Cubanismos y la RAE: el idioma y sus usos

La evolución del idioma que hablamos se singulariza en cada país hispanoparlante, pero el conjunto de naciones lo ha ido enriqueciendo y adaptando a los tiempos para siempre reverdecerlo y sentirnos orgullos de nuestra mater lingua


El Día del Idioma Español se celebra cada 23 de abril con el fin de reconocerlo como parte de la diversidad cultural e histórica de los idiomas oficiales de la Organización de las Naciones Unidas, pero también en esta fecha se rinde homenaje a Miguel de Cervantes y Saavedra, quien falleció ese día en 1616.

En Cuba, las instituciones siempre han velado por su defensa y correcto uso. Desde 1959 se ha hecho hincapié en la importancia de mantener las tradiciones lingüísticas y estar alertas ante los riesgos que conllevan los nuevos modismos, la influencia de otras lenguas y, más recientemente, las tecnologías de la información y las redes sociales.

Es por eso que la sección Bohemia Vieja republica el texto de Pedro Juan Gutiérrez, «¿Lucífugo contra asere?»[1], que refleja la preocupación de diversas instituciones y especialistas por los hábitos de lectura y modos de expresión de la década del 90, donde el humor se convierte en condimento clave para disfrutar de su lectura.




¿Lucífugo contra asere?

Expresiones como Dime, yénica, ¿qué volá?, ¿Qué vuelta, mi socio, en qué andas?, ¿Qué volón, asere?, son usadas ya en Cuba hasta por muchos escritores, periodistas, artistas y maestros, quienes se supone deben cuidar su lenguaje pues, de alguna forma, son un ejemplo para el resto de los ciudadanos.

Así las cosas, las opiniones están divididas: unos creen que el español está herido de muerte, en franca decadencia; otros estiman que esto forma parte de una dinámica muy normal y dialéctica.

El problema no se limita sólo a Cuba. Abarca a todo el mundo hispanoparlante. Por ejemplo, los españoles —que se sienten muy orgullosos por haber difundido el castellano allende los mares a partir de 1492— están preocupados por la «invasión” del inglés y. el francés, mediante apoyos gubernamentales de Inglaterra, Estados Unidos y Francia, para enseñar esas lenguas en decenas de países y difundirlas de otras mil formas. Parece que el gobierno español no ha tenido esa preocupación hasta ahora, según la revista Cambio 16, de mayo 16 de 1988.

En Colombia, José Antonio León Rey, secretario general de la Comisión Permanente de la Asociación de Academias de la Lengua Española, asegura que “uno de los peores enemigos del castellano actual son los locutores y periodistas que hacen mal uso de la lengua”.

Hernán Rodríguez Castillo, escritor ecuatoriano, afirma que, según encuestas, en Hispanoamérica el vocabulario promedio es de apenas dos mil palabras, y añade: “El fenómeno de la depauperación idiomática toca también a la sintaxis, que tiende a tomarse elemental y casi rudimentaria.”

El destacado sociólogo español Amando de Miguel, en su libro La perversión del lenguaje, arremete contra los políticos y hombres de negocios, a quienes acusa de ignorantes y cita ejemplos que ponen los pelos de punta. También arguye contra el sistema educacional ibérico: “Estamos licenciando y doctorando a estudiantes que no saben escribir.”

En un país de larga tradición cultural y literaria, Argentina, el periodista Ricardo Duró se queja del “espanglish», que avanza imperceptiblemente. En un meditado artículo, publicado hace poco en la revista Sur, escribe que es una vía segura «para perder nuestra identidad poquito a poco”.

Gabriel García Márquez también ha opinado sobre la cuestión: “No puede decirse en qué lugar se habla un mejor español, porque no hay un castellano, sino muchos.

“Yo conozco muy bien América Latina y dirijo en Cuba un taller de cine donde hay siempre un alumno de cada país hispánico de este continente. Pues bien, uno de ellos me dijo hace poco que yo hablo un esperanto latinoamericano. Tenía razón: como conozco todos los acentos, tengo el cuidado de hablar de manera que todos mis alumnos me entiendan.”

Uso de nuevos términos en los artículos 109 y 110, del nuevo Código del Tránsito. / Publicada en la edición número 10; 6 de marzo de 1981, página 7. / Ñico.

