Publicada en BOHEMIA, edición número 14; 5 de abril de 1968, página 25.
Publicada en BOHEMIA, edición número 14; 5 de abril de 1968, página 25.

Yuri Gagarin, el cosmonauta que cambió el curso de la historia

El 12 de abril de 1961 el hasta entonces piloto soviético, a bordo de la nave “Vostok 1”, realizó un periplo alrededor de la Tierra, convirtiéndose entonces en el primer hombre en llegar al espacio exterior. En honor a este hito, ese día se celebra el Día Mundial de la Aviación y la Cosmonáutica


En enero de 1961, Yuri Gagarin fue seleccionado para formar parte del cuerpo de cosmonautas de la antigua Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas -URSS. Tan solo tres meses después, el 12 de abril de ese mismo año, fue enviado al espacio circunsterrestre a bordo de la nave espacial “Vostok 1”, una pequeña cápsula de poco más de dos metros de diámetro sobre la cual tenía poco control.

Durante casi hora y media, a una velocidad de 28 000 Km por hora, la nave dio dos vueltas completas a la Tierra, convirtiendo a Gagarin en el primer ser humano en volar en el espacio exterior.

Publicada en BOHEMIA, edición número 14; 5 de abril de 1968, página 25.

En honor a este hito histórico, cada 12 de abril se celebra el Día Mundial de la Aviación y la Cosmonáutica.

Para conmemorar este acontecimiento, la sección Bohemia Vieja le invita a leer el texto “La Tierra vista desde el espacio”, sobre la conferencia de prensa que el cosmonauta dio pocos días después de su regreso en Moscú, la entonces capital soviética.

LA TIERRA DESDE EL ESPACIO [1]

En la biografía de la nave cósmica hay una peculiaridad interesante. Como auténtica criatura de su época, autómata de nacimiento, no tuvo conductor desde el principio mismo. Sin embargo, la ciencia, además de las informaciones proporcionadas por los aparatos lanzados a lo profundo del Cosmos, ansiaba observaciones vivas. El mundo vivía esperando las impresiones del primer capitán estelar.

Hoy el astronauta se halla entre nosotros.

Yuri Gagarin ha contado ya muchas cosas. Los periodistas lo entrevistaron poco después del aterrizaje. Las conversaciones continuaron durante el viaje a la capital. Centenares de reporteros, comentaristas y personalidades sociales soviéticos y extranjeros se reunieron en la Casa de los Científicos de Moscú. Además del astronauta hablaron allí destacados representantes de la ciencia soviética. Posteriormente, Yuri Gagarin habló para la incalculable legión de televidentes.

Las notas que toman los periodistas llenan ya carpetas y más carpetas. Los corresponsales preguntaron a Gagarin todo lo que se podía preguntar: desde su peso hasta el aspecto que ofrecía América del Sur vista desde el Cosmos… Aquí trataremos de resumir su relato acerca del primer viaje al Cosmos, de cómo se sentía y de lo que vio al romper a través de la red de los meridianos.

***

Comenzó el vuelo por una prueba muy seria.

Los cronómetros contaron el primero de los 6,480 históricos segundos. El sueño se convirtió en realidad. Pareció como si los motores a chorro despidieran con fuerza la Tierra y ésta se hundiera, dejando de ser paisaje para convertirse en un pedazo de mapa, en una parte del globo terráqueo. La nave cobraba altura velozmente, venciendo la poderosa fuerza de la gravitación. La atracción de la Tierra, más el estruendo de los motores y la vibración fueron las primeras fuerzas que entraron en pugna con el hombre, constituyendo la prueba No. 1. Veamos lo que dice de ella el aviador:

“En el sector activo, es decir, cuando la nave se colocaba en órbita, la acción de las sobrecargas, la vibración y otros factores no ejerció sobre mí un influjo deprimente, y me permitió trabajar con provecho, siguiendo el programa trazado para el vuelo”. A. Nesmeiánov, Presidente de la Academia de Ciencias de la URSS, comentó como sigue el despegue y la aceleración: ”… incluso en este tenso período del vuelo, el astronauta Yuri Gagarin nos comunicaba todos los datos necesarios no sólo sobre su estado, sino también sobre el funcionamiento de los sistemas de la cabina de la nave. Después de atravesar las capas densas de la atmósfera, cuando el astronauta vio la Tierra, transmitió: «¡Qué hermosura!”

Aquella voz procedente de los cielos sonaba triunfante.

La prueba No. 1 terminó con una victoria. Era aquella una victoria de los constructores de cohetes: se había logrado amortiguar los ruidos, atenuar la vibración y elegir para el astronauta una postura en la que el agobio de las sobrecargas no era peligroso. Fue una victoria de los entrenamientos: se había justificado plenamente el programa científico de preparación, que incluía entre otras pruebas la rotación en centrifugadoras y la trepidación en bancos vibratorios.

