Tomás Romay: pionero en la medicina cubana

Hoy celebramos el legado del eminente científico Tomás Romay Chacón, cuya incansable labor en el campo de la medicina marcó un antes y un después en la historia de las ciencias médicas. Al conmemorarse los 175 años de su fallecimiento, la revista BOHEMIA recuerda a este humanista, botánico y químico que fue pionero en el ámbito de la higiene y la prevención de enfermedades.

Romay fue un visionario que supo adelantarse a su tiempo, al promover la vacunación antivariólica, destacar la importancia de la interrelación clínico-patológica y colaborar en el estudio de la fiebre amarilla. Su incansable labor en pro de la salud pública le valió el reconocimiento como el padre de la medicina científica en Cuba.

En este día tan especial, la sección Bohemia Vieja rinde un merecido homenaje a este ilustre científico, al acercarse al artículo «Tomás Romay y Chacón», una joya bibliográfica que nos acerca a la vida y obra de este genio de la medicina cubana[1].

Tomás Romay Chacón

Quien sería una de las cimeras glorias científicas cubanas nació el 21 de diciembre de 1764. Comenzó sus estudios en el Colegio de los Monjes Predicadores con un tío paterno, Fray Pedro, como tutor, y recibió el título de Bachiller en Artes el 24 de marzo de 1783. Algo más tarde, su tesis en un examen de oposición le ganó el derecho a una cátedra de Texto Aristotélico y a los títulos de Licenciado y de Maestro en Artes. Sus estudios de Medidas en la Universidad Pontificia de San Jerónimo de La Habana, seguidos de dos años de práctica bajo la dirección del doctor Manuel Sacramento, lo llevaron a satisfactorios exámenes finales ante el Tribunal Real del Protomedicato el 12 de setiembre de 1791. El 24 de diciembre de ese mismo año, Romay ganó el primer premio en un concurso y obtuvo la cátedra de Patología y los títulos de Licenciado y de Doctor en Medicina.

Como entusiasta partidario de los estudios de la naturaleza, fomentó la creación del Jardín Botánico; hizo arreglos para la educación de José Estévez Cantal, el primer químico cubano, y -junto a José Agustín Caballero, introdujo el esclarecimiento científico en las páginas del «Periódico», donde comenzó su lucha contra el escolasticismo.

Aunque Romay trabajó en varias ciencias, su mayor erudición era la medicina. Fue, verdaderamente, un gran médico que formó su propia biblioteca y, mediante su iniciativa e inteligencia, propagó las más modernas y progresistas teorías médicas de su tiempo por medio de las obras de los más renombrados autores del siglo XVIII y de la primera mitad del siglo XIX.

La medicina tomó base científica en Cuba gradas a Romay. Comenzó nuestra bibliografía médica con la publicación de su Disertación sobre la Fiebre Maligna, llamada comúnmente Vómito Negro que, aunque no fue la primera obra escrita en español sobre esa enfermedad, quizás fue una de las mejores escritas en dicho idioma en aquel tiempo y habría de ocupar un lugar prominente en la bibliografía internacional sobre la fiebre amanilla.

Después de abandonar la vetusta Universidad Pontificia, Romay prosiguió sus estudios médicos en los hospitales con un nuevo tipo de educación que estudiaba «los signos perceptibles presentados por el paciente» y buscaba posteriormente en las autopsias la confirmación del diagnóstico. Insistió en que la medicina tenía que aprenderse al lado de la cama del paciente y que lo observado debía compararse con las opiniones de autores extranjeros, especialmente los europeos, antes de realizar investigaciones.

Romay, que estaba más interesado en la salud pública que en su práctica privada, se convirtió en uno de los primeros grandes higienistas de América. Introdujo por primera vez la enseñanza práctica de la higiene pública cuando junto con el obispo Espada expresó la necesidad de construir un cementerio general para eliminar la nociva costumbre de enterrar cadáveres en las iglesias. Otra de sus sobresalientes actividades médicas fue la introducción, cultivo y conservación de la vacuna contra la viruela durante más de treinta años. Su humanitarismo y vocación médica condujeron a este venerable científico, ya con setenta arios, a ofrecer un ejemplo de devoción y de sacrificio al ocupar un lugar de trabajo en la lucha contra la devastadora epidemia de cólera de 1833. Su conducta es aún más admirable si se tiene en cuenta que muchas familias acaudaladas se fueron de La Habana y buscaron refugio en lugares donde suponían que no las alcanzaría el «huracán silencioso».

Aunque las actividades de Romay en el campo de la medicina tuvieron el mayor mérito, no fueron ellas solamente las que dieron la medida de su papel cultural en la historia. El fue, sobre todo, el iniciador del movimiento científico en Cuba.

Esencialmente, un pensador científico grandemente respetado por todos sus contemporáneos, Romay abogó constantemente por la aplicación de métodos científicos, aun en campos ajenos a su disciplina profesional, como por ejemplo el de la agricultura. Realizó proyectos en las diversas esferas: en la medicina, en la botánica, en la química, en la agricultura, en la historia, en la gramática, en el arte; en la sociología, en la filosofía y en la enseñanza.

En el artículo que publicó en el «Periódico» en 1793, Romay confirmó su adhesión al esclarecimiento recomendando un estudio de la naturaleza «que no fuera abstracto sino basado en la observación y el análisis» y proclamó la necesidad del estudio de la botánica y de la química en conexión con el de la medicina y elogió el nuevo plan de estudios de la Universidad de Valencia, «que descarta la bárbara medicina árabe y coloca en su lugar las ciencias exactas, la física experimental, la botánica, la química, la fisiología y la patología».

Romay al hacer científica la medicina mediante la asimilación de las ideas y tendencias determinantes de la ciencia en su siglo, mediante el audaz fomento del estudio de la naturaleza y mediante la publicación de sus avances y conquistas en Europa —naturalmente por supuesto dentro del marco restringido de las posibilidades que ofrecían la comunicación entre Cuba y otros países, lo incipiente de la prensa y la carencia de libros en su país— demostró tener una mente independiente, responsable de sus actos, aun cuando esto significara un gran riesgo, y se convirtió en un verdadero creador de nuestra cultura científica.

Famoso, aunque pobre, Romay murió a la edad de 85 años el 30 de marzo de 1848. Sus funerales constituyeron una imponente manifestación de duelo por un hombre que supo abrir el camino hacia un bienestar social más elevado para el pueblo.

NOTA:

[1] Publicado en la revista BOHEMIA el 2 de mayo de 1969, edición número 18.


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