Isabel Allende, la exitosa escritora chilena, es muy sincera. Confiesa que mientras escribía su primera novela, La Casa de los espíritus, “cometía muchas faltas de ortografía, siempre he tenido mala ortografía; ahora un poco menos porque he estudiado».

Me quedan en el tintero muchos otros apuntes de aquí y de allá. Lo que quiero decir es que los cambios idiomáticos en el español atañen y preocupan a unos 340 millones de terrícolas que lo utilizamos, una de cada trece personas sobre el planeta. Esta cifra crecerá a 430 millones en el año 2000. Será entonces la más hablada de las tres mil lenguas que se usan en la Tierra, según predice el investigador Ibérico Daniel Samper.

En este momento el español sólo es superado cuantitativamente por el inglés, idioma nativo de más de 400 millones de personas y primera lengua extranjera universal. Sólo el español, el chino, y el hindú rebasan los 300 millones de nativos, seguidas por el ruso, portugués, alemán y francés, con una audiencia entre 100 y 250 millones. Las demás están por debajo de los 90 millones.

Un idioma millonario

La última edición (vigésima, de 1984) del diccionario de la Real Academia Española consigna más de 900 mil vocablos. En total son mucho más de un millón de palabras, pues cada nación del mundo hispánico tiene su colección particular de voces locales.

Sin embargo, la realidad nunca se puede reflejar sólo con estadísticas. De ese millón de palabras muchas aparecen en el manual más ridículo, estúpido e inútil del mundo: el de Conocimientos Útiles, editado en Madrid en 1911.

Uno de sus capítulos está dedicado a las «Voces Poéticas». Según los eruditos autores del manual, esas son las palabras ideales para construir —ya que no escribir— poemas.

Allí uno se entera de que ahora se puede sustituir ahora por agora, frío por algente, brillar por coruscar, feroz por feroce, fuente por fontana, alegre por ledo y lucífugo es el que huye de la luz.

O sea, aunque la docta academia madrileña acuñó ya más de 900 mil vocablos, lo más seguro es que apenas la mitad, o tal vez menos, sean medianamente aceptables para el gusto y las necesidades actuales.

Por ejemplo, Cervantes —alrededor de 1605— necesitó unas ocho mil voces para componer El Quijote. Sin embargo, hoy, casi 400 años después, hay que tener cierto nivel de conocimiento para entenderlo, o en cambio un diccionario a mano.

Está bien comprobado que los hispanoparlantes usamos habitualmente unas dos mil palabras para comunicarnos, cifra que fluctúa lógicamente, y que asciende a un tope de cinco mil en personas de cultura superior al promedio.

Es un problema con muchas aristas. Cada día se leen relativamente menos libros y más periódicos y revistas, se oye más radio y TV, lo cual tiende a empobrecer el lenguaje. Y la mejor muestra es este reportaje que usted lee. Para escribirlo utilicé un total de tres mil 400 palabras, pero ni una sola lo obligará a consultar el diccionario. Todas son de uso común… para evitarle complicaciones al lector, que siempre está apurado.

Idiomas particulares

Malas combinaciones en la ropa: camisa de cuadros y pantalón de rayas, o viceversa, colores y estampados llamativos. / Publicada en la edición número 39; 25 de septiembre de 1981, página 94. / Ñico

En el campo enemigo también están el analfabetismo, la invasión del inglés y aquellas personas que inventan “su idioma” particular.

Por ejemplo, en Cuba en los últimos años hemos adoptado del inglés; video, casete, casetera, shoping, jeans, hardware… y desde mucho antes arrastramos show, cake, grocery, clutch.

Pero seamos deportivos y sonriamos. Las notas simpáticas las aportan aquellos que hablan sin reflexionar. Hace unos años, en una reunión para analizar «la problemática» de los comedores obreros, todos los funcionarios presentes se referían al gramaje del arroz. Entre ellos se entendían, pero yo estaba al borde de la angustia, pues al final debía redactar una nota y me apenaba preguntar. Pensarían: «Qué periodista más estúpido. Si no sabe algo tan sencillo, ¿qué podemos esperar de él?»

Al fin me di cuenta —no sé cómo— que usaban la palabreja como un derivado del sustantivo gramo. Durante dos horas ni una sola vez utilizaron las palabras cuota, ración, volumen, porción, cantidad, medida.

El tema es tan atractivo que la obra de Argelio Santiesteban El habla popular cubana de hoy se agota rápidamente en cada nueva edición. Es una compilación de algo más de cuatro mil voces. En un preámbulo, el autor cita casi 15 obras anteriores sobre los «cubanismos».

