El ojo del dueño… que amo

El ojo del dueño… que amo
Tomada del periódico Escambray

¿Qué puede sucederme a la vuelta de diez, quince o más años si, conforme a lo que apruebe la sociedad cubana hoy, no les ofrezco mañana a mis hijos la atención adecuada, o si, ni siquiera por sentimiento, me ocupo, como debo, de mis ancianos padres; o si mi pareja fallece y, por ser de igual sexo, sus arientes, parientes y otros personajes, que jamás pusieron ni un suspiro de comprensión, se sienten con derecho a arrebatarme el apartamento y otros bienes que, juntos y en cordial armonía, logramos conseguir y mantener durante años?

Tales interrogantes las está escribiendo de forma genérica un hombre que, con 60 calendarios vividos completa e intensamente, puede tener dudas, criterios, sugerencias y hasta desacuerdos con determinado artículo de ese documento muy abarcador, justo e integrador que, en su versión 24, tenemos posibilidad de analizar todos los cubanos, hasta el 30 de abril.

Similares preguntas, sin embargo, muy bien pudieran y hasta debieran realizarse esos jóvenes que hoy son rama, fruto o semilla (con la totalidad de derechos que un país como este sí les debe asegurar); esos jóvenes a quienes el tiempo convertirá, inobjetablemente, en tronco de la familia que constituyan y para la cual, nadie lo dude, van a desear lo mejor desde todos los puntos de vista.

Las semanas transcurridas desde el 1º de febrero, fecha en que despegó el proceso abierto a consulta popular, me hacen pensar que –si bien no de forma generalizada– la presencia de jóvenes en esas asambleas no se está comportando a la altura de la trascendencia que dicho Código reserva para todos y, con marcado énfasis, para ellos.

¿De quién puede ser la responsabilidad donde hay pobre o no alta presencia juvenil? Tratando de ser justo, en buena medida los eximo.

Del mismo modo que, como padres, abuelos, familia, organización social, institución a pie de barrio o estructura de Gobierno en la base (vea usted cuántos “factores”) nos hemos quedado cortos a la hora de convocar a la tropa joven y movilizarla hacia el momento en que el delegado rinde cuenta de su gestión, ofrece información, escucha, toma notas… así mismo tal vez nos ha faltado, al menos hasta ahora, un poco de empuje, convocatoria, motivación para que “los muchachos” de casa y del barrio “nos roben” ese pedacito de noche o de atardecer en torno a un código que es propiedad de todos ellos.

Por eso me parece oportuna la idea de que en el entorno de la escuela se creen las condiciones organizativas para que los estudiantes accedan al contenido de ese trascendente documento, del mismo modo que así se perfila en centros laborales.

Con ello, desde luego, no quedaría completamente resuelto el asunto. La cuestión no es darle cumplimiento formal a una orientación, no es cubrir un tiempo, levantar un acta, elevar información… Es que, de verdad, cada joven tenga conocimiento del texto y sepa que en él van, de alguna manera, muchas razones relacionadas con este minuto, pero sobre todo con su futuro y con el de los hijos, sobrinos, nietos… por venir.

Pero no se soluciona totalmente el asunto porque… ¿A los que no estudian ni trabajan, y la familia –en primer lugar– no los movió o moverá hacia la consulta popular abierta, de qué manera los acercamos al mencionado instrumento?

Interesado en escuchar el parecer de todos, la Asamblea Nacional del Poder Popular ha creado incluso un correo (codigofamilias@anpp.gob.cu), apto para recibir valoraciones, del mismo modo que lo ha hecho el Ministerio de Relaciones Exteriores (https://codigofamilia.minrex.gob.cu/) para que no queden al margen de la consulta ni quienes se encuentran fuera del país.

Por eso jóvenes como Dianely Lecha Aguilera, alumna de 3er año de Letras y dirigente estudiantil en la Facultad de Humanidades de la Universidad Central Marta Abreu, llaman a que nadie desperdicie la oportunidad que abren más de 78 000 puntos de reunión en todo el país y las demás opciones de participación, porque “este Código contiene un conjunto de normas que no se contemplaban en el anterior y que están más a tono con la sociedad actual”.

Su criterio, como el de los más de 120 estudiantes de la Facultad de Derecho de la Universidad de Oriente, que intervienen en el proceso popular junto a juristas experimentados, coincide, con luz juvenil corta y larga, con el de quienes alinean sobre los carriles de este tiempo el rol de padres, educación y amor hacia los niños, reverencia y merecida atención a los ancianos, ternura y posibilidades para discapacitados, respeto y comprensión hacia quienes tienen una orientación sexual, creencia o pensamiento político supuesta o realmente distinto o no coincidente…

No por azar la muy sintonizada emisora holguinera Radio Angulo ha subrayado declaraciones de Yudith Laura Ferreiro Fuentes, decana de la facultad de Ciencias de la Educación y miembro de la Cátedra Familia, Género, Salud y Sociedad, acerca de temas que han acaparado la atención allí, tales como la adopción, la gestación solidaria, los derechos que se les otorga a los abuelos, el cambio del concepto de Patria potestad por relaciones parentales, entre otros, a los que el estudiantado no permanece ajeno.

Y también por ello (pues qué padre no ve por los ojos de sus hijos) una tunera llamada Luisa Sánchez Ramos pidió la palabra en el CDR número 2 (Zona 103, circunscripción 146) para sugerir que el código “contemple alguna medida con padres de esos adolescentes y jóvenes que a las dos o tres de la madrugada andan deambulando por la calle, en compañía de sujetos o individuos que no estudian ni trabajan, con la mala influencia que eso puede tener sobre los muchachos, entre otros muchísimos peligros”

Y fíjense si tal preocupación hizo blanco, que a partir de esa intervención no se habló de otra cosa que del derecho a una vida plena, feliz, segura para todos los jóvenes… aunque a decir verdad, al menos a mí, me hubiera gustado que allí estuviesen muchos más comprendidos en esas edades, para que afinaran el oído y les diesen su justo y abierto lugar a la voz que en más de 60 años nadie les ha pedido callar.

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