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Entre Comala y Barrio Cuba

Humberto Solás construyó una ficción que fuerza al espectador a moverse, sentir y tomar partido, a riesgo de perderse un trozo de la verdadera significación de la obra que contempla

Por. /  Lorena Alemán Massip, estudiante de Periodismo


Las chimeneas de las fábricas, los toscos residuos de sus construcciones flotando en el mar, las casuchas con techos de zinc. Una panorámica de la zona industrial que rodea el municipio capitalino de Regla impacta en los primeros segundos del largometraje Barrio Cuba. Antes de Humberto Solás nadie le había prestado mucha atención a la zona más deslucida de la Avenida del Puerto, salvo, quizás, el escritor Pedro Juan Gutiérrez con su realismo sucio habanero. Con estas imágenes, Solás deja clara la premisa de su película: reivindicar un lado de Cuba que hasta entonces no había calificado para ser trama y escenografía del arte. Visibilizarlo.

En el año 2005 Humberto Solás recibió el Premio Nacional de Cine. / cinereverso.org

Barrio Cuba, la última producción que Solás dirigió antes de su muerte, capta, mediante un relato coral compuesto por tres historias principales (y decenas de líneas secundarias), la realidad apremiante del país que había agonizado en medio de penurias económicas y carencias en los años 90. Durante 105 minutos se sucede el sino de personajes muy diversos: un padre que abandona a su hijo recién nacido, una enfermera joven que sufre por los desmanes de su amado, un matrimonio joven que no puede concebir, las dolorosas partidas del éxodo. El 2005 que retrata Solás mediante los conflictos de la “gente de pueblo” se abalanza como una premonición del nuevo siglo, que busca reinventarse en el contexto de la escindida sociedad cubana.

En la película de Solás se habla muy poco. Las emociones, crudas, desgarradoras, son conducidas a través de una secuencia de imágenes excelentemente trabajadas: grandes planos generales de los barrios periféricos de La Habana como una Pompeya hermosa, deteriorada, y los close up en los rostros de los protagonistas. El director apela a las dotes de sus actores y actrices para ilustrar la tensión de las escenas. Así, se suceden planos cerrados del desconsuelo encarnados por Luisa María Jiménez, Rafael Lahera, Jorge Perugorría, Isabel Santos y Adela Legrá.

Los personajes de Barrio Cuba transitan por la vida azarosamente. Habitan en este barrio ¿ficticio? que ingenia Solás y son víctimas de su circunstancia y de los instintos más humanos. Casi podríamos calificar la historia como una tragedia: a medida que avanzan los minutos, las desdichas se van retorciendo más y más; ante la imposibilidad de enfrentar sus destinos los personajes se repliegan sobre sí mismos, huyen, literal y figurativamente, se debaten entre elecciones malas y peores, hasta que al final alcanzan otro estadío: la paz. Solás permite a los protagonistas de su ficción herirse en carne viva para, en el último minuto, el fatal, rescatarlos y redimirlos. Su versión del perdón llega de modos transgresores, complejos y nada aleccionadores.

La banda sonora vertebra la película tanto como el guion. La reconstrucción de esa realidad, la nuestra, es completa gracias a la presencia de los pregones: el bocadito de helado y los sonidos de las interioridades de la ciudad, el mar. La música potencia las escenas más amargas del filme y, a veces, es la pieza restante que nos concede Solás para acabar de juntar el extenso y complicado puzle de la obra.

Las tomas de habitaciones oscuras, estrechas y pobres en La Habana, donde transcurre la mayoría de las secuencias de Barrio Cuba, se intercalan con vistas naturalistas de otras zonas del país. Algunas escenas permanecen fijas durante todo el largometraje haciéndose cargo de un sentido más poético y metafórico: el tren que constantemente arriba a la estación y parte.

Aunque mucho de la película se encuentra continuamente revisitando facetas del dolor, los detractores no podrían acusarla de sobreexponer o “abusar” de ese recurso. El director construyó una ficción que fuerza al espectador a moverse, sentir y  tomar partido, a riesgo de perderse un trozo de la verdadera significación de la obra que contempla.   

El Barrio Cuba de Solás bien podría ser la Comala de Juan Rulfo, violenta, imperante, ilusoria. Ambas son creaciones necesarias y espejos de una realidad. ¿La diferencia? Comala es tierra de muertos y fantasmas. Barrio Cuba aún 18 años después está vivo, muy vivo.

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