En un paisaje árido y sombrío, alguien entra en una carpa para ver al hombre-bestia. 25 centavos cuesta verlo hincarle los dientes en el pescuezo a una gallina, hasta arrancarle la cabeza. Esta escena del filme Nightmare Alley –en español, El callejón de las almas perdidas–, que nos hace cerrar los ojos y girar la cabeza para no ver lo grotesco, marca el inicio de una historia circular en la que Stanton Carlisle, interpretado por Bradley Cooper, es el gran protagonista.
La cinta, con varias nominaciones al Oscar, entre ellas a mejor película, es la adaptación de la novela homónima de William Lindsay Gresham, llevada al cine en 1947 por Edmund Goulding. Se divide en dos partes; la primera, centrada en la llegada de Stanton al circo, donde conoce a la ingenua Molly (Rooney Mara) y a una pareja cuyo espectáculo de adivinación será crucial para la segunda parte.
Si comenzamos con el protagonista, que esconde su pasado criminal en un tugurio de freaks y marginados que evoca el ambiente de la serie Carnivàle (2003-2005), luego lo veremos en escenarios lujosos y refinados, los cuales aparentemente no velan monstruosidades al estilo circense anterior, pero los monstruos están más cerca de lo que imaginamos. Esa dualidad entre luz y oscuridad, bien y mal que es leitmotiv en el cine de Guillermo del Toro se reproduce en este descenso a los infiernos del alma que representa la historia. Así como tenemos dos películas dentro de una –en referencia a las dos partes antes mencionadas–, se nos presenta a Stanton en esa ambivalencia: es capaz de una mirada compasiva al hombre-bestia, pero también es capaz de matar.
Espacios oscuros, cielos amenazantes, engaños y artimañas hacen de Nightmare Alley una cinta de cine negro. Para Del Toro constituye un parteaguas con respecto a su obra anterior. No hay fantasía, pero sí atmósfera, clima que embriaga ojos y percepciones para hacernos creer por momentos que quizá, solo quizá, pudiera haber algo de sobrenatural en las presentaciones de Stanton. El director de El laberinto del fauno vuelve a colocar en pantalla criaturas salidas de la norma, que rozan lo grotesco, y a la vez encarnan –o simbolizan– los márgenes de lo humano.
La femme fatale en este caso es una psicóloga (Cate Blanchett) que moverá hilos para encaminar a Stanton hacia su propia perdición, en peligrosos vínculos con la mafia. “La gente está desesperada por saber quién es”, le confía en la impoluta oficina testigo de los tejes y manejes de este hombre que tiene la mentira por don bendito. La ambición, el ansia de poder y el afán por el dinero le impedirán salir airoso de una estafa que termina bañada en sangre.
Entre las varias lecturas que pudiera encontrar el espectador, una se me impone como centro: la crítica social a la realidad que habitamos, colmada de palabras vacías, narrativas manipulantes, discursos que persiguen emoción pero todos, al fin y al cabo, huecos. De forma muy distinta, es una idea presente en Dont look up, o en The eyes of Tammy Faye, también nominadas a la estatuilla.
Muchos coincidirán en que el momento más estremecedor en la cinta es el llanto final, entre alegría y dolor, del hombre que ya no puede salvarse a sí mismo, y entrega su última porción de humanidad, para convertirse en hombre-bestia.
Un comentario
Cubavisión ha pasado dos veces esta película, al menos que yo la haya visto, y la historia me dejó impresionado, con una sensación desagradable, pero sin lamentar haberla vuelto a ver, al contrario. Coincido contigo, Mariana, en que de algún modo revela facetas de una sociedad creadora de monstruos.