Cruz y raya en Cuito Cuanavale

Luego de tres meses intentando ocupar ese estratégico lugar, el 23 de marzo de 1988 Sudáfrica cedió, definitivamente allí, ante la defensa de cubanos y angolanos


No importa en qué momento exacto, entre octubre de 1975 y mayo de 1991, haya sido. Si usted cumplió misión de ayuda internacionalista en Angola, comprenderá por qué cada 23 de marzo huele a triunfo.

La razón está en un apartado paraje de la geografía angolana, muy poco o nada conocido hasta finales de 1987 e inicios de 1988. Hablo de Cuito Cuanavale.

Ese día, combatientes cubanos y angolanos rechazaron allí la última embestida del ejército sudafricano, apoyado por fuerzas de la organización opositora contrarrevolucionaria Unita y efectivos namibios, con la intención de ocupar ese lugar y continuar avanzando hacia la profundidad del territorio nacional.

La asesoría cubana fue decisiva para preparar a las tropas angolanas en Cuito Cuanavale.

Intentos similares habían resultado infructuosos para el agresor a lo largo de enero, febrero y el propio mes de marzo.

Combates como el del 25 de febrero hubieran venido como anillo al dedo para desistir de tan injerencista empeño.

Aunque, dando un ligero salto atrás (apenas cuatro semanas), es bueno recordar que en la madrugada del 25 de febrero, con los dientes afilados –más de ilusiones que de posibilidades reales– el enemigo se había lanzado sobre las posiciones donde supuestamente estarían las Brigadas de Infantería Ligera (BIL) angolanas 25 y 59, con la intención de moler y demoler todo cuanto hallasen por delante.

Todas las armas tuvieron rol determinante en el rechazo a las embestidas sudafricanas y la victoria final.

Solo que llegado ese momento no encontraron en el lugar un alma ni un arma. ¿Cómo podía ser posible, si la víspera estaban allí, “mansitos”, cubanos y angolanos?

Ignoraron que Fidel es mucho Fidel y, desde acá, había indicado trasladarlo todo, urgentemente, en el mayor silencio, durante la noche. No hay que ser experto militar para imaginar lo que les aguardaba: campos minados, explosiones, sorpresa, desconcierto, contraataque, muerte, pánico, decepción.

Y son tan tercos que volvieron por la misma picada el 23 de marzo.

Acaso pensaron que intimidarían a alguien con unos 700 proyectiles de G-5, entre otros mortales explosivos, luego de marcar con disparos fumígenos la dirección principal del ataque.

Lo que, en respuesta, presentaron cubanos y angolanos fue un verdadero “carnaval en Cuito Cuanavale”: casi 500 disparos de cañones 130 mm, más de 600 de obús 122 mm, aproximadamente 700 cohetes lanzados por las aterradoras BM-21, encabezadas por “Cachita, Victoria, Libertad y Patria o Muerte: las buscapleitos”: como las habían bautizado nuestros combatientes…

Tanque Olifant, sudafricano, abandonado por el enemigo en Cuito Cuanavale.

Por su parte, los tanquistas abrieron fuego a la distancia de tiro directo. También armas antitanques, ametralladoras, fusiles, así como los temibles MIG, que se insertaron en contra de lo que el mando racista había imaginado, por las adversas condiciones climáticas.

La victoria que tal vez venían anticipadamente cantando terminó en infernal sinfonía que dio al traste con una verdadera estampida, en medio de la cual las esteras de los blindados molieron cuerpos humanos de sus propios aliados.

Hay quienes opinan que no fue ese el combate más fiero de los ocurridos entre enero y marzo. El del 25 de febrero, por ejemplo, “le retraqueteó” (como acostumbramos a decir en buen cubano). El del 14 de febrero –vaya di– ¡Ni hablar!

Lo cierto es que el 23 de marzo, hace 35 años, marcó pauta como el último gran combate en defensa de aquel pedacito de territorio, donde los racistas sudafricanos y las fuerzas opositoras se partieron los dientes frente a la épica defensa protagonizada por cubanos y angolanos.

Estado en que el poder de fuego enemigo dejó las instalaciones de Cuito.

Como diría en su momento el líder africano Oliver Tambo, Cuito fue el Waterloo de Sudáfrica, idea reforzada por la visión de Nelson Mandela, quien afirmaría que aquella victoria marcó “el viraje en la lucha de liberación del continente africano contra el flagelo del apartheid”.

Tan así fue que, tras su aplastante derrota allí y los golpes recibidos a continuación en el flanco sudoccidental, Pretoria no tuvo más remedio que poner pies en polvorosa, salir de suelo angolano y sentarse, sin chistar, a una mesa de negociaciones que sirvió bandeja, por fin, a la implementación de la Resolución 435/78 del Consejo de Seguridad de la ONU para la independencia de Namibia e hizo crujir las vértebras de la segregación racial dentro de la propia Sudáfrica con el final del apartheid.

CRÉDITO PORTADA

Jóvenes así protagonizaron la epopeya. Estos de la foto derribaron un Mirage sudafricano, el 20 de febrero de 1988.

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