El legado de “Patria”: 132 años de periodismo martiano


El Día de la Prensa Cubana, que se conmemora cada 14 de marzo desde 1992, rinde homenaje al periódico «Patria», destacada publicación que fundó José Martí y que marcó un hito en la historia del periodismo, tras ver la luz por primera vez en la ciudad de Nueva York en esta fecha de 1892.

En este día tan significativo, la sección Bohemia Vieja, sustentada, entre otros, por nuestro Centro de Documentación, nos ofrece la oportunidad de sumergirnos en la historia y el legado de «Patria», a través del artículo «José Martí: Aportes a nuestra cultura política», escrito por el distinguido investigador y docente cubano José Cantón Navarro y publicado originalmente el 16 de marzo de 2007.

En este texto, Cantón Navarro nos transporta al origen y la evolución de la publicación, que sirvió como portavoz de la emigración cubana en su lucha por la independencia del coloniaje español de Cuba y Puerto Rico. A través del análisis detallado, el autor nos adentra en el contexto histórico y político de la época, al mismo tiempo que destaca el papel fundamental del periódico en el incremento de la campaña de propaganda revolucionaria y en pro de la unificación de esfuerzos para alcanzar la libertad.

No solo nos ofrece una visión enriquecedora sobre la importancia de «Patria» en la historia de Cuba, sino que también nos invita a reflexionar sobre el legado de José Martí y su contribución a la cultura política cubana.

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José Martí: Aportes a nuestra cultura política[1]

El Partido Revolucionario Cubano, su periódico Patria y sus clubes revolucionarios, suprema expresión de la lucha del pueblo por la unidad revolucionaria


En los primeros meses de 1892, la emigración patriótica cubana, guiada por el hombre excepcional que fue José Martí, daba cima a la creación de dos instrumentos indispensables para conquistar la independencia de Cuba: el Partido Revolucionario Cubano y el periódico Patria.

Ninguna de esas dos creaciones obedeció a la casualidad. Fueron el resultado de un profundo análisis, hecho por nuestro patriota mayor, de factores tan importantes como las experiencias de las luchas por la independencia de nuestra América, muy particularmente la primera guerra emancipadora de Cuba; las condiciones concretas de la Isla en el último cuarto del siglo XIX, y los intereses y contradicciones de EE.UU. y de las potencias europeas en el contexto latinoamericano. Este estudio permitió al genio político de Martí encontrar las vías idóneas para evitar los errores e inexperiencias de las primeras gestas históricas del continente y sentar las bases para la victoria revolucionaria.

La historia de la emancipación hispanoamericana enseñó a Martí que el primer y decisivo factor de nuestras derrotas anteriores había sido la falta de unidad entre los pueblos y entre los revolucionarios, lo que se manifestaba en fenómenos como los siguientes: divisiones internas, rencores y celos, desde la época de la resistencia contra los conquistadores europeos; prejuicios raciales y sociales; discrepancias entre los jefes, concepciones y tácticas contradictorias, caudillismos, regionalismos, desorden, intrigas, etcétera. Por eso calificó a la contienda cubana del 68 como «la guerra de los fracasos y las discordias» (1).

Por consiguiente, la primera batalla que había que ganar era la de unir estrechamente a todos los patriotas. Martí insistió todo el tiempo, en todas partes y de todas las formas, sobre el imperativo de la unión. Pero solo vamos a recordar palabras suyas en una carta a Máximo Gómez que resume su concepción al respecto: «El valor, el prestigio, la intención pura, el martirologio ejemplar de los revolucionarios del extranjero son inútiles, mientras no trabajen todos unidos» (2).

Y su talento encontró la fórmula capaz de lograr la unión: Crear un partido que integrara, en el pensamiento y en la acción, a todos los patriotas cubanos. Él no aspiraba, así lo dijo, a la «unanimidad imposible» ni a la «servidumbre de la opinión»; su sentido de la unidad consistía en aglutinar en un solo ejército a todos los que estuvieran dispuestos a luchar por la independencia de Cuba y por la creación de una república democrática, sin distingos de raza, sexo, nacionalidad, origen social, ideología, credo religioso o militancia política.

Típico edificio neoyorquino situado en Front Street No.120, donde Martí tenía instalado su propio despacho, sirvió de cuartel general al Partido Revolucionario Cubano. Allí también estaba la dirección de “Patria. / Fotografía publicada en la revista Bohemia, el 22 de enero de 1965, página 11.

