El dolor no nos matará

Las mujeres palestinas, como el pueblo en pleno, exigen, luchando, justicia ante el asesinato de Shireen Abu Aklen. / eluniversal.com.mx
Las mujeres palestinas, como el pueblo en pleno, exigen, luchando, justicia ante el asesinato de Shireen Abu Aklen. / eluniversal.com.mx

¿Cuánto dolor puede soportar un ser vivo? Pregunta tantas veces hecha con una única respuesta: ¡mucho! Kilómetros de páginas para ejemplificar la enorme capacidad de resiliencia, en particular la de los humanos. Energía centrada en sobrevivir y rebasar lo penoso, lo cual no justifica en modo alguno las injusticias.

Llevo días acumulando tristezas, trasvasadas por la tragedia colectiva que ha significado el derrumbe accidental (debido a un escape de gas) de parte del Hotel Saratoga en La Habana y, aunque sigo en mi “zona de confort” de libros, perro o TV no alcanzo a mitigar el volcán de pesadumbre que me ha agobiado la última semana.

La profesión obliga a sacar la cabeza de la arena y, a pesar de que he querido imitar al avestruz, me es imposible. Entonces, en busca de cierta paz opto por eludir los noticieros, pero el sentido del deber es muy fuerte y como quien lo hace con desgano –en un ejercicio de autoengaño– me acerco desde internet a las agencias noticiosas, al vuelo, entre el desapego ficticio y la pasión real.

Si mi patria me duele tanto cuando intentan mancillarla o rendirla, infructuosamente, qué decir de ese mundo ancho y ya nunca ajeno, con permiso del gran escritor peruano Ciro Alegría. Ahora cada vez somos más familia y lo que sucede lejos se siente como una desgarradura de astillas de cada hueso propio.

Aun así, hay a quien parece serle indiferente o menos urgente que los personales reacomodos económicos y financieros. En palabras sopesadas, diré que la covid-19 nos ha hermanado como países un poco más allá de los habituales foros internacionales; sin embargo, los ricos han hasta triplicado sus fortunas y los pobres siguen saturados de dolor: por hambre, por falta de viviendas, por carencia de medicinas, de zapatos y un sinfín de cosas, afines, se dirá malévolamente, a la “propaganda roja”.

Y la gente sigue muriendo, la siguen matando. En ese confort hogareño y en mi autoengañada asepsia me ha colapsado nuevamente Palestina: la periodista Shireen Abu Aklen fue asesinada mientras cubría actos del colonialismo israelí en Cisjordania. ¿Cuánto dolor puede soportar un ser vivo? Este se hace exponencial cuando te asiste la razón como pueblo y la injusticia sigue sin repararse.

De la Palestina histórica quedan cantones fragmentados: el sionismo la ha robado descaradamente y desde 1948 asesina. El disparo en la sien recibido este 12 de mayo por Shireen Abu Aklen es otro episodio. Para colmo, tropas élites israelíes atacaron el sepelio porque la nación palestina no se ha resignado: lucha. Mientras, el mundo sigue en su recuento de la Bolsa de Valores o en los contrapesos geoestratégicos por la guerra entre Rusia y Ucrania. Total, un nuevo palestino muerto, calcularán.

Hay días en que me digo: ¿podré?  Cuando prendí la vela en homenaje a las víctimas del Hotel Saratoga dediqué la luz también a todas esas personas que en el planeta son asesinadas, aunque el dolor casi me mata. Al final, no pudo hacerlo.

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