Enigma de una roca apocalíptica

Una cápsula de la NASA logró retornar a la Tierra luego de un viaje espacial de siete años. Trajo consigo material valioso, obtenido del asteroide Bennu, el segundo potencialmente más peligroso para nuestro planeta y que promete proporcionar información única sobre la formación del sistema solar hace unos 4 500 millones de años


Osiris Rex no defraudó y consiguió lo que muchos esperaban: volver a casa, sana, salva y con souvenir incluido.

Por el nombre, pudiera parecer que hablo de una especie de tiranosaurio extinto o, incluso, pensar en Osiris, el juez egipcio de los muertos. Sin embargo, la cosa va de la NASA, la agencia espacial estadounidense y responde, por sus siglas, a una cápsula de la misión “Orígenes, Interpretación Espectral, Identificación de Recursos, Seguridad y Explorador de Regolitos”, lanzada en septiembre de 2016 rumbo al asteroide Bennu.

La nave espacial Osiris Rex continuará en una misión extendida al asteroide Apophis bajo el nombre de Osiris Apex.

Tomó dos años llegar a la gran roca y otros dos cartografiarla, antes de que el equipo de la misión pudiera identificar un lugar confiable en su superficie donde recoger algunas muestras. Sepa, por cierto, que una de las personas que estuvo detrás de este mapeo fue el legendario guitarrista de Queen, y también astrofísico, Brian May. Él, junto a su colaboradora Claudia Manzoni, creó un mapa estéreo capaz de ampliar la visibilidad del asteroide, tras lo cual fue posible establecer la lista final de lugares seguros para recoger los fragmentos rocosos.

Dichos restos estuvieron resguardados desde entonces hasta traerlos de vuelta a tierra firme. Después de atravesar la atmósfera a velocidad supersónica y alcanzar temperaturas de hasta 2 700 grados Celsius, una especie de nave, con forma similar a la de un platillo, aterrizó en paracaídas sobre el desierto de Utah, en Estados Unidos.

El material que trajo en su interior, ahora en manos de los científicos, podría proporcionar información única sobre la formación del sistema solar hace unos 4 500 millones de años. Estaríamos hablando de un avance tentador para la ciencia planetaria. De hecho, hace tiempo que investigadores perseguían la oportunidad de examinar fragmentos de asteroides intactos.

Las misiones Hayabusa 1 (en 2010) y Hayabusa 2 (en 2020), de la Agencia de Exploración Aeroespacial de Japón, se convirtieron en las primeras que acercaron ese anhelo a la realidad, pero fueron más los problemas técnicos que la cantidad de muestras traída con el objetivo de analizarla.

Se estima que Osiris Rex pueda haber obtenido unos 250 gramos de Bennu. La cantidad exacta se desconoce, mas, con seguridad supera los 60 gramos, mínimo para que la misión se considere un éxito científico. Además, ya presume de ser la primera de la NASA que obtiene muestras de un asteroide y se registra como la más grande jamás recolectada en el espacio desde las míticas misiones Apolo.

La agencia espacial estadounidense planea también su primera misión de recuperación de muestras de Marte a finales de esta década, cuando se envíen a la Tierra algunos fragmentos de rocas minuciosamente perforadas por el rover Perseverance.

Abrir la caja de Pandora

Desde el Centro Espacial Johnson, en Houston, científicos e ingenieros comenzaron el desmontaje del mecanismo que alberga la muestra de Bennu, resguardado hasta ahora en una cámara hermética de la institución en la que preservan su integridad y pureza.

La cápsula SRC se liberó a más de 100 000 kilómetros de la Tierra y aterrizó en el desierto de Utah, en Estados Unidos.

Una vez abierta la caja se encontró, según informaron miembros del equipo, gran cantidad de polvo negro, partículas pequeñas del tamaño de arena y otros restos aún no identificados.

Lindsay Keller, integrante del equipo de análisis de muestras del Centro Johnson, explicó que en primer lugar pasan por el proceso de desmontaje del cabezal de muestreo, llamado Mecanismo de Adquisición de Muestras Touch and Go (Tagsam, por sus siglas en inglés).

“El proceso de recolección avanza más lento de lo esperado porque hay más material del previsto. No obstante, la investigación rápida utilizará varios instrumentos, incluido un microscopio electrónico de barrido (SEM), mediciones infrarrojas y difracción de rayos X, con lo que se podrá obtener una mejor comprensión de la muestra. El SEM ofrecerá un análisis químico y morfológico, mientras que las mediciones infrarrojas deberían proporcionar información sobre si la muestra contiene minerales hidratados y partículas ricas en materia orgánica”, añadió.

