No ha existido jamás un pueblo sin narraciones. Con independencia de las particularidades del soporte –escrito, articulado por la imagen, oral–, cada relato demanda una sólida estructura narrativa, que le permite dosificar la solución del enigma, clave esencial de cualquier historia.

Los géneros de ficción propician el reconocimiento de conflictos por parte del televidente, quien los siente como propios al identificarse con lo presuntamente verdadero, sin distanciarse de sus intereses y subjetividades.

Un oportuno homenaje recibió el maestro Chucho Cabrera en el documental Un hombre de televisión (Cubavisión, domingo, 6:30 p. m.). Bruno Suárez, guionista y director, se esmeró para ofrecer el retrato de un artista dedicado a los medios de comunicación, quien sin ocultar su pasión reconoció: “En nuestra labor creativa debemos entregar el alma todos los días”.

Durante el período estival las tardes de Cubavisión se dedican a la niñez, mediante el énfasis en animados; este año entre ellos descuellan producciones del Icaic y se rinde homenaje al desaparecido Cecilio Avilés al presentar a Cecilín y Coti, sus clásicos personajes.

En Multivisión por las mañanas perdura la intención de motivar a las audiencias de menos edad, sobre todo con filmes, series, miniseries que privilegian valores éticos y estéticos, actitudes positivas, el rechazo a los “malos”.

En buena parte de las producciones extranjeras los villanos siguen dando guerra. Ese malhechor privado de principios morales es uno de los personajes-tipo más atractivos del audiovisual y la literatura. A veces huye al proteger el botín de maniobras deshonestas; en otras ocasiones recibe un castigo, el cual implica la reconciliación que repara el equilibrio dañado.

La provocadora y antigua frase: “Había una vez…”, cautiva a cualquier edad en todas las épocas. Por ejemplo, los villanos de Shakespeare vuelven con otros atuendos, y al llegar a la TV, aprovechan la capacidad del medio que, como ningún otro, nos hace sentir juntos.

Por esto es importante acompañar a los más pequeños frente a la pequeña pantalla. Esta se apropia de múltiples voces para montar un polidiscurso, el cual explora la dimensión afectiva del ser humano. Mirar televisión viene a ser un proceso de negociación entre el espectador y el texto.

Nunca olvidemos la importancia del lenguaje y de la cultura audiovisual, en un mundo en el que ocurren transformaciones a diario en el género ficcional. Tengamos presente que el arte de convencer no está solo en la singularidad del contenido, sino en la artisticidad de la forma y el conjunto de la puesta concebida para mantener alerta al espectador ante el placer del entretenimiento.

De ningún modo las narraciones agotan su significado. Lo esencial es no hacer concesiones a la banalidad, a lo superfluo que nos impide sentir la verdad de los sentimientos más profundos.

Obras transmitidas por la TV revisitan las confrontaciones familiares, la primacía económica de un bando u otro, los conflictos generacionales.

De hecho, en la actualidad prevalecen variaciones de sentido en las relaciones sociales, debido a los cambios tecnológicos, el notable incremento de soportes no impresos, el desarrollo de infraestructuras, la necesidad siempre creciente de las audiencias en busca del mejoramiento personal y el de la sociedad.

Seducir a las mayorías es uno de los desafíos que tienen por delante guionistas y realizadores, en el siglo XXI la televisión lidera como escenario de construcciones identitarias donde lo educativo deviene una dimensión necesaria, enaltecedora. La sintaxis (cómo lo cuento) requiere analizar en profundidad el camino elegido para llegar a quien espera por una puesta entretenida sin brechas de lesiones dramatúrgicas.