En la costura misma

Pespuntes con una de esas Heroínas del Trabajo, ante cuya humildad, todos debemos hacer respetuosa reverencia


No sé hasta qué punto, niños, adolescentes y jóvenes de hoy la conozcan o sepan de su existencia. Muchos de quienes peinan canas o avanzan hacia la llamada tercera edad sí la recuerdan con profundo cariño.

Para mí, que la vi por vez primera hace muchos años, durante un gigantesco desfile popular por el Día Internacional de los Trabajadores, Zoila Sánchez Ochoa no es solo esa Heroína del Trabajo de la República de Cuba que para orgullo de todos tiene Las Tunas: es, al propio tiempo, un poco leyenda, toda realidad, ciento por ciento ternura y delicadeza.

Con esos congénitos atributos vuelve a recibirme en su modesto hogar, consciente de que vengo a ocuparle unos minutos para ensartar una hebra de recuerdos en la aguja de este tiempo.

Así se le suele ver en casa, vinculada al oficio que le acompañará hasta siempre.

“Es que tu caso no es el de otras Heroínas –le digo– como la portopadrense Petra Almaguer Rojas o la jobabense Caridad Borges González, quienes conquistaron esa altísima condición a filo de mocha en pleno cañaveral, picando gramínea para los centrales azucareros del territorio…”

Ingenua, como una niña, Zoila apenas atina a sonreír, e involuntariamente mira hacia encima de la mesa, refugio natural de tijeras, carretes de hilo, retazos de tejido, cintas, trozos de encaje, prendas de vestir…

“Es lo que hice durante toda mi vida: trabajar como costurera. Entré a ese fascinante mundo desde muy jovencita, cuando aprendí corte y costura en la casa de una mujer llamada Noelia Manresa. Por entonces yo vivía en la zona rural de Hermanos Mayo. Aquellas clases me marcaron para toda la vida.

“Mira si fue así, que terminé convertida en profesora. Recuerdo que me pagaban 37 pesos. El dinero hacía falta, pero la satisfacción era más grande, sobre todo cuando veía el interés de las alumnas. El aula se me llenaba de muchachitas del campo”.

El traslado al entorno urbano muy bien pudo atraer (desviar) su interés hacia nuevos horizontes como los de la gastronomía, los servicios, la salud, la educación, la industria… pero Zoila tenía por delante mucha tela que cortar, primero dentro de su propio hogar y luego bajo las naves con que cuenta el giro de la artesanía en la ciudad.

“Yo no podía estar quieta; trabajaba todo el tiempo, era como el arroz blanco: siempre estaba en todo. Muchas veces mi esposo me decía que tenía que cuidar mi salud y hasta llegó a regañarme en algunos momentos, pero terminaba comprendiéndome y dándome todo su apoyo”.

Ante una nueva pregunta, Zoila abre los achinados ojos, se lleva la mano a la cabeza en gesto ocurrente y exclama: ¡Imagina tú!

Es obvio. Ni ella, ni ninguno de los directivos que tuvo y que la adoraron, ni registro alguno podría dar constancia de los miles de metros de tela que pasaron por sus manos, de todo el tejido que a lo largo de su vida cortó a tijera limpia, cosió, convirtió en blusas, camisas, shorts, pantalones, sábanas, cortinas, manteles…

Cuéntales a quienes no te conocen lo que sucedió aquella vez, cuando te ingresaron en el hospital Guevara.

Y otra vez esa cándida sonrisa que devela su noble esencia, antes de relatar: “Se me presentaron problemas en la mano izquierda y hubo que operarme. Estuve ingresada un mes. Como yo sabía lo que me esperaba allí y que me negaría a estar aburrida, sin hacer nada, me llevé algunas cositas. Lo que me faltaba lo mandé a pedir luego y aproveché mi tiempo trabajando, sobre todo haciendo bordados.

“Unos se asombraban, otros pensaban que no podía estar bien de la cabeza, los médicos y las enfermeras me decían cosas muy lindas, de aliento, los pacientes se quedaban sorprendidos, algunos querían que les vendiera mis bordados y en general me di cuenta de que todo el mundo me quería y me admiraba”.

Placa situada en el portal de la casa de Zoila, por el movimiento obrero de Las Tunas.

El título de Heroína…

–Jamás lo busqué, ni siquiera lo imaginé. Vino. Llegó en… 2001. Me lo entregaron en El Laguito, en La Habana. Estaba algo nerviosa. Yo era la única de Las Tunas. De más está decirte que aquello me comprometió mucho más con mi oficio, con el trabajo.

Y vinieron también algunas responsabilidades…

–Sí, dentro del movimiento obrero estuve alrededor de 20 años en el Comité Nacional del Sindicato de Industrias; también integré la Asamblea Provincial del Poder Popular y la Municipal. La Federación de Mujeres Cubanas y los Comités de Defensa de la Revolución siempre han podido contar conmigo.

Aunque rehúsa hablar de méritos y condecoraciones personales, es bueno saber que no por casualidad tiene la Réplica del Machete de Vicente García, las medallas Jesús Menéndez y Hazaña Laboral; la Orden Lázaro Peña, de primer, segundo y tercer grados, entre otros reconocimientos.

¿Qué piensas del corte y la costura hoy?

–No tienen buena salud. Los tiempos han cambiado. En mis años había una euforia y una pasión muy grandes, lo mismo en los talleres que en los hogares. Ya muy pocas abuelas y madres enseñan a las hijas y a las nietas a cosas tan necesarias y tan lindas como coser y bordar.

Las irremediables pérdidas, primero de su amado esposo y luego de su hijo, descosieron parte del pecho de esta mujer, aparentemente frágil que, no obstante, despierta cada día agradecida de su campesino origen, del resto de su familia, del humilde oficio que eligió y del país donde vive.

Voy con mi última pregunta o provocación: Me han dicho que hay dos nietas sobrevolando cada minuto tuyo.

Y adiós (al menos exteriormente) a todo vestigio de tristeza. Una Heroína de pueblo tiene que estar vinculada al menos a una princesa. Zoila respira por los pulmones de dos: sus pequeñas nietas; esas para quienes seguirá tejiendo y entretejiendo cuentos, bordando historias, cosiendo amor y enhebrando toda la ternura de su lindísimo universo interior.

Por ello te beso, Zoila. No en mi nombre, sino en el de Cuba entera.

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