Desafíos al leer el cine

Desarrollar una conciencia crítica desde edades tempranas propicia influir en el buen gusto de las mayorías sin límites de edades o sexos


Por diferentes vías llegan señales, solo hay que saber captarlas. El escenario fílmico del siglo XXI cambió debido a la avalancha de nuevos medios o experiencias interactivas que satisfacen las necesidades comunicativas y de entretenimiento; no obstante, los clásicos continúan siendo referentes imprescindibles, lejos de pertenecer al pasado, intranquilizan nuestra existencia.

Ningún relato es totalmente ajeno a la vida, dada su condición de universo, donde tiempo, espacio, causalidades, se constituyen en el contexto y en la razón de ser del televidente. De ahí que la familiaridad forma parte de una dinámica de conocimiento y análisis ante las ficciones audiovisuales.

Sus poderes son, al parecer, ilimitados. Incluso, en ocasiones, propician creer sensato el deseo de lo imposible. Según aseveró el ensayista y poeta francés Gérard de Nerval (1808-1855): “La imaginación humana no ha inventado nada que no sea verdadero”. Personajes e historias pueden inspirar odio, amor, rencores, miedos, angustias, entre otros sentimientos, y siempre, de alguna manera, establecen relaciones con lo real, entendido como realidad de la ficción.

Las producciones que transmite el Canal Clave en los espacios Noche de clásicos y Cine Clave, por lo general sin anuncio previo del director o las complejidades de la puesta, revelan la riqueza propositiva del cine musical, apenas conocido o no en la dimensión merecida.

No bastan los ciclos en la Cinemateca, los homenajes circunstanciales a directores, actores, actrices, productores, la TV tiene que anunciar, comentar, compartir la riqueza patrimonial cinematográfica. Sabe hacerlo, pues en la práctica no han faltado estrategias en este sentido. ¿Qué falla? Sistematicidad.

Con independencia del género dramático, la refiguración de la experiencia temporal se expresa, en algunas producciones, mediante recursos narrativos que influyen en la velocidad de lo que se cuenta y en su desarrollo argumental.

Solo el aprendizaje continuo, estable, puede contribuir a enfrentar los desafíos planteados por los lenguajes al leer el cine de todos los tiempos.

El más frecuente es el flashback –plano generalmente muy breve, narrado por un personaje, que retrotrae a una acción pretérita en relación con el acontecimiento representado–, se usa desde tiempos inmemoriales, solo hay que comprenderlo.

A soluciones insospechadas pueden conducir los flashback. Nunca son inocentes, sirven para complejizar el juego de las expectativas. Las personas, en solitario, o en compañía, participan en la co-creación de otros mundos posibles. Basta un giro al pasado bien ubicado dramatúrgicamente en el discurso narrativo para motivar la reflexión y el disfrute, depende de la subjetividad de cada humano.

Igual que en la realidad cotidiana, el recuerdo focaliza conflictos, situaciones, circunstancias, de ahí que los audiovisuales permitan al narrador-personaje revelar u ocultar secretos, o inventar lo que desconoce.

A veces molesta recibir la misma información, una y otra vez, pero la narratividad de determinada propuesta lo exige –no en demasía, claro está–, de lo contrario el televidente corre el riesgo de naufragar en aguas desconocidas, pierde el interés, decae su atención, y busca otro canal.

Dicho recurso influye en el ritmo, este deviene una cadencia que se emplea en el proceso comunicativo, a partir de combinaciones de efectos, la planificación en la estructura ficcional y la duración de los planos.

Se manifiesta, por ejemplo, en poéticas del sueño, la valoración del mal y la locura. Lo han incorporado, en propuestas vistas en televisión, Alfred Hitchcock (Vértigo, Marnie), Orson Welles (El cuarto mandamiento) y Joseph Losey (Accidente, El sirviente), por solo mencionar contribuciones artísticas relevantes, aunque no hayan sido premiadas con un Oscar.

A propósito, el espacio Sin Oscar (Canal Educativo, martes, 10:15 p.m.) es una excelente opción para conocer las producciones independientes de varios países. Las mayorías no deben ignorarlo.

Foto. / prensa-latina.cu

De acuerdo con la primera actriz Eslinda Núñez, Premio Nacional de Cine: “Se aprende mucho a ver cine, viéndolo. Puede ser en casa, en el cine, en el teléfono. Ese disfrute te mantiene alerta para siempre. Por eso hay que empezar temprano el reconocimiento de lo mejor de las cinematografías mundiales”.

En un mundo interconectado, si bien la TV no es el único medio responsable del enriquecimiento cultural de los públicos, puede hacer mucho por ellos. A los avances tecnológicos, a las buenas intenciones, hay que añadir nuevas ideas, renovados planteamientos estéticos, soluciones artísticas que cautiven a los nativos digitales, en su mayoría ansiosos por incorporar conocimientos mediante las experiencias compartidas en la red.

En Cuba, disfrutar de la pequeña pantalla en el hogar, donde se reúne la familia, es una práctica habitual. ¿Por qué no aprovechar todas las oportunidades para intercambiar, debatir sobre actitudes complacientes ante lo banal y lo violento de algunas producciones extranjeras? 

Fundar una cultura diversa, rica, exige aprender desde edades tempranas. Hablar, dialogar, decirle al otro: “aprecia lo que te estás perdiendo”. La comunicación oportuna impide caer en las trampas del silencio.

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