El plan de la NASA es que aproximadamente 20 por ciento del material de la cápsula sea repartido entre los más de 200 científicos que forman parte de esta misión, incluidos los socios de Japón y Canadá.

“Una pequeña parte de la muestra también se almacenará en White Sands, Nuevo México, para su custodia. El resto, aproximadamente 70 por ciento, se conservará para la posteridad, para cuando haya disponibles mejores instrumentos”, dijo por su parte el científico planetario de la NASA Lucas Paganini.

Un grupode la Universidad de Arizona estudiará la composición del polvo y los fragmentos de roca del contenedor, y buscará el origen de las moléculas orgánicas que puedan albergar. Otros harán comparaciones entre las muestras de Bennu y el asteroide Ryugu, este último investigado por las sondas japonesas.

El propio Paganini asegura que Bennu contiene moléculas que podrían arrojar luz sobre preguntas que han intrigado a la humanidad durante siglos.

Las muestras de roca y suelo recogidas en Bennu se analizan en el Centro Espacial Johnson de Houston, Texas.

“Los asteroides son muy importantes porque son los desechos de cuando se formaron los planetas. Son como cápsulas del tiempo, equivalentes a fósiles de dinosaurios que nos permiten saber qué estaba ocurriendo hace millones de años. En este caso, con nuestra misión estamos viajando miles de millones de años atrás en el tiempo. Podríamos llegar a entender cómo se formaron los planetas o cómo comenzó la vida, así como a mejorar nuestra comprensión de los futuros asteroides que pudieran impactar contra la Tierra”, aseguró el investigador de origen argentino.

A propósito, la estadounidense Administración Nacional de Aeronáutica y el Espacio ve a Bennu como la roca más peligrosa del sistema solar. Su trayectoria en el espacio hace que sea el asteroide con mayores probabilidades de colisionar la Tierra del que se tenga conocimiento.

Las hipótesis prevén su impacto en unos 159 años, y aunque esta posibilidad es de solo 0.057 por ciento, las muestras que hoy se analizan servirían para ver cómo cambiar la trayectoria del asteroide, si fuera necesario.

Por otra parte, los científicos creen en la existencia de una cantidad considerable de agua en esa gran roca: “al menos 10 por ciento de su peso”. De modo que intentarán percibir si las proporciones de los distintos tipos de átomos de hidrógeno en esa agua es parecida a la de los océanos del planeta Tierra.

Los resultados iniciales, así como las primeras imágenes de las muestras, se darán a conocer en conferencia de prensa anunciada para este mes de octubre. Hasta entonces queda esperar por respuestas más concretas.

De cualquier modo, la misión de Osiris Rex es ya un logro tecnológico y un avance significativo de la ciencia espacial. De su éxito depende abrir nuevas vías para la exploración de asteroides y la comprensión de nuestro propio origen en el universo.

Próximos destinos

El viaje de Osiris Rex aún no termina. Se ideó como una misión de retorno de muestras para un período de solo siete años. Pero casi a punto de jubilarse aún, tiene otras tareas por cumplir.

Existe la hipótesis de que el asteroide Bennu, de unos 500 metros de diámetro, podría colisionar la Tierra en 159 años.

Mientras aquí en la Tierra se hurga en los enigmas de Bennu, la cruzada de exploración, rebautizada como Osiris Apex, va rumbo al asteroide Apophis, al que llegará en 2029.

El equipo a cargo de dicha tarea informó que una hora después de que el asteroide se acerque a la Tierra, presumiblemente el 13 de abril de 2029, Osiris Apex utilizará su gravedad para entrar en una órbita alrededor del mismo y acercarse a estudiarlo durante 18 meses.

Iniciará así la primera fase de lo que la NASA denomina “otoño de los asteroides”, que incluye la misión Psyche, dentro de la cual la nave espacial Lucy tomará fotografías mientras vuela cerca de un asteroide del cinturón interior llamado 1999 VD57.

Osiris Rex, Apex y el resto de misiones, impulsadas desde centros espaciales de todas partes del mundo, testifican el creciente interés científico hacia el estudio de los asteroides, como una ventana a la composición química del sistema solar y a la posibilidad de transportar los ingredientes de la vida; pero también, el interés comercial, teniendo en cuenta que solo un puñado de estas “piedrecitas” podría albergar hierro, níquel o metales del grupo del platino.

¿No ha escuchado aquello de que los primeros trillonarios de la historia serán los que logren minar un asteroide?


CRÉDITOS

Fotos. / nasa.gov.

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