Cuba 1933. El alzamiento del ABC

El levantamiento del 8 y 9 de noviembre de 1933 fue el último gran intento de la oligarquía cubana por recuperar el poder sin pactar con los militares que habían tomado el control del ejército tras la sublevación del 4 de septiembre


A pesar de la derrota de los militares oposicionistas en el combate del Hotel Nacional (2 de octubre de 1933), el gobierno de Grau-Guiteras –denominado posteriormente por la historiografía nacional “Gobierno de los Cien Días”– no tuvo descanso. Varios factores incidieron en la inestabilidad política del país: la actividad conspirativa del embajador yanqui, el levantamiento en armas perpetrado por la organización terrorista ABC y las divergencias crecientes entre las tendencias que conformaban el régimen revolucionario, las cuales amenazaban su existencia.

Lamentablemente, esto último pesó mucho en el destino final del primer gobierno antimperialista en la historia de Cuba. El sargento devenido coronel jefe del Ejército, Fulgencio Batista, comenzó a tener conciliábulos con el ministro plenipotenciario de los Estados Unidos, Benjamín Sumner Welles, en los que se planeó la sustitución del presidente provisional Ramón Grau San Martín.

Los miembros del Directorio Estudiantil Universitario (DEU) supieron de estos encuentros por lo que convocaron a una reunión, a la que asistió también el presidente Grau. Ante la gravedad de su traición, todos convinieron en el fusilamiento de Batista. El exsargento había cometido un error garrafal. En el ejército tenía muchos compinches que casi siempre le habían profesado lealtad, pero ante la posibilidad de perder sus grados, su uniforme, y hasta tal vez su pescuezo, con una intervención yanqui y el probable regreso de los oficiales marginados del mando tras la sublevación del 4 de septiembre último, sus asiduos camaradas no quisieron seguirle en esta aventura sin garantías suficientes y apoyaron resueltamente a Grau y al DEU.

Para suerte suya, el entonces presidente se opuso a que Batista fuera ajusticiado, aunque horas antes había estado de acuerdo con esa proposición. Años después le confesaría a un periodista que había sido demasiado ingenuo, pensó que el banense era un hombre agradecido, “pero la vida me demostró lo contrario”, afirmó.

Autodisolución del DEU

El 4 de noviembre de 1933, víctima de sus contradicciones internas, el DEU se autodisolvió, asestándole a la Revolución una puñalada mortal. Al día siguiente se celebró una asamblea de estudiantes en la universidad habanera, presidida por Rubén de León (DEU), Gabriel Barceló, por el Ala Izquierda Estudiantil, muy afín al primer Partido Comunista (PC), y Ramiro Valdés Daussá, en su doble militancia DEU-grupo Pro Ley y Justicia, entre otros. El primero explicó a los presentes los aparentes motivos de tal decisión. Barceló, lamentablemente, lejos de convocar al estudiantado a la unidad, tan necesaria en esos momentos para la Revolución, se dedicó a criticar al DEU.

Sumner Welles se regocijó cuando le relataron lo sucedido en la asamblea estudiantil. Sin dilación, informó a sus superiores: “La disolución del Directorio y la votación de los estudiantes en la universidad priva a Grau San Martín y a su gobierno del aparato de apoyo de la universidad que él había hecho aparentar que poseía”.

Entretanto, el grupo terrorista ABC ultimaba detalles para el levantamiento armado con el que pensaba derrocar al Gobierno de los Cien Días. La incorporación de oficiales que no habían sido detenidos cuando el combate del Hotel Nacional les sumó adeptos en el ejército, pues algunos de ellos contaban con seguidores entre sus antiguos subordinados. En el Cuerpo de Aviación, por ejemplo, donde en tiempos de la tiranía machadista había sido jefe el coronel devenido general Julio Sanguily, líder de los atrincherados en la instalación turística durante los sucesos del 2 de octubre último.   

El ABC se va a la guerra

A las 2:00 de la madrugada del 8 de noviembre de 1933 partieron varios aviones del aeródromo del campamento de Columbia, hoy Ciudad Libertad, ubicado en la avenida 19 del actual municipio de Playa. Algunos de ellos ametrallaron las casas de los altos oficiales del campamento de  Columbia. Los restantes partieron hacia el Palacio presidencial, pero -detectados por los reflectores de la fortaleza de La Cabaña- fueron blanco fácil de las ametralladoras antiaéreas colocadas en la azotea de la mansión de Refugio N˚1.