Pero el vuelo no dejaba tiempo para tomarse un respiro. A la fase del ascenso sucedió otra.

Enmudecieron los motores, se desgajó el cohete portador y la nave se puso en órbita en torno a la Tierra. El medio exterior había cambiado diametralmente para el astronauta. Con la crueldad de los brujos de las leyendas, la naturaleza impuso la prueba No. 2, en la que actuaban fuerzas contrarias como si hubiera lanzado al hombre de una hoguera a un montón de nieve. A las sobrecargas, que parecían llenar de plomo el cuerpo, sucedió la más absoluta ingravidez. El piloto flotó sobre la litera. Alzó la mano y ésta quedó suspendida. Y tuvo que hacer un esfuerzo para bajarla. Levantaron el vuelo la cartera y el lápiz. Un silencio mudo y una quietud absoluta envolvieron el pequeño mundo de la cabina.

”En la ingravidez —ha escrito el académico V. Enguelgardt— hay algo simbólico. Es precisamente la gravedad lo que crea la ligazón omnímoda del hombre con la Tierra”. El 12 de abril, un representante del género humano quebrantó esa ligazón.

Cuando se pararon los motores del cohete, a los científicos les latió tumultuosamente el corazón. Las condiciones de la ingravidez era antes de la salida la mayor «mancha blanca”. Reproducirlas en la Tierra y mantenerlas largo rato es imposible, y los contados segundos en que surge la ingravidez cuando un avión se desliza por una parábola no muy pronunciada son excesivamente efímeros para que la ciencia pueda tomarlos muy en consideración. Había llegado el momento de comprobar las hipótesis, no infundadas, pero sí apriorísticas, sobre la plasticidad del organismo humano, sobre sus amplias posibilidades para vivir en el Universo infinito.

«Soporto bien la ingravidez». Eso no fue una interviú ni un informe, sino el radiograma que trasmitió Gagarin cuando surcaba el espacio sobre África. Su relato en la Tierra fue mucho más detallado y concreto. La teoría se vio confirmada por hechos.

En estado de ingravidez, el astronauta respiraba sin dificultad, bebió y comió con apetito; por cierto, no sólo alimentos especiales, sino corriente pan ruso. Además, mantuvo comunicación con la Tierra por teléfono y telégrafo. Anotó sus observaciones y vio que su letra no había cambiado un ápice. Hoy conocemos su letra por un sinnúmero de autógrafos. En el Cosmos era la misma. La única diferencia consistió en que allí tenía que sujetar el cuaderno para que no se le escapara. Resumiendo, el astronauta ha dicho que la falta de gravedad no altera el funcionamiento del organismo ni disminuye la capacidad de trabajo.

Pero había otro aspecto del problema: el psicológico.

La ingravidez, el silencio, el aislamiento del mundo y toda aquella situación tan inusitada podían resumirse en una palabra terrible: soledad. La conciencia del hombre es objeto de fuerte ataque en el Cosmos. “¿Se sentía usted solo?”, preguntaban a coro a Gagarin los habitantes de la Tierra.

“No —respondió el astronauta—. Sabía perfectamente que mis amigos, que todo el pueblo soviético seguía en aquellos momentos mi vuelo espacial”. Gagarin ha confirmado que la distancia no hace que el hombre se encuentre solo.

Al responder una y otra vez a las interminables preguntas acerca de cómo se siente el hombre en el Cosmos, Gagarin decía: “perfectamente’’, “muy bien”, “a mí me gustó». Al hablar por TV dijo, bromeando, que la ingravidez tiene algo de curativo. Por lo visto, Gagarin se refería al efluvio de optimismo y a la sensación que experimentó de la superioridad del hombre sobre las fuerzas de la naturaleza.

“Todo el vuelo es trabajo”, dijo el comandante de la nave “Vostok” en sus respuestas a los periodistas. Trabajo era el atento autoanálisis, trabajo era el control de las instalaciones, trabajo eran las anotaciones en el diario de a bordo, la grabación en el magnetófono, la comunicación con la Tierra y, por último, la contemplación del planeta a vista de pájaro cósmico… Esa contemplación equivale a un descubrimiento.

El hombre se ha convencido por sus propios ojos de que la Tierra es esférica. Hablando con palabras de Gagarin, “se puede creer al globo terráqueo”. Desde lo alto de la órbita se ve cómo la superficie de la Tierra se redondea en el horizonte.

Contrariamente a lo que algunos suponían, desde una altura de trescientos kilómetros se perciben bien muchos detalles de la Tierra, si no la tapan las nubes. Se perfilan nítidamente los macizos montañosos, los grandes bosques y ríos, las grandes ciudades, las costas de los continentes y las islas. En la Unión Soviética se distinguen, además, los extensos cuadrados de los campos koljosianos: los prados ofrecen un aspecto distinto al de los sembrados. Alguna vez, máquinas fotográficas (a bordo del “Vostok” no las había) nos hablarán de esto con mayor detalle.

