Cosecha de sabiduría

Por JEIDDY MARTÍNEZ ARMAS

Eran “niñas de su casa” cuando decidieron que iban a participar en la Campaña de Alfabetización. María Eugenia Ramírez Domínguez tenía solo 13 años de edad y Caridad 15. Recuerdan que escucharon un altoparlante que anunciaba la necesidad de llevar la luz de la enseñanza hasta las zonas más intrincadas del país y guiadas por las ideas revolucionarias de sus padres, quienes fueron fundadores de la Federación de Mujeres Cubanas y de los Comités de Defensa de la Revolución en el municipio de Bauta, emprendieron entonces una “aventura”, la cual recordarían toda su vida.

María Eugenia aún guarda muchos de esos recuerdos, los saca para que los fotografíe y se me eriza la piel al poder palparlos 60 años después; delante de mí hay ahora mismo historia en vivo y en directo. Veo sus rostros bisoños y delgados en sus carnets de alfabetizadoras y casi no logro reconocer a las dos señoras que tengo delante; puedo hojear también la cartilla y el manual, tocar la boina y ver la medalla…

Resuenan en mis oídos las notas del himno de la Alfabetización: “Somos las brigadas Conrado Benítez, somos la vanguardia de la Revolución”. ¡Vienen a mi mente tantas anécdotas emocionantes contadas por mi propia abuela paterna, también alfabetizadora, y –años después– profesora de Español-Literatura, así como de mis tías abuelas!; todas, orgullosas y con coraje, ofrecieron su sabiduría en otros lugares del país. Me sumerjo de nuevo en ese período de nuestra historia, esta vez gracias a los testimonios de Caridad y María Eugenia. Me voy imaginando lo que me relatan.

Objetos utilizados en la Campaña de albafetización
Luego de transcurridos 60 años de la Campaña de Alfabetización, la cartilla, el manual, la boina y la medalla hacen vibrar a quienes los observan. (Foto: Jeiddy Martínez Armas)

Primero llegaron a Varadero, allí recibieron una preparación durante una semana, la cual les ayudaría a enfrentar la tarea de educar a quienes tantos años habían estado en la oscuridad de la ignorancia; les aprovisionaron igualmente con una mochila, la cartilla, el manual, el uniforme e importantes orientaciones, pero no alcanzaron farol.

Sobre sus vivencias, Caridad relata que en el primer hogar al cual la asignaron sus habitantes le dijeron: “Mañana cuando usted venga no vamos a estar aquí”. Sencillamente no querían estudiar. Se lo comentó a la maestra responsable, ambas estuvieron de acuerdo en que si ellos no lo deseaban no los podían obligar, entonces la trasladaron a otra casa, donde residían seis analfabetos: la madre, el padre y los hijos. Allí estuvo unos cuatro meses.

María Eugenia alfabetizó en otro humilde bohío de aquella zona. No fue la primera en llegar a esa casa. Los dueños le contaron que allí había estado un muchacho de La Habana, quien no pudo resistir. Le decían a ella: “Tú también te vas a ir, tú también te vas a ir”. La adolescente respondía: “No, nosotros vinimos a cumplir aquí, tenemos una gran tarea de la Revolución, no nos vamos a rajar”. Y cuando les escribía a sus familiares, en el dorso de las cartas ponía: los cristales se rajan, los hombres mueren de pie.

Pudo alfabetizar al matrimonio, a los niños mayores y a la muchachita, quien tenía su misma edad; también a familiares que convivían en otra vivienda.

Una maestra con más experiencia les servía de asesora a las dos hermanas y les orientaba las clases que debían ir dando, guiándose por la cartilla.

Puedo imaginarlas en su labor. Es tarde en la noche, a falta de un farol, solo alumbra la luz difusa de un “mechón”, ubicado en el centro de la mesa, el cual desprende una humarada negra, las pestañas casi quemadas, el aire enrarecido; las sombras hacen que parezcan de mayor edad, también por sus boinas y uniformes.

Al lado de Caridad veo a sus alumnos, la mayoría cansados por recolectar café; el padre de familia tiene manos toscas, intenta coger el lápiz ante la indicación de la maestra, se le cae al piso y se desespera. Ella lo recoge paciente, consuela con una palmada en el hombro al campesino, con su propia mano lo guía para intentar así trazar las ansiadas letras. El hombre respira más tranquilo, mañana podrá hacerlo mejor. Al menos hoy pudo por fin leer su nombre: Joaquín.

Es tarde, hoy las clases han demorado un poco más de lo normal, por la altura de la luna deben ser las 10:30 de la noche. Tienen que dormir, mañana deben despertar muy temprano para ir a lavar al río. Bajo el sol, frotarán las telas contra las piedras, una y otra vez, luego las tenderán en las matas. Cuando la ropa se seque subirán de nuevo al caserío, se bañarán; y continuarán alfabetizando a los campesinos en la noche.

