Fecha de publicación original: 23 de febrero de 1930 No.8; página 42.
Fecha de publicación original: 23 de febrero de 1930 No.8; página 42.

¡El que quiera subir, que compre escaleras!

Por Ruddy de Ort

Hoy que priva, que inquieta hondamente la “cartelomanía” y que todo aquel que “hace algo” … hace todo lo humanamente posible porque se le den “bombos” estridentes, resulta raro encontrar a un tipo que aún siendo autor de “algo”, enmudezca, se abisme en la nada del anonimato, y se preocupe bien poco de su “hecho”. Sin embargo… “Qué los hay, los hay” … Aquí tenemos uno: Maximinín Cobiellas, ex–vendedor de escaleras, fabricante de chancletas, etc., etc.

¿Quién no conoce a este trota-cafés habanero? Vive rodeado de tanta amable pintoriscidad que no es fácil que muchos lo ignoren. Español, chiquitín, viejuco, malamente vestido, día y noche va de café en café vendiendo lo que él llama muy seriamente: “su industria nacional”: ¡sus chancletas! Jamás se le ve sin cuatro o cinco pares de toscos chanclos de madera y goma debajo del brazo y su inseparable pipa debajo de los labios. Camina como si fuera un pobre señor sobre el que se para una montaña de preocupaciones. Es parco pero jocoso hablando… “¡Yey, ha llegado Maximinín Cobielles, digan lo que digan, créanlo o no lo crean!” … Dice, invariablemente, al presentarse en cualquier café citadino. Y después, orondo, jocundo, se pasea con su pestilente y humeante pipa entre los parroquianos ofreciendo sus pantuflas.

Así se pasa la vida el querido Maximinín desde hace muchos años. Para fabricar su mercancía no necesita dinero alguno. En las bodegas y almacenes, recoge, entresaca de las basuras las tablas viejas y los clavos, y en los garajes se provee de las gomas deterioradas de los automóviles. Luego, con todo ese cargamento, se encierra en su cuartucho, –¡cualquiera sabe en qué sórdido tugurio de la ciudad! – y allá, armado con primitivas herramientas, fabrica sus burdas plantillas. ¡Al diablo impuestos, contribuciones, pagos de materias primas y caras jeringas! — ¡Maximinín Cobielles no entiende de esas cosas!

¿Y su sistema de venta? — nada más curioso. Resulta cómico. Tan solo oírle la oferta, predispone a su favor al comprender… “¡Es industria nacional!” – dice—“Son eternas. Un peso el par. Ahora, eso sí, con el ochenta por ciento del descuento… ¡para que no me venga con el relajito del rebajao! ¡Yey, y es Maximinín Cobiellas, digan lo que digan, créanlo o no lo crean!”.

Antes, hace mucho tiempo, vendía escaleras, y había que oírle, entonces, su pintoresca proposición. Era ella toda una profunda, dolorosa verdad, algo, en suma, expresivo… “El que quiera subir, que compre escalera”.

Pero veamos ese “algo” fabricado por nuestro modestísimo fabricante de chancletas. Su idea dejó resuelta para millares de personas, un pequeño-gran problema. Fue cuando la prohibición de los dados en los “bars” capitalinos. El popular cubilete con sus huesos policromados, fue por una orden gobernativa, barrido de las cantinas. Los “barreros” se desesperaban. La productiva atracción de los dados, alejaba a los clientes. Los tomadores de “tardes” y “mañanas”, se aburrían soberanamente ante la copa. ¿A qué jugar la “tarde” o la “mañana”?

Y aquí surgió la minúscula personalidad de Maximinín Cobielles. Fue el salvador de más de un dueño de café amenazado por la ruina. Una extravagante costumbre del trota-café, fue el origen del juego que sustituyó a los entretenidos dados.

El viejuco español, siempre que entraba en un café, pulsaba, dijérase así, su suerte: desde la puerta del establecimiento esperaba el paso del primer tranvía o automóvil y le miraba el número de la chapa. ¿Qué terminaba en nones los números? “¡Nones, no se vende aquí!” – se decía—¿Era, por el contrario, par la terminación? ¡Par, buena suerte! – ¡Vendería… un par! ¡Vendería un par de sus chancletas de palo!

Alguien observó esta extravagancia y… ¿para qué seguir? Ya se sabe. Hoy, gracias al juego de los tranvías y los automóviles, no hacen falta los dados. En las bodegas, en los cafés, en las esquinas, en todas partes se juega así. ¿Qué policía puede sorprender a los jugadores? Si los detienen no se les podrá ocupar barajas, dados ni números… y, no obstante… ¡juegan! … Los vendedores de periódicos, mientras esperan a las puertas de las rotuladoras la salida de los diarios, cuando no pueden “rifarse” el dinero al plebeyo siló, ante las mismas narices de la policía, juegan y lo burlan muy lindamente.

¡Y así es la vida!… Ese mismo pintoresco Maximinín Cobielles que antaño deambulara por La Habana llevando a flor de labios la frase ahíta de variedad, de practicismo, muy siglo veintiuno, (“el que quiera subir que compre escalera”) sin darse cuenta “sirvió de escalera”… ¡pero no la vendió!

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