Gagarin describió el bello nimbo azul que circunda la Tierra. Una aureola de inefable belleza rodea a nuestro planeta. En suave gama se suceden el azul pálido, el azul, el violeta y el negro. Al salir de la sombra de la Tierra, los colores cambiaron: un anillo anaranjado claro rodeaba el horizonte. En el plano cielo cósmico, el Sol brilla con intensidad mucho mayor. El piloto no logró distinguir las constelaciones: pasaban con excesiva rapidez. Pero las estrellas se dibujaban con mayor precisión y lucían más claras.

En su tiempo, el escritor ruso Antón Chéjov, gran soñador y enamorado de lo bello, deseó a los hombres que vieran el “cielo cuajado de diamantes”. Así lo vio Gagarin, piedras preciosas fulgiendo sobre el terciopelo negro: el cielo del Cosmos.

La nave “Vostok” cruzó la frontera del día y la noche; la oscuridad llegó velozmente. Atravesó también la línea de sucesión de las fechas; la nave espacial soviética irrumpió en el hemisferio occidental cuando allí se consumía la aurora vespertina del 11 de abril. Occidente vivía con retraso. Mientras, el revestimiento de la nave lo calentaba ya el Sol. Este anunciaba en la patria del “Vostok” la llegada del nuevo día. Y, como dijo el mundo poco después, la llegada también de una nueva era.

A medianoche, cuando la noticia de que un soviético había salido al espacio despertaba a los americanos, la nave regresaba ya a su patria. De las altas antenas se lanzó al espacio una bandada de señales de radio, voló al encuentro del pájaro cósmico, llegó a él y lo condujo al lugar de aterrizaje, a casa.

En la cabina de la nave se encendió el cuadro de señales del «TDU»: se conectó el dispositivo motor de frenado. Comenzó el descenso, la última etapa del vuelo, la última prueba, la prueba No. 3. De nuevo levantó cabeza el peligro de las sobrecargas, con la agravante de que atacaba ahora a un hombre que llevaba ya 78 minutos de vida y trabajo sin precedentes. ¿Qué tal se sentía? ¿No daría al traste el cansancio con aquella victoria que hacía vibrar al mundo, emocionado, pasmado? La respuesta no se hizo esperar. La trajo el propio astronauta.

“El paso de la imponderabilidad a la gravitación, la aparición de la fuerza de atracción —dijo Yuri Gagarin— se produce suavemente. Ya he dejado de flotar sobre la litera, estaba tumbado en ella”. ¿Cansancio? A las preguntas de los curiosos periodistas respondió que hubiera podido permanecer en la nave espacial mucho más tiempo. Pero la duración del vuelo había sido fijada en el programa. Este fue cumplido en todos sus puntos.

De nuevo, tierra bajo los pies. Y no era un simple favor de la suerte. Era un éxito. “Como todos mis camaradas, científicos, ingenieros y peritos, yo no abrigaba la menor duda en el buen éxito de este vuelo espacial”, declaró Yuri Gagarin. Por ello, seguramente, no tomó consigo ningún talismán, lo que fue un desengaño para uno de los periodistas extranjeros.

El aterrizaje se efectuó en el lugar fijado.

Gagarin estrechó la mano de la koljosiana Anna Tajtárova, la primera persona con quien se encontró, y en respuesta oyó la invitación tradicional y emocionante de tomarse una jarra de leche.

Así terminó este vuelo. La única “víctima” fue el académico Parin, destacadísima personalidad de la Medicina, quien, al abrazar al astronauta, el duro casco espacial le arañó una mejilla.

El 14 de abril de 1961, Yuri Gagarin informó en el aeródromo de Vnúkovo a Nikita Jruschov, jefe del Gobierno soviético, de que había cumplido su misión. La había cumplido inmejorablemente.

Como era de esperar, la prensa entera quiso saber todo lo que sintió el astronauta al regresar a la Tierra y Gagarin les dijo lo que sentía. Gratitud a los creadores de la nave. Gratitud porque su Patria fuera la pionera del Cosmos. Alegría porque le hubieran confiado ser el primero. Y un aflujo de fuerzas para nuevas proezas.

Gagarin sueña con pisar la Luna, con explorar los canales de Marte, con ver lo que oculta Venus bajo su manto de nubes. “Me consideraré feliz y agradecido si me confían un segundo vuelo”, dijo Gagarin, pero no se olvidó de añadir que el país ha preparado bastantes astronautas y, probablemente, tendrá que ceder la vez a otros.

El 12 de abril terminó una época y comenzó otra. El prólogo ha terminado. Se ha levantado el telón del Universo.

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[1] Publicado en BOHEMIA, edición número 15; 13 de abril de 1962, páginas 9-10.

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