Símbolo visible de la unión revolucionaria

El Partido Revolucionario Cubano no se concibió, pues, como un partido de clase, sino como una organización tan amplia como lo permitían y lo exigían sus dos objetivos fundamentales:

  • 1- Lograr la independencia de Cuba y auxiliar y fomentar la de Puerto Rico.
  • 2- Echar las bases de una república democrática y justa.

O sea, fue un partido que se creó, antes que otra cosa, para preparar, mantener y dirigir la revolución independentista. Era el primer partido político que se fundaba en el mundo con un fin nacional-liberador.

También tuvo características peculiares en su estructura y funcionamiento. No se constituyó como una simple suma de individuos, sino como un complejo de organizaciones: el club (organismo de base), el Martí lo explicó así: «El Partido Revolucionario Cubano es el símbolo visible de la unión de cuerpo de consejo (organismo integrado por todos los presidentes de los clubes de una localidad) y la máxima dirección (el Delegado, su auto­ridad más alta, y un Tesorero). Todo miembro del Partido tenía que pertenecer a uno de sus clubes.

El Partido funcionaba sobre la base de dos principios fundamentales: la democracia y el centralismo (el término es nuestro). La democracia se expresaba en las normas siguientes: Los dirigentes eran elegidos por la membresía de abajo a arriba; las Bases y los Estatutos eran discutidos y aprobados por los miembros de los clubes y podían ser modificados por ellos; el Delegado y el Tesorero tenían que rendir cuenta de su actuación una vez al año; el mandato de los dirigentes podía ser revocado por quienes los eligieron; las elecciones se realizaban anualmente; todos los acuerdos se tomaban por mayoría y tenían que ser acatados por la minoría.

El centralismo se expresaba en que los clubes y sus miembros estaban en la obligación de cumplir lo establecido en las Bases y Estatutos, que ellos mismos habían aprobado, y en que las decisiones de la Dirección, elegida también democráticamente, eran de obligatorio cumplimiento para todos.

El carácter latinoamericanista y antimperialista de la organización revolucionaria -presentado con mucha fuerza en infinidad de textos martianos y en otros documentos del propio Partido y del periódico Patria-, se expresa muy sutilmente en sus Bases. En la primera de estas se habla de «fomentar y auxiliar la independencia de Puerto Rico», como parte de sus objetivos, y se advierte que Cuba ha de cumplir en el continente «los deberes difíciles que su situación geográfica le señala» (3). También se expresa el latinoamericanismo en la numerosa participación de patriotas latinoamericanos (puertorriqueños, dominicanos, mexicanos, etcétera) en los clubes revolucionarios y en la redacción de Patria.

En ese hecho se manifiesta también el internacionalismo del Partido, ya que, además de los hijos de nuestra América, integran también los clubes y colaboran en Patria: españoles, italianos, hebreos, estadounidenses y de otras nacionalidades.

Martí lo explicó así: «El Partido Revolucionario Cubano es el símbolo visible de la unión de los cubanos de todas las procedencias, y de los hombres buenos de todos los países, en la idea pura de la creación y emancipación definitiva de la Patria» (4).

Otra característica singular de aquel Partido es su vinculación esencial con las masas populares, particularmente con los trabajadores. Sin ser, como afirmamos antes, un partido clasista, y agrupando en su seno a personas de las más diversas procedencias sociales, lo cierto es que los obreros, sobre todo los tabaqueros, desempeñaron un papel decisivo en la creación y en todo el quehacer del Partido Revolucionario Cubano.

Fue en los grandes centros proletarios de Tampa y Cayo Hueso donde se discutieron y aprobaron por primera vez las Bases y Estatutos del Partido, y los trabajadores constitu­yeron la masa fundamental del mismo. Por algo aseveró Martí: «Aquellos tablados del taller, alzados a porfía con las dádivas sobrantes de los obreros entusiastas, y clavados por sus manos trabajadoras, (son) como símbolo de que la tribuna de la verdad se mantendrá siempre, cuando todas las demás tribunas caigan, por la fuerza y la fe de los hijos del trabajo» (5).

Vocero de la Patria entera

Avanzado el proceso de formación del Partido, Martí siente la necesidad de una publicación que contribuya a lograr el agrupamiento organizado de toda la emigración patriótica y su preparación política y moral, de modo que «asegure la obra a que no bastaría la fe romántica y desordenada de nuestro patriotismo» (6). Y surge así el periódico Patria, con la voluntad y los recursos de los revolucionarios cubanos y puertorriqueños de Nueva York, «para decir todo lo que ellos tenían en el corazón» (7).

Existían ya numerosos voceros de la independencia entre la emigración cubana. Pero ellos expresaban, por lo general, criterios de las localidades o de sectores específicos, e incluso opiniones individuales: eran como pedazos de la patria dispersos por la emigración. Patria vino a representar la patria entera.