¿Y la universidad?

En el verano de 1988 integré una comisión examinadora de jóvenes a punto de graduarse en institutos preuniversitarios y que aspiraban a estudiar periodismo en la Universidad de La Habana. En esa ocasión compartí el tribunal con Wilfredo Canelo Isla, profesor del centro, quien puede dar fe de lo siguiente.

Era de esperar que ese centenar de muchachos tuviera predilección especial por la lectura y la escritura, o sea por el idioma. Sin embargo, lo que inicialmente supuse una tarea agotadora y minuciosa de calificación de exámenes, fue rápido y sencillo. Casi todos vaporizaron sus aspiraciones en la prueba escrita y menos de una docena llegó al examen oral.

¿Motivos? Abundantes faltas ortográficas, gramática muy deficiente, dificultad para exponer sus ideas, redacción pésima, y ni qué hablar de conocimientos sobre literatura, cultura general y actualidad informativa y noticiosa.

Esta opinión la comparte la doctora Marcia Alvarez, metodóloga del Centro Universitario de Pinar del Río: “Los alumnos de este centro tienen dificultades en su expresión oral y escrita, pero también hemos detectado ese problema en los profesores. Hace años que ofrecemos cursos de postgrado sobre Lengua Materna y otro más profundo sobre ortografía y gramática.”

La doctora Alvarez piensa que el problema se debe en parte a la gran explosión educacional surgida en Cuba en estos años de Revolución: «La gran cantidad de maestros y profesores necesarios impidió ser muy selectivos. Ahora estamos ingresando en una nueva etapa de decantación y selección. También hay falta de exi­gencia por parte de los profesores, que se contentan con respuestas monosilábicas y no piden más a sus alumnos.

“La formación humanística es imprescindible para los técnicos y científicos porque los ayuda a tener más imaginación, más capacidad creadora. Y no debemos dejarlo a la espontaneidad. Ese esfuerzo hay que dirigirlo y darles igual valor a las matemáticas, a la literatura y al arte”.

José Díaz Duque, vicerrector de ese centro, nos explicó cómo allí tratan de mejorar, pero de sus palabras se trasluce que a los estudiantes universitarios de ciencia y técnica les interesa poco o nada las humanidades y las artes, o las subestiman como «algo inútil en la vida práctica», lo cual puede ser muy peligroso pues se crea un caldo de cultivo propicio para una generación tecnocrática.

Escuelas primarias

Uso de términos administrativos y referencia a la pintura cubana. / Publicada en la edición número 51; 19 de diciembre de 1986, página 94. Sección ¿La Bobería? / Arístide.

En el otro extremo del país, Migdaris Torres, maestra de sexto grado con 21 años de experiencia, labora en la escuela Francisco Vicente Aguilera, de Uñas, un poblado de seis mil habitantes, en la provincia de Holguín.

Ella piensa que “hemos cambiado y reducido el Idioma». Recuerda que en el pueblo no hay librería ni biblioteca pública. Tampoco tienen biblioteca en su escuela ni en la secundaria básica.

Los niños leyeron fragmentos de sus libros en voz alta ante los periodistas de Bohemia y Migdaris reconoció que no tienen la destreza suficiente para el grado que cursan.

Ante algunas preguntas casi todos dijeron que leían con alguna frecuencia en sus hogares, pero sólo dos niñas —de 45 alumnos— recordaron con exactitud lo último que habían leído en sus casas. Por supuesto, casi todos tienen TV y cinco que no lo poseen explicaron que van a casas cercanas a ver la programación.

Migdaris aseguró que «hay que hacer más énfasis en la expresión escrita, porque ahora el aprendizaje es mecánico. Aprenden las palabras de memoria y las emplean mal. El vocabulario que se les enseña no se corresponde con el de uso común. Aunque se perfeccionan estas asignaturas y esto deberá mejorar gradualmente».

Este cambio en los programas de estudio ya da algunos resultados en las aulas de quinto grado. En el centro escolar Ciro Redondo, de la zona rural de Gastón, Majibacoa, Las Tunas, el director Filiberto Ponce de León se mostró satisfecho de una clase de quinto: «Ahora la ortografía la vinculamos con la práctica y se puede dedicar más tiempo a lectura y expresión oral. Invertimos hasta cuatro horas semanales para usar periódicos, revistas, describir el paisaje».

