Depredadores

Alamar. Martes 12 de abril de 2022. Aproximadamente 2:30 de la madrugada. Un ruido muy distinto al de los vehículos al circular por la calle despierta a algunos vecinos. Semeja al sonido que provoca un vagón muy cargado. El sueño no permite discernir con claridad, pero la algarabía de un grupo de adolescentes hace que algunos asomen a sus ventanas.

— ¿Qué pasa?, preguntan algunos, sobresaltados… Nadie puede responder, porque no imaginan qué sucede

Al ver que algunas luces se encienden, los involucrados en el trasiego sienten que “su obra de teatro” comienza a tener público y la diversión es mayor. Ninguno de los adultos alarmados por la interrupción del descanso es familia de los muchachos.

De repente, alguien –desde lo pisos más altos del edificio continguo- comenta con asombro:

— ¡Están jugando con un contenedor de basura!

— ¡¿Quéeeee?! Inquiere un anciano, que los regaña y les insta a devolver el gran recipiente a su lugar de origen.

Y la respuesta, entre risas burlonas, hace mayor el irrespeto:

— ¡Cállese, viejo! ¿A usted qué le importa? ¡Encárguese de su familia!

Y la escena se torna compleja, porque los muchachos andan a su antojo, moviendo aquel contenedor de arriba abajo y viceversa, como el mayor de los entretenimientos posibles. Lo mueven, lo tiran… y la basura cae a la calle. La rueda –solo una le queda a la gran vasija- está a punto de colapsar.

Más de una persona se pregunta dónde están los padres de esos malcriados. ¿Cómo pueden dormir a pierna suelta, mientras los hijos andan en la calle, en pandilla, molestando, cometiendo delitos –porque maltratar la propiedad colectiva lo es-, y quién sabe si ingiriendo alcohol u otras sustancias. Cuando estos grupos se unen cualquier cosa puede pasar, porque lo que no se le ocurre a uno, se les ocurre a los otros.

La frase popular “que pare el que tenga freno” parece haber encontrado terreno fértil en este y otros grupos de jóvenes que se ocultan en las sombras de la noche para sacar a la luz el lado oscuro del alma; molestan el descanso de los que estudian y trabajan, y algo tan serio como eso: destruyen la propiedad colectiva, como bancos, los propios colectores de basura, y hasta hurtan los interruptores de la electricidad y las piezas de los motores extractores del agua en los edificios.

Resulta inevitable ir a los recuerdos de tiempos en los que pasamos por esa edad: cuando mi único hermano varón salía, mi madre, aunque se acostara, no se quedaba dormida hasta escuchar el ruido característico de la llave en la cerradura de la puerta. Se volteaba en el lecho para hablarle:

—Pedrito, ¿cómo te fue? —parecía algo rutinario, siempre la misma pregunta y siempre la misma respuesta: “Bien”. Pero era mucho más que eso, era la preocupación por el hijo, sin importar cuántos años tuviera. Era la evidencia de su desvelo por él. Con las hembras sucedía igual, aunque había que llegar más temprano.

Yo vivía en una comunidad donde la generalidad de las familias actuaba de la misma manera. No había mucho desarrollo; sin embargo, el amor parental era inmenso, guiado generalmente por las madres, cuyo mayor orgullo era lograr que sus hijos fueran hombres de bien, respetuosos.

Madres y padres han tenido, tienen y tendrán siempre la responsabilidad de velar por el desarrollo y educación integral e inclusiva de sus hijas e hijos para lograr que lleven una vida responsable en familia y en sociedad.

¿Podrán lograrlo esos adolescentes que tienen como centro de su entretenimiento un medio destinado a la higiene colectiva sin que los padres sepan que, mientras ellos duermen, sus hijos andan por el camino de la depredación?

No aliento el pesimismo; pienso que nunca es tarde para emprender acciones alguna vez olvidadas en el seno familiar. Si no se es buen padre o madre, no se es buen ciudadano; si no se es buen hijo, tampoco se podrá esperar mucho en el futuro.

Todos debemos saber qué hacen nuestros hijos y las consecuencias que sus acciones puedan tener. Por ejemplo, este grupito de adolescentes, cuya irreverencia perturba el sueño de personas de bien, hoy la emprende contra un contenedor de basura, deteriorando un medio colectivo y dañando la higiene comunal. Pero, si no se les detiene, mañana ¿hacia dónde enfilarán su “entretenimiento”?

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2 comentarios

  1. Coincido plenamente mis hijas de 23 y 29 años, hoy una graduada universitaria y la otra en 5to año aun se reportan conmigo cuando se trasladan de un lugar a otro, cuando salen no logro conciliar el sueño hasta no sentir como dices que María hasta que Pely no abría la puerta no se dormía y es un hábito que aunque la habitación esté a oscura abran la puerta para decirme llegué. Puede que no cuenten cada paso de su vida, que pueden decir alguna mentirilla, pero lo normal es que cada día intercambiemos no menos de 20 minutos como fue todo en la jornada.

    Creo que los padres tenemos responsabilidades ineludibles que muchos hoy dejan a un lado, es preocupante la situación en verdad.

    1. Así es Ileana, pero resulta que, al parecer, los papeles se están invirtiendo y quienes mandan en casa muchas veces son los hijos, y los padres no asumen como deben sus responsabilidades; solo reaccionan –y a saber de qué modo-, cuando los hijos se involucran en problemas serios. Para entonces, es tarde.
      Muchas gracias!

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