El derecho a una segunda oportunidad

Ideas y valoraciones sobre el filme AMPM, filmado con el apoyo del Fondo de Fomento del Cine Cubano


¿Es posible hablar de nosotros mismos, de lo cotidiano, y seducir el interés de públicos diferentes? ¿Qué decir de la Cuba contemporánea en una narrativa plena de emociones, donde hechos, necesidades, urgencias, angustias y sueños por conquistar alertan mediante un lenguaje fílmico enriquecido por sutilezas, ideas, pensamientos?

Al parecer, estas, entre otras motivaciones, activaron el interés del guionista Amilcar Salatti y del director Alejandro Gil en la concepción del filme AMPM.

Ambos fueron conscientes de las transformaciones que nos sorprenden en nuestras vidas. Por esto, recrearon cinco historias que muestran las circunstancias existenciales de varios personajes, durante 24 horas de un día; en ellas, el azar y los frágiles límites entre las culpas y las razones abren nuevas posibilidades sobre el entendimiento humano.

Hay que ver la película. Posiblemente más de una vez.

Las palabras y el texto visual se mueven en cierta especie de cuerda floja. Salatti, en la escritura, y Gil en una concepción de la puesta en escena inteligente, bien estudiada, abordan el melodrama, la tragicomedia y la tragedia, tres géneros dramáticos elegidos para decirnos mucho sobre la conciencia, las conquistas pendientes y la configuración de actitudes en contextos difíciles nunca ajenos a la realidad de cualquier cubano o cubana.

¿Se pueden expresar la certeza y el desconcierto, la soledad y el silencio de manera novedosa? Lo consiguen los equipos técnico y artístico al desarrollar una estructura propositiva de valores, reflexiones sobre la violación de una mujer, las máscaras y la mentira, la cercanía inmanente de la muerte y la enfermedad de una hija.

Todo está en función de profundizar en el iceberg de un mundo saturado de dificultades. Los diálogos y las acciones narrativas orientan en el espectáculo fílmico una auténtica expedición antropológica. Cada espectador vivirá la suya, la propia, al interpretar tantas ideas creativas dispuestas en una trama urdida no solo con la intención de mostrar y decir, sino para dejarnos pensando.

Demarcan cada intención el elenco de primeros actores y primeras actrices. Van del abatimiento al rencor, de la tristeza a la ira. Saben hacerlo y también ayudan a reflexionar sin abandonar uno de los más preciados dones: la humildad.

Eman Xor Oña y Blanca Rosa Blanco ofrecen una clase magistral de actuación.

Impresionantes las primeras actrices Verónica Lynn y Blanca Rosa Blanco; en sus justas dimensiones Clarita García y Yaremis Pérez. Brilla el histrionismo cálido, múltiple de Eman Xor Oña, Jorge Martínez, Armando Miguel Gómez y Enrique Molina, fallecido en 2021. Esta fue su última memorable película.

Cada uno desborda una catarsis orgánica con sus respectivos personajes.

Sin ser didáctico ni educativo el relato invita a la conquista del conocimiento. Demuestra que hacer cine, además de intenciones creativas, exige entrar en contacto con territorios dominados por el saber y las teorías en beneficio del discernimiento necesario en todas las etapas del ser y el quehacer.

Lo ponderan, en especial, la originalidad y la vocación simbólica de la música de Juan Antonio Leyva y Magda Rosa Galván. Y la propuesta espacial de la dirección de arte de Carlos Urdanivia articulada de manera exquisita a la identidad de los personajes y a sus mundos interiores.

El concepto del montaje de Fermín Domínguez, siempre audaz e imaginativo, es esencial en función del énfasis dramático atento al tono intimista prevaleciente en el discurso fílmico.

Es preciso estudiar la dirección de fotografía propuesta por Ángel Alderete. Tiene un fin estético de notable valor discursivo. Las imágenes están compuestas por distintos segmentos icónicos y tienen en cuenta las relaciones temporales de momentos secuenciales a partir de antes, ahora, después.

Definitivamente, defiende la condición primera de lo artístico: hacer reflexionar. Profundiza en las esencias íntimas del ser humano.

No lo olvidemos: la imagen debe ser analizada como cultura en movimiento, esta fluye con su carga de poder y condicionamiento social.

Hay que dominar un agudo poder de observación sobre los humanos y sus conflictos para lograr la verosimilitud de una puesta que defiende la calidad artística de los planos y la posibilidad de cualquier emoción expresada ante el filme.

Los deseos de profundizar nunca se sacian. El tono de lo contado ayuda a comprender qué ocurre, y por qué ocurre. No perder la brújula puede ser una de las tantas señales de AMPM. Y otra, sin duda, que existe el derecho a una segunda oportunidad.


CRÉDITOS

Fotos: Martha Vecino

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