En esa aula de 22 alumnos hicimos algunas preguntas y comprobamos que los pocos que leen en sus casas lo hacen por estímulo de sus padres, quienes les regalan libros y revistas infantiles. Y por supuesto se repite el esquema: salen de la escuela y se sientan frente al TV…

En el Encuentro de Educadores por un Mundo Mejor «Pedagogía 90» —La Habana, febrero de 1990— el tema fue debatido profundamente. La candidata a doctora Angelina Romeu del Instituto Superior Pedagógico Enrique José Varona, puntualizó: «La escuela tiene la importante función de desarrollar en el niño una actitud distinta de la que tenía acerca de la lengua materna. Más que pretender corregir su expresión como propósito central, aunque esto no se desatienda, lo verdaderamente pedagógico es lograr que su pensamiento y su lenguaje se desarrollen como resultado de la instrucción lingüística (entiéndase el análisis-reflexivo de la lengua), en contacto con patrones de expresión más complejos… y que se entrene en el empleo de la lengua en situaciones comunicativas diversas.»

Lectores y bibliotecas

Publicada en la edición número 15; 10 de abril de 1987, página 95. Sección ¿La Bobería?

En 1959 los títulos de libros editados en el país fueron 507 y aumentaron a más de dos mil 500 en 1989. Las bibliotecas públicas, de unas 20 llegaron a 355. Las librerías, de unas 15 hasta 330.

Otros aumentos se registraron en esos años en museos, galerías de arte, tiradas de periódicos y revistas y otros muchos índices culturales.

Marta Terry, directora de la Biblioteca Nacional José Martí, y del sistema nacional de esas instituciones, dice: «Ahora entramos en una etapa de cambios cualitativos. Se ha trabajado todos estos años en lograr que los niños acudan por sí mismos, que los jóvenes encuentren en las bibliotecas un lugar de esparcimiento y recreación. Creo que en nuestro continente no hay otro país con un desarrollo bibliotecario tan eficaz, que cubra todo el país, pues tenemos además miles de minibibliotecas en comunidades rurales y de montañas, en barcos, hospitales y centros de trabajo. Cada día aplicamos nuevas ideas para mejorar esta labor».

Zoila Díaz Chaviano. jefa del Grupo de Programas Culturales de la Biblioteca Nacional, explica la nueva concepción de la Campaña Nacional por la Lectura, para introducir a la Federación de Mujeres Cubanas, a la familia, los libreros y los bibliotecarios: «Hasta ahora el bibliotecario se interesaba sobre todo por el libro, creía que ese era su motivo principal de trabajo. Hay que cambiar ese enfoque porque el verdadero objetivo es el lector, sus intereses, gustos y aspiraciones.»

Enrique Saínz, escritor e investigador literario, puntualiza: «Las estadísticas culturales se han incrementado mucho en Cuba, pero hay que saber diferenciar entre cantidad y calidad. Por ejemplo, en Humanidades, que es lo que más conozco, hay mucha falta de exigencia y por tanto sólo unos pocos en cada graduación tienen calidad verdadera. Creo que lo mismo sucede en otros niveles y tipos de enseñanza.

“El progreso espiritual es muy lento. El desarrollo ha sido extraordinario en estos 30 años de Revolución en cuanto a base material y creación de condiciones objetivas y subjetivas. Por eso, si sumamos los pequeños grupos que sí avanzan, a la vuelta de unos años habrá una cultura media notable en el país.»

Femando Santana, 29 años, sociólogo del Centro de Estudios de la Juventud, en La Habana, habla con sinceridad y parece darle la razón a Enrique Saínz: «Nuestro vocabulario está tan restringido, que nosotros no tenemos ni siquiera desarrollo expresivo.

“Yo fui profesor antes que investigador en sociología, y confieso que me costaba trabajo hablar, dar las clases, y todavía hoy no encuentro bien las palabras o atropello mucho las ideas.

‘Y cuando le aplicas una encuesta a un joven, con una pregunta abierta para que él escriba lo que quiera, no sabe hacerlo, tienes que dárselo «masticado», tienes que introducirle los indicadores para que él se dé cuenta. En las entrevistas por TV hay que ver las opiniones que se vierten; son estereotipos. Hay que estudiar esto y conocer las causas para resolverlo.»

