que la renueva y alienta a crecer como ser humano, y creadora en ese gran escenario que es la vida y el arte.

Mientras escarba entre los recuerdos, esta grácil y menuda jovencita, ahora con 18 abriles, intenta hallar respuestas a aquella precoz vocación que primero fomentaría en los cursos infantiles de la compañía Prodanza, liderada por Laura Alonso; luego, y hasta el presente, en la Escuela Nacional de Ballet Fernando Alonso, reconocida por la calidad de su claustro, estudiantes y egresados.

En la edición 28 del Encuentro Internacional de Academias de Ballet, conquistó dos lauros en categorías avanzadas: uno en Clásico y otro inesperado, en Contemporáneo.

“En mi familia, nunca nadie había estado relacionado con el ballet; incluso, antes de que empezara a estudiarlo, íbamos al teatro a disfrutar de otros espectáculos, pero al ballet nunca fuimos”, confiesa a BOHEMIA la muchacha, galardonada en dos categorías durante el 28º Encuentro Internacional de Academias para la Enseñanza del Ballet, celebrado en La Habana, en abril último, y que contó con la presencia de unos 300 participantes foráneos de 14 naciones.

Adaptarse al difícil arte de las puntas y compases devino fiesta desde el principio; no obstante, en el decurso, comenzaron a emerger los retos.

“Con el tiempo entendí que somos deportistas entrenando y artistas en el escenario; la preparación en el ballet es muy fuerte. Cuando empecé, con menos de 6 años, era solo una niña que iba a divertirme, a socializar. No veía que existiera rigor alguno. Ya cuando tuve un poquito más edad me fui dando cuenta de qué iba a hacer ahí: dentro de esa diversión había, también, mucho rigor, disciplina, reglas, métodos.

“En aquel entonces, debía permanecer ensayando hasta bastante tarde, cuando podía estar en la casa jugando; tenía que hacer ejercicios fuertes para esas edades durante varias horas; no obstante, no era consciente de aquello, me encantaba estar allí”.

Renacer de una pasión

A la edad de 8 años ingresó a uno de los talleres vespertinos de la Escuela Nacional de Ballet, en aras de una preparación más intensa. Poco tiempo después de incorporarse, ese centro de enseñanza artística convocó a pruebas de aptitud para captar aspirantes interesados en una formación profesional especializada.

Thalía y su familia no dudaron en asumir la nueva empresa, aun cuando no se sentía lo suficientemente preparada, pues recién acababa de entrar al taller.

“Esa decisión exigió de mí un sobresfuerzo, tanto que recibía clases intensivas todos los días de la semana, incluidos los sábados y los domingos.

“Ahí caí en la cuenta que aquello era más serio de lo que parecía, no era solo divertirme. Debía lograr objetivos, alcanzar ciertas condiciones físicas que no poseía y dependían absolutamente de mi entrega. Tenía que dedicarme de forma más consciente e inteligente a trabajar duro; de lo contrario, perdía mi tiempo, iba a llegar al examen y suspendería.

“A esas convocatorias se presentan más de 500 candidatos y solo aprueban unos 15. De manera que no me quedaba más remedio que concentrarme y entrenar fuerte”.

El día de las pruebas no faltaron el nerviosismo y las tensiones. Camino a la escuela de Prado, en el centro histórico habanero, y ante el estrés: “mi mamá me iba preparando psicológicamente por si no me aceptaban; por suerte, pasé los exámenes y en menos de lo que pude asimilar ya estaba dentro”.

Bailar en puntas de ballet en espacios públicos ha sido una experiencia impresionante.

Con rapidez se integró y adaptó a la rutina del centro académico, a la regularidad de sus horarios y métodos, diferentes a los de la enseñanza general de donde provenía. Transcurrieron años de abnegación y sacrificio, no solo para la principiante bailarina, también, para los familiares.

En los primeros años, la abuelita paterna se encargó de llevarla a los cursos de Prodanza mientras duraron y, al ser operada de la vista, el padre tomó el batón en la carrera de relevo por la danza.

“Desde que empecé en el nivel elemental, mi papá me llevaba y recogía. Salíamos de la casa para la escuela a las 5:00 de la mañana, a buscar el transporte que fuera, a veces con suerte y otras, sin ninguna. En aquella época, terminaba muy tarde, entre 8:00 y 8:30 de la noche.

“Mi padre salía del trabajo y se sentaba en un contén a esperarme, hiciera frío, calor o lloviera a cántaros. Allí permanecía sentado durante horas hasta que acabaran las clases, cansado, después de su jornada laboral y sin posibilidad de hacer otras actividades de su interés.

“Muchas veces, tenía ensayos extra para concursos o presentaciones, y veía como otras niñas de mi edad se marchaban a sus casas y yo debía quedarme por lo menos un par de horas más. Regresábamos como podíamos en la ruta P5, en ocasiones, cargados con vestuarios o el tutú. Todavía me asombro de cómo con tan pocos años soportaba todo ese ajetreo”.

Pruebas de fe para vencer

En esta modalidad de enseñanza los concursos y presentaciones traen aparejado una alta dosis de consagración. No todos los estudiantes cuentan con las potencialidades para asumirlos con la eficacia y excelencia necesarias; de modo que los designados para tales actividades deben esforzarse a fondo.

“En el primer concurso que participé como solista tenía 12 años. Estaba en tercer año de nivel elemental que viene siendo el sexto grado de la enseñanza general. Recuerdo que trabajábamos hasta tardísimo y la carga era tremenda; esa, también, fue la primera vez que perdí una uña de tanto ensayo”, relató Thalía mientras comentaba la felicidad que le proporcionó recibir la medalla de plata, justo el día de su cumpleaños.