Guiteras, al conocer de la sublevación, se atrincheró en la fortaleza de La Punta, dispuesto a ofrecer resistencia.

Unos 2 000 abecedarios, encabezados por militares, ocuparon varias estaciones de policía y cuarteles, el Quinto Distrito y las sedes de algunos ministerios. Guiteras, al conocer de la sublevación, se atrincheró en la fortaleza de La Punta junto con 400 marines y 200 civiles, dispuestos a ofrecer resistencia. Con la firma de Grau se decretó el estado de guerra en toda la república. Por su parte, Batista, para que dirigiera las operaciones militares, llamó al capitán Gregorio Querejeta, uno de los pocos afrodescendientes a los que se les ascendió de grado en la promoción colectiva de finales de septiembre de 1933,.

Querejeta reorganizó las tropas y las lanzó al ataque del aeródromo. Los amotinados pidieron urgentemente refuerzos del Quinto Distrito, pero nada sucedió. Decidieron entonces huir por la hoy avenida 9ª rumbo al entonces despoblado Monte Barreto. Entretanto, Blas Hernández, al frente de varios centenares de abecedarios, intentó tomar el Palacio Presidencial. Fueron recibidos por ráfagas de ametralladoras calibre 50. Hubo una desbandada y en el pavimento quedaron decenas de heridos.

Las tropas leales al gobierno fueron recuperando uno a uno los cuarteles y las estaciones de policías. Ante el avance de Querejeta y sus efectivos, el comandante Ciro Leonard, jefe de los amotinados, ordenó la retirada hacia el cuartel de Atarés. Blas Hernández se opuso pues era caer en una ratonera similar a la que afrontó Sanguily en el Hotel Nacional. Pero Leonard le enseñó un radiograma enviado desde Santa Clara que anunciaba la inminente llegada de un refuerzo de 5 000 hombres.

Blas Hernández, al frente de varios centenares de abecedarios, intentó tomar el Palacio Presidencial.

Todavía hoy se discute sobre quién envió realmente ese radiograma. ¿Fue una sucia treta de Batista? ¿O provino de una elucubración enfermiza del embajador Welles? Los partidarios de esta última hipótesis argumentan que el diplomático, en sus informes a Washington, afirmaba: “La fuerza total que ahora defiende Atarés asciende a unos 3 000 hombres totalmente armados y con abundantes municiones […] Se reporta que la provincia de Santa Clara, fuera de la capital, se ha unido a la revolución […] Informes recibidos temprano expresan que toda la provincia de Matanzas está en armas”.

La rendición

En la mañana del 9 de noviembre Querejeta sitió Atarés e inició el fuego artillero. Antes había ubicado cuatro cañones de montaña 75mm en la Loma del Burro, un mortero de 100mm en la esquina de Concha y Cristina, y un cañón de 37mm en la azotea del Mercado Único. Estas piezas causaron estragos entre los sitiados, sobre todo el mortero, que con un solo disparo mató a 20 de ellos.

Ya en la tarde los sublevados comprendieron que toda resistencia era inútil y se rindieron. Leonard se había suicidado y Blas Hernández estaba herido. A este último, ya prisionero, lo ultimó a sangre fría el capitán Mario Alfonso Hernández. En declaraciones al periódico Ahora, Guiteras dijo que en el combate del castillo de Atarés hubo 150 muertos y unos 300 heridos. La prensa de la época calculó en 500 los muertos de ambos lados en los dos días de levantamiento y en 1 500 los heridos.

Para la historiografía cubana actual, el levantamiento del 8 y 9 de noviembre de 1933 fue el último gran intento de la oligarquía cubana por recuperar el poder sin pactar con los militares que habían tomado el control del ejército tras la sublevación del 4 de septiembre. La posición de Batista, después del fracaso de la asonada del ABC, se vio fortalecida. Washington comenzó a verlo como el potencial Hombre Fuerte de Cuba, el único que podía neutralizar el radicalismo de Antonio Guiteras. A partir de ese entonces, el coronel sería objeto de atenciones, tanto de Welles como de su sucesor, Jefferson Caffery.

*Periodista y profesor universitario. Premio Nacional de Periodismo Histórico 2021 por la obra de la vida

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Fuentes consultadas

Los libros La revolución que no se fue a bolina, de Rolando Rodríguez, Cuba 1933: estudiantes, yanquis y soldados, de Justo Carrillo, y La Revolución precursora de 1933, de Lionel Soto.

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