Científicos de la lengua

Para tratar de ganar una visión racional y científica sobre la cuestión, estuvimos todo un día de saltapericos —de buró en buró y de oficina en oficina— en el Instituto de Literatura y Lingüística, de la Academia de Ciencias de Cuba.

Uso de términos administrativos. / Publicada en la edición número 6; 5 de febrero de 1988, página 33. / Manuel

Aunque llegamos sin previo aviso, la acogida fue espléndida y nadie me trató de asere ni de yénica, menos mal.

Comenzamos por el presidente del Instituto, el doctor José Antonio Portuondo: «El idioma es un organismo vivo, en pleno desarrollo, y no le teme a la proliferación o irrupción brusca de lenguajes que van desde lo popular hasta lo chocarrero. No me preocupa, porque la lengua va a asimilar lo útil y eliminará lo transitorio o lo que no determina la consolidación del idioma.

«Por ejemplo, ¿quién usa ahora la expresión «se acabó el pan de piquito»? Ya cayó en desuso. Surgió hace dos décadas entre los maniguaneros, pues el pan de piquito era un sinónimo para el cigarrillo de esa hierba, puntiagudo por ambos extremos.

«También se puede revisar nuestra literatura. ¿Cuántos libros que utilizaron el lenguaje vulgar del momento en que se escribieron ya hoy no nos dicen nada?»

Carlos Paz, investigador lingüístico y autor del libro De lo popular y lo vulgar en el habla cubana, asegura que el vulgarismo empobrece el idioma, pero lo popular lo enriquece. «Lo vulgar es lo obsceno, lo chabacano, y es negativo. Lo popular es lo que surge del gracejo popular, expresa limpiamente nuestra idiosincrasia y por tanto es positivo.»

“Dentro de los vulgarismos se encuentran los lenguajes de grupos marginales, delictivos y carcelarios, entre otros.

“Pero se puede establecer un canal desde esos grupos hasta nuestro lenguaje popular cotidiano. Por eso hacemos siempre una alerta sobre todo a los jóvenes, para que aprendan a usar el lenguaje adecuado en cada situación.

«Es decir, el lenguaje se usa, como la ropa, de acuerdo con el lugar y la situación. No se emplea el mismo lenguaje para enamorar a una mujer, que para tratar a un profesor, o en el grupo del barrio o la escueta. Es decir, lo ideal es que el joven —y después el adulto— sea capaz de disfrutar un poema de alta factura intelectual y también pueda hablar con los aseres del barrio.

“Desde luego, hay que tener en cuenta que los hábitos de lectura están muy deteriorados y eso influye en la expresión, en la ortografía, que está muy mal. Por eso hay que preguntarse ¿Todos nuestros maestros tienen patrones lingüísticos apropiados? Estoy investigando en esta dirección porque parece que tenemos problemas en ese campo.»

Max Figueroa Esteva, uno de los principales lingüistas cubanos contemporáneos: «Creo que la explicación a esta dinámica actual de nuestro lenguaje es que la Revolución ha provocado una democratización muy grande, ha mezclado grupos sociales, grandes sectores han tenido acceso al discurso público sin una preparación previa.

»En otros países del mundo hispanoparlante, o aquí mismo antes de 1959, no era así porque cada persona está estratificada en su posición y no puede ni debe salirse de ahí. Es decir, un trabajador bancario es eso y nada más, y un barrendero de calles es esto otro. Aquí no. Aquí el barrendero puede ser el presidente del CDR o el delegado de la circunscripción o el secretario general de su sección sindical, y tiene que hablar en público con frecuencia y con un grado de convencimiento y de persuasión. Esto es un ejemplo elemental y simplificado para que se comprenda lo que quiero decir. En realidad el problema es mucho más complejo.

«Quiero precisar que es necesario mejorar el uso del lenguaje en función del trato con los demás. Es decir, no se puede hablar siempre igual. Yo no uso el mismo lenguaje cuando dicto una conferencia o cuando estoy en la cola del pan o en una guagua, sería muy chocante y hasta absurdo, pero sí hay que velar por usar el lenguaje adecuado en cada momento y no sólo en cuanto a vocabulario, sino en pronunciación y dicción. A veces hablamos muy atropelladamente. Por ejemplo, casi nunca entiendo a los locutores en las terminales de ómnibus”.

Vea y descargue aquí el texto en formato PDF

Bohemia-25-de-mayo-de-1990

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[1] Publicado en BOHEMIA, edición número 21; 25 de mayo de 1990, páginas 4-11.

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