Tras seis décadas, María Eugenia reafirma orgullosa que no se rajó a pesar de los lesiones en sus piernas producidas por un insecto que habita en el café (algunas de las marcas pueden verse aún); del cambio tan brusco en su vida, porque unos meses antes era una niña “amamantada por sus padres” y luego tuvo que ser ama de casa y cuidar a uno de los hijos pequeños de los campesinos; o también pese a haber tenido que comer en esos meses solamente plátano hervido porque no había gallinas ni vacas y resistir la vida en aquel bohío sin agua ni luz eléctrica.

Igualmente rememora que su labor, además de educativa, fue política e ideológica. Por ejemplo, al enseñarles a los campesinos las distintas letras, los brigadistas relacionaban las vocales fuertes (O, E y A) con la Organización de Estados Latinoamericanos y su ilustración; asimismo, mencionaban a las organizaciones revolucionarias de reciente creación, como el INRA (Instituto Nacional de Reforma Agraria). María Eugenia me enseña aquellas ilustraciones en la cartilla.

En ese entonces existía una efervescencia contrarrevolucionaria, ya habían matado a Conrado Benítez, Pedro Lantigua y Manuel Ascunce. Caridad explica que debieron terminar antes de tiempo su labor porque la contrarrevolución iba a asesinar a alfabetizadores el 31 de diciembre: “La maestra nos dijo que nos tenían en la lista”.

A veces se les “aflojaron un poco las piernas”, a pesar de la preparación que habían tenido, por la lejanía de su casa y estas amenazas; sin embargo, se sentían protegidas porque los campesinos de cada hogar donde alfabetizaron dormían con el machete debajo de la cama para defender a sus brigadistas.

Así, enseñaron en seis meses lo que hubiera llevado el doble de tiempo. Dolió el abrazo precipitado de despedida que dieron a quienes por unos meses fueron como de su familia. El adiós las convenció de que debían volver algún día a aquel lugar. Pocos años después, llenas de regocijo, lo hicieron.

De regreso hacia la capital, en diciembre de 1961, la travesía no fue sencilla; primero las trasladaron a Bayamo, allí montaron en un tren cañero que venía recogiendo brigadistas por todos los pueblos. Con miedo aún de que los contrarrevolucionarios las capturaran, permanecieron luego tres días en una casa de personas que apoyaban al gobierno encabezado por Fidel Castro, hasta que llegó otro tren a buscarlas para llevarlas hacia La Habana.

El 22 de diciembre de 1961, un día antes del cumpleaños de María Eugenia, la Plaza de la Revolución se llenó de jóvenes, boinas, libros y lápices. Ella y Caridad exhibieron sus uniformes con más orgullo que nunca. Aquel lugar parecía un enjambre, los brigadistas que habían participado en la Campaña de Alfabetización gritaban a coro: “¡Fidel, Fidel, dinos que otra cosa tenemos que hacer!”. Él respondía: “¡Estudiar, estudiar, estudiar!”. La emoción de aquellos adolescentes era contagiosa.

«Ningún momento más solemne y emocionante, ningún instante de júbilo mayor, ningún minuto de legítimo orgullo y de gloria, como este en que cuatro siglos y medio de ignorancia han sido derrumbados», expresó entonces Fidel, luego de izar la bandera con la que el pueblo de Cuba, bajo los acordes del himno Conrado Benítez, proclamaba ante el mundo que la nación ya era Territorio Libre de Analfabetismo.

El 22 de diciembre de 1961 Cuba se declara territorio libre de analfabetismo.
El 22 de diciembre de 1961 Cuba se declara territorio libre de analfabetismo. (Foto: segundocabo.ohc.cu)

Los años pasaron, ambas hermanas siguieron superándose profesionalmente. María Eugenia, en quien la Campaña de Alfabetización sembró la vocación de enseñar (lo reafirmó varias veces en su testimonio), lleva 60 años realizando esta maravillosa labor. Evoca llena de júbilo cuando se graduó de la Licenciatura en Educación Primaria, en 1985, acto en el que Fidel estuvo presente.

Con 73 años cumplidos, no ha parado de dar clases: como maestra primaria en las áreas de ciencias y de humanidades, metodóloga, subdirectora o directora, ha participado en importantes eventos de Pedagogía y ha sido reconocida por su labor. Ya jubilada, todavía brinda sus conocimientos, como maestra repasadora.

Caridad, por su parte, desde los 27 años laboró como secretaria de la Administración en el Instituto Preuniversitario en el Campo Simón Bolívar (Ceiba 5). No pudo trabajar antes debido a afecciones producidas por una peligrosa enfermedad meningocócica. Dice, convencida, que por la Campaña de Alfabetización siente una mezcla de emoción, orgullo y regocijo.

Nos despedimos. Yo, orgullosa de haber podido escucharlas y palpar aquellos objetos, protagonistas de la proeza en la cual 707 200 personas aprendieron a leer y a escribir.

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2 comentarios

  1. Gracias Jeiddy, por permitirnos conocer y poder felicitar especialmente en esta entrañable conmemoración de la heroica Campaña de Alfabetización que inauguró la indetenible revolución cultural cubana, a María Eugenia y Caridad, y hasta ‘ver’ en la piel de una de aquellas niñas voluntariosas las cicatrices gloriosas de la epopeya, además de compartir con ellas esa ‘mezcla de emoción, orgullo y regocijo’.

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