El adulto mayor en Cuba y los códigos de la sensibilidad

El adulto mayor en Cuba y los códigos de la sensibilidad.
No basta con que se amen como nadie; es preciso que también sean amados y atendidos. / Pastor Batista Valdés.

¿Qué ciudad, comunidad o zona rural no los tiene? Mucho más en medio de este envejecimiento poblacional en que cada vez se adentra más la sociedad cubana…

No son abstractos ni ajenos. Tienen rostro concreto, nombres, lazos de consanguinidad. Son nuestros padres, abuelos, tíos o sencillamente vecinos que tal vez fueron ayer -y aún son hoy- más familia que muchos con nexo filial.

No se trata de un puñadito. Las estadísticas consignan que los adultos mayores (más de 60 años) constituyen aproximadamente la quinta parte de la población cubana. Para que se entienda mejor: más de 2 millones de personas. Se estima, incluso, que para el 2030 ese grupo etario sobrepase los tres millones y ronden el 30 por ciento de los habitantes del país.

Lógicamente, no estamos hablando de un segmento poblacional en el que predominan una salud envidiable o tranquilizantes signos de vitalidad en torno a tensión arterial, apetito, sueño, actividad motora, respiratoria, cardiovascular, urinaria o al funcionamiento de otros sistemas imprescindibles para la vida.

Mucha tristeza debe sentir quien se sumerge en la vejez, de la mano de una soledad inmerecida que no lastima tanto por su esencia individual como por la añoranza que traza la ausencia de la misma mano que, diminuta ayer, fue acariciada con esa divina adoración que nadie puede llevar dentro y liberar como hacen los padres y abuelos.

El adulto mayor en Cuba y los códigos de la sensibilidad.
El nuevo Código busca que realmente cada adulto mayor se sienta atendido, comprendido, feliz. / Pastor Batista Valdés.

Pero es tan convulso el ritmo de la vida que…  ¡No! Por favor nadie me diga que no hay tiempo o espacio, en medio de la más agitada tormenta, para dedicarle a ese anciano o anciana unos minutos de ternura que en verdad pueden terminar representando años o siglos de comprensión y de agradecido amor.

No por azarosa casualidad o capricho el Código que ha concebido el país para toda familia cubana reserva un remanso de deferente visualidad y consulta, a la medida de la atención a que tienen total derecho, pero que además merecen, todos los adultos mayores. Usted puede comprobarlo en artículos como los comprendidos del 443 al 454.

El nonagenario Pedro Ramírez tuvo el privilegio que debiera asistir a todo humano: despedirse para siempre con una sonrisa de hijos, nietos y bisnietos, allá, en la apacible ciudad de Manzanillo. Colmado de cariño familiar también acaba de hacerlo el octogenario Ángel García Legón, en tierra espirituana. Ejemplos hay por miles.

Pero también he visto la dicha en peldaños inferiores.

Con 85 años de edad, según leí recientemente, una habanera llamada María Teresa Domínguez tuvo que abandonar su casa, cuando resultaron infructuosos todos los intentos legales y se vio obligada a cederles los derechos de propiedad a las mismas (ingratas) personas que, un tiempo atrás, había abrigado en su hogar.

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Eso que consigna la señal debiéramos asegurarlo todos: cederle paso a quienes se adentran en la tercera edad. / Pastor Batista Valdés.

Que con más de 80 calendarios en las vértebras, el avileño Raúl Romero tenga a su hijo más cercano en La Habana e incluso, cuando el “muchacho” lo sorprende a cada rato con un “saltico” hasta la tierra de la piña, no debe traducirse en esa indiferencia comunitaria, social y hasta institucional que, en casos similares, suele aislar, distanciar y abrir arrugas en el sentimiento.

¿O alguien supone que esa hora y media, sentado en un banco del Parque Martí, a media mañana, suple y llena la nostalgia y la afectiva necesidad que durante todo el día siente Raúl?

Por eso los ojos le resplandecen, y a veces hasta saca un par de pequeñas copas y brinda cuando viene un “tipo” que tiempo atrás apareció como por arte de magia en su vida, saca tiempo de la manga de la camisa para dejarse caer en un sillón cinco minutos y echar juntos “una parrafada”, o para caerle encima al muchachón del punto del gas licuado y resolver “la balita del pobre anciano que vive solo”, o para sacar una tijerita que parece de juguete y dejarle pelarlo mejor que aquella señora que hoy cobra cinco veces más por el mismo corte.

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La mujer, al fondo, observa ese gesto de sensibilidad, en Camagüey. / Pastor Batista Valdés.

Pienso en Rigoberto Triana, uno de los tantos longevos en cuyo hogar se coló un mal día el nuevo coronavirus y le dijo: usted quédese quieto ahí; me llevo a su único hijo. Y el humilde anciano quedó solito en el mundo porque dos años antes había partido su Dora, la dulce maestra idolatrada por la ciudad entera, con quien él acumulaba más de medio siglo de amor, sin una sola noche durmiendo en camas separadas por razones de disgusto y ni siquiera de espaldas, cada uno en un extremo del mismo colchón.

“Pero por suerte mi cuñado, Segundo, un entrañable amigo de mi hijo, viene frecuentemente a verme, a conversar, a traerme algo de comer, del mismo modo que algunos vecinos y personas conocidas me dan la vuelta, me invitan a jugar dominó por la noche y se preocupan por mí en la medida de lo posible. Eso, por supuesto, hay que haberlo sembrado. Uno se lo gana con el paso de los años y de la vida.”

Pensando en estas cosas acude a mi memoria la crónica El caballero de la eterna Reina, publicada hace algún tiempo, acerca de un longevo matrimonio que, tomados de la mano, solían desandar calles, plazas, espacios públicos y hasta centros recreativos, como si fuesen dos jovencitos que acabaran de iniciar una relación amorosa.

También recuerdo otra titulada  Esa abuela en el ventrículo izquierdo de cualquier ciudad Hace poco, el lente de mi cámara no pudo soportar la tentación común de congelar la silueta de una pareja de ancianos avanzando calle abajo, de la mano, luego de comprar el par de bocaditos que seguramente comerían un rato después, tal vez a modo de merienda, quién sabe si de modesto almuerzo…

El adulto mayor en Cuba y los códigos de la sensibilidad.
Que nunca te falte, abuela, la ternura de hijos, nietos y vecinos como esa niña. / Pastor Batista Valdés.

Sé que nada de extraordinario quizás tenga tal imagen. Permítanme, sin embargo, anexarla a estos párrafos. Es que me transmite la misma sensación que siento viendo a Julio Valdés “prendido al dominó” con sus dos hijos, nietos y nueras. Es que experimento, también, el placer con que un abuelo “sin nombre” jugaba pelota con un enanito de cuatro años en la rasurada Plaza Máximo Gómez Báez, de Ciego de Ávila, muy cerca de una valla donde puede leerse: El día que no haya combate será un día perdido…

Me digo, y me sigo preguntando: ¿Habrá ahora combate más tierno, hermoso y necesario que este, a favor de la vejez saludable, tranquila y feliz de quienes nos dieron vida y nos han traído hasta aquí… para que continuemos?

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Un comentario

  1. Gracias por este valioso artículo. Si con algo estoy muy de acuerdo, es con todo lo que aborda el Código de la Familia respecto a las personas Adultas Mayores.
    Saludos

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