Un ángulo del talonario de suscripciones del periódico “Patria”, fundado por Martí en Nueva York. / Fotografía publicada en la edición extraordinaria de la revista Bohemia dedicada al Apóstol, el 1 de febrero de 1953, página 44.

En sus páginas se irían reflejando, tanto en los preparativos de la guerra como después en plena contienda, los graves problemas que afrontaban Cuba y Puerto Rico, las dos únicas colonias que le quedaban a España en América; los caracteres de ambos pueblos, con sus dolores y esperanzas, «para que no caiga la fe de los olvidadizos» (8), el sacrificio y el ejemplo de los héroes; el proceso de formación y avance del Partido, con sus admirables avances y sus grandes obstáculos; la denuncia de las mentiras e intrigas del enemigo y de sus agentes; la forma de superar los errores y contradicciones en el campo revolucionario; las crónicas de la guerra, con anécdotas noticias y comentarios; la «Cartilla revolucionaria», que enseñaba a los soldados mambises a alimentarse en el monte, a vestirse, calzarse, fabricar cápsulas y pólvora, reparar las armas, vencer el cansancio; a dominar, en fin, el arte de pelear por la independencia del país.

En Patria escribían, al decir de Martí, «el magistrado glorioso de ayer y los jóvenes pujantes de hoy, el taller y el bufete, el comerciante y el historiador, el que prevé los peligros de la república y el que enseña a fabricar las armas con que hemos de ganarla» (9).

Fue, pues, organizador e ideólogo instructor y propagandista; educador y consejero; fragua de ideas y de voluntades; arma y trinchera, soldado; jefe de la revolución independentista. Y aunque al principio consideró Martí prematuro llamarla «órgano del Partido Revolucionario Cubano», ya que este no se había fundado todavía, lo cierto es que no tuvo el Partido un medio más idóneo para llevar su mensaje revolucionario a todos los patriotas, principalmente a los emigrados.

Precioso legado ideológico

Placa de bronce situada en la entrada del edificio donde funcionaron las oficinas del periódico “Patria” y del Partido Revolucionario Cubano.

De modo que el PRC, con su periódico Patria y sus clubes revolucionarios, constituyó la suprema expresión y la más rotunda victoria de pueblo cubano en la lucha por la unidad revolucionaria. El Partido fue el alma de la Revolución, y después, al organizar su brazo armado -el Ejercito Libertador- e iniciarse la epopeya del 95, sería el sostén firme y fecundo de la guerra; proveedor de hombres, armas, medicinas y demás recursos indispensables para combatientes de la manigua.

Aunque también es verdad que tras la muerte de Martí, el Partido quedó únicamente para esos menesteres de proveedor, perdiendo el papel de dirigente político-ideológica que le habían asignado sus fundadores. Y tan pronto se firmó el Tratado de París, que «legalizó» la ocupación militar norteamericana, fue declarado disuelto por Tomás Estrada Palma, sin que se hubiera cumplido todavía ninguno de los objetivos para los cuales se creó.

Sin embargo, aquel admirable aporte de Martí a la cultura política no se perdió en la memoria ni en la conciencia del pueblo. Junto al precioso legado ideológico, cultural y ético de nuestro Héroe Nacional, la experiencia del partido único de todos los revolucionarios ha sido también decisiva en las condiciones de nuestra época, y podemos afirmar categóricamente que, si la Revolución Cubana es la reivindicación del sueño martiano ajustado a las exigencias de nuestro tiempo, el Partido Comunista asume ante las circunstancias de la Cuba de hoy, el mismo papel que el Partido de José Martí desempeñó ante las exigencias de fines del siglo XIX. Es decir, en el Partido de Fidel, Raúl, Camilo y Che, vemos la continuidad histórica del Partido Revolucionario Cubano.

Bonifacio Byrne
Benjamin J. Guerra
Ernesto Rosell
Gonzalo de Quesada
Rafael Serra

Colaboradores del Periódico «Patria».

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Referencias

  1. José  Martí: Obras completas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975, tomo 4, p. 466.
  2. ldem,  t. 1, p, 217.
  3. ldem,  t.  1, p. 279.
  4. ldem,  t. 1, p. 439.
  5. ldem,  t. 4, p. 302.
  6. ldem,  t. 1, p. 315.
  7. ldem,  t. 1, p. 338.
  8. ldem,  t. 1, p. 324.
  9. ldem   referencia 8.

[1] Escrito por José Cantón Navarro. Publicado en la revista Bohemia; año 99, no. 6, el 16 de marzo de 2007, páginas 68-71.

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