“Ahora tengo madurez para afrontar situaciones que son normales en la vida de un bailarín; cuando eres una niña tiendes a sobredimensionarlo, pero al llegar al escenario, borras lo negativo y solo te quedas con el momento en que actuaste; es tanto lo que se siente, tanto el gusto y el deseo de bailar, que olvidas”.

Hace solo unos meses, volvió a sumergirse en la agitación que generan los certámenes en el contexto de los centros de enseñanza artística. Esta vez, se empeñó en demostrar sus cualidades técnicas, histriónicas e interpretativas en la edición 28 del Encuentro Internacional de Academias de Ballet, donde compitió en las categorías de clásico y contemporáneo avanzados.

“La mayor virtud de un bailarín es ser versátil”, ha expresado la joven bailarina cubana.

“Prácticamente desde que inicia el curso, la escuela se prepara para el concurso que ocurre en el marco del evento. Ese es uno de los momentos más importantes para alumnos y profesores; vienen academias de diversos lugares del mundo y hacemos muchos intercambios bonitos.

“Este año me presenté con obras del repertorio clásico tradicional, pero nunca pensé hacerlo en la modalidad de contemporáneo avanzado.

“Consideraba que se me dificultaría mucho tener varios ensayos en el mismo horario y físicamente iba a estar muy agotada. De hecho, hay estudiantes que desde que saben la fecha del concurso empiezan a componer y entrenar para eso.

“En nuestra formación recibimos una asignatura que se llama Creación y composición coreográfica y el ejercicio final consiste en montar una obra; en mi caso, fue la misma que llevé al concurso por la insistencia de la profesora, quien casi me exigió presentarla. En realidad, no me sentía segura de mostrar, a gente de afuera, algo que había creado por primera vez.

“Todavía pienso que fue una locura”, reveló la joven, en tanto evocaba cada uno de los instantes vividos entre el escenario y la escuela. “Me preparé sin muchas expectativas de ganar, incluso, el día antes le comenté a mi mamá que iba a presentarme en esa categoría para mostrarme como bailarina y coreógrafa, pero no esperaba nada. Para mi sorpresa, resulté ganadora; no lo podía creer.

“Ese premio me dio mucha seguridad, exploré otras facetas en la danza, como la coreografía, en la cual pudiera desarrollarme en un futuro”. 

Thalía Molina González disfruta a plenitud cualquier proceso creativo en el arte. Para ella, no existen roles ni estilos difíciles, tampoco, menores.

“La mayor virtud de un bailarín es ser versátil, tener la capacidad de bailar lo que sea y, además, conmover a los espectadores, tanto en lo clásico, lo contemporáneo o lo neoclásico. A la vez, esa virtud proporciona un crecimiento personal increíble. Aún me falta muchísimo para lograrlo, pero es una meta que tengo”.

Hace un tiempo se ha visto a esta joven, juiciosa y enfocada, desplegar sus cualidades danzarias en espacios públicos junto a otros bailarines. Cada cabriola o gesto quedan registrados en instantáneas, desasidas de las poses y los ademanes construidos; el arte del cuerpo en movimiento se imbrica a otra obra que la complementa y enriquece: la fotografía.

”Hemos estado bailando y haciendo fotos en las calles de la ciudad; no buscamos lugares con paisajes lindos o que guarden algún interés histórico, patrimonial. Nos vamos a donde hay movimiento de personas, en barrios y áreas bien urbanas de La Habana, a interactuar con los habitantes, los transeúntes; y la reacción de la gente ha sido espectacular”.

Esa perspectiva de asumir y entender la danza ha sido una experiencia extraordinaria de llevar al pueblo el ballet, desde siempre, considerado un arte elitista.

“En el teatro, el bailarín está allá arriba en el escenario y muchas veces van a verte personas conocedoras que, por lo general, están pendientes a determinadas cuestiones técnicas; sin embargo, esa posibilidad de estar bailando con el público delante, al mismo nivel de uno, ha sido maravilloso, sobre todo, por las expresiones y las palabras de las personas hacia nosotros.

“Quienes nos ven en las calles están atentos a nuestra energía, nuestro disfrute, descubren algo nuevo que los gratifica. Es una sensación diferente y una percibe cuánto aporta a la espiritualidad de esas personas y, por supuesto, también a la nuestra”.


CRÉDITOS

Fotos. / Jorge Luis Sánchez Rivera

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5 comentarios

  1. Buenas tardes.
    Felicidades para ese equipo de Periodistas. por tan buen trabajo
    Thalia te deseo muchos éxitos en tu vida profesional.y espero muy pronto verte triunfando en los escenarios.

    Salu2
    Karla

  2. Muchas felicidades a Thalía, mi vecina, que desde muy pequeña ha puesto mucho empeño para lograr sus metas.
    Estoy seguro que muy pronto será nuestra primera bailarina, lugar que han ocupado mujeres extraordinarias y con mucho talento. Felicidades Thalía, también a sus padres (Kenia y José), hermano y familia que siempre la ha apoyado.

  3. Me encantó esta deliciosa entrevista, aderezada con la simpatía de la entrevistada y la impronta de profesionalidad y empatía característico en el quehacer periodístico de Roxana. A Thalía, sin duda una artista con dotes excepcionales y más que prometedoras perspectivas de ascendente estelaridad, la conocía solo, de vista, por las excelentes y siempre muy creativas instantáneas de Jorge Luis, y que merecidamente ganan elogios en la redes y exigentes concursos. Las que acompañan este trabajo son preciosos botones de muestra. Mis felicitaciones a los tres, con los mejores deseos de mayores éxitos.

  4. Muy emocionado de ver a esta joven artista que conoci siendo bebe, y haber sido testigo del sacrificio de su papa para apoyar su carrera. Felicidades y deseos de que continues logrando cada nueva meta que te propongas.

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