Foto./ Archivo de BOHEMIA.
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Guáimaro: la elección de una bandera para Cuba

Hace 155 años, en el campo insurrecto no ondeaba una sola bandera, sino dos. Como resultado de las deliberaciones en la reunión de los patriotas cubanos, se aprobó la del triángulo rojo y la estrella solitaria, por tener más de una década de historia, a pesar de que en sus orígenes estuviera vinculada al anexionismo


La Asamblea de Guáimaro es uno de los sucesos más importantes de la Guerra de los Diez Años y un momento fundacional para la nación cubana. Sin embargo, las reuniones que se dieron en esa comarca del centro del país, del 10 y el 12 de abril de 1869, estuvieron copadas de fuertes contradicciones entre sus participantes.

Además de los diferentes puntos de vista sobre cómo organizar la guerra y la República, en la Asamblea hubo que definir cuál sería la enseña que representaría a Cuba; hasta entonces, los diferentes territorios alzados en armas empleaban dos banderas. Esto, más allá de caprichos o pretensiones de los hombres, era reflejo de que en las regiones del país existían desiguales herencias ideológicas y tradiciones simbólicas.

Durante las deliberaciones de abril de 1869 las diferencias se manifestaron, como tendencia, en las posturas de dos grupos. Uno congregaba a los delegados orientales y el otro a los de Las Villas y Camagüey. Si bien se destacaron otros participantes, estos bloques estaban representados, sobre todo, por dos de los protagonistas de la Asamblea de Guáimaro: Carlos Manuel de Céspedes, el iniciador de la guerra, próximo a cumplir las cinco décadas de edad, e Ignacio Agramonte, un patriota camagüeyano de apenas 27 años.

No obstante algunas incongruencias aprobadas, la Constituyente de Guáimaro tuvo gran relevancia. Nunca antes en la historia, representantes se habían reunido a escala nacional para aunar esfuerzos y presentar a la metrópoli española un frente único de combate. De esta Asamblea emergió la primera Constitución autóctona de Cuba, basada en las ideas liberales del republicanismo y la democracia. Por otra parte, gracias al encuentro, el pueblo cubano obtuvo un aparato estatal que perduró nueve años, cuya existencia fue reconocida por diferentes países.

Se evidenció la diferencia de concepciones, representadas en dos grupos: villareños y camagüeyanos, y orientales. / Archivo de BOHEMIA.

Hacia Guáimaro

En la actualidad, Guáimaro es uno de los 13 municipios de la provincia de Camagüey. Su nombre proviene de la voz aborigen con la que se denominaba a un árbol abundante en esa zona antes de la llegada de Cristóbal Colón a Las Américas. Aunque se tienen noticias de esta comarca desde la etapa de la colonización española, Guáimaro no acumulaba un siglo en calidad de villa cuando se convirtió en la sede de la primera República de Cuba en Armas.

Para los días en que Céspedes y Agramonte sostuvieron allí conversaciones previas de preparación, Guáimaro ya había pasado a los anales del independentismo cubano como primer pueblo libre de Camagüey. En dichas entrevistas, Agramonte, representante de la Asamblea del Centro, cumplía con la encomienda de limar discrepancias y allanar el camino a la reunión. Pero los encuentros preliminares no anularon la existencia de importantes contradicciones. Los puntos de vista divergentes eran originados, entre otros factores, por la especificidad de los intereses regionales y los vestigios de corrientes ideopolíticas de gran arraigo en años anteriores, cuyos legados simbólicos aún influían en la mentalidad de los iniciadores de la conflagración anticolonial.

De algo estaban seguros casi todos los protagonistas de la guerra: la unión revolucionaria era una necesidad impostergable. Por eso, a seis meses del alzamiento en Demajagua, arribaron a Guáimaro los representantes de todas las regiones “presentes en la lucha”, aunque no necesariamente “sublevadas”. Esta distinción la realiza el historiador granmense Aldo Naranjo Tamayo, quien ha explicado que los camagüeyanos, en nombre de la democracia, lograron la presencia de participantes por La Habana, si bien la capital de la colonia no estaba en armas. En la práctica, se trataba de antiguos maestros o compañeros de estudios que en las deliberaciones tendieron a apoyar las posturas de los camagüeyanos y villareños.

Los delegados a la primera constituyente cubana resultaron en su mayoría terratenientes de las zonas centro-orientales y profesionales vinculados a ellos. Se añadían dos figuras de las capas medias: los villareños Arcadio García y Tranquilino Valdés. Era todavía incipiente el avance del proceso revolucionario, por lo que otros grupos sociales no tuvieron presencia directa.

Sin lugar a dudas, la Asamblea de Guáimaro adquirió gran importancia para la sociedad cubana en el transcurso de los años siguientes, así como una relevante trascendencia histórica. Pero los días que duró, los delegados debieron afrontar fuertes contradicciones internas.

Las banderas de las polémicas

En Guáimaro quedó aprobada la bandera de Narciso López como enseña nacional. La empleada por Céspedes en su alzamiento pasaría a integrar el tesoro de la República en Armas. / Archivo de BOHEMIA.

Varios fueron los aspectos polémicos sobre los que se discutió en las primeras sesiones de la Asamblea de Guáimaro. Aun así, durante la tercera y última reunión las porfías políticas no se aplacaron, al contrario. De acuerdo con el texto Historia de Cuba. Las luchas por la independencia nacional y las transformaciones estructurales, “se planteó un tenso debate sobre cuál sería la bandera que adoptaría la República de Cuba”.

Las Villas, respaldada por Camagüey, consideraba que el honor debía corresponder a la bandera diseñada por Miguel de Teurbe Tolón en 1849 y utilizada por Narciso López el 19 de mayo de 1850 durante su breve ocupación de Cárdenas. Ella simbolizó, por casi dos décadas, las actividades anticoloniales, pues fue la primera bandera alzada en tierra cubana contra la dominación española. Sin embargo, su origen anexionista ha sido lo menos divulgado: desde 1850 hasta 1868 sirvió de emblema a grupos cuya oposición a España se basaba en el deseo de unir a Cuba a Estados Unidos y no en sentimientos de un independentismo maduro. Esto fue así hasta que al iniciar la Guerra de los Diez Años los patriotas villareños y camagüeyanos la asumieron en sus alzamientos.

Por su parte, en Oriente la tradición del anexionismo era menos fuerte que en otras localidades del archipiélago. Según han apuntado varios estudiosos del tema, a diferencia, por ejemplo, de La Habana y Camagüey, con vínculos culturales con Norteamérica, en el este del país se miraba más hacia las repúblicas sudamericanas que hacia Estados Unidos, gracias a las conexiones a través del puerto de Santiago de Cuba. En la región donde arrancó la guerra anticolonial no se había difundido la bandera de Narciso López; por eso, al llegar a Guáimaro, los delegados orientales defendieron que debía aprobarse como bandera la blandida por Céspedes al proclamarse la independencia.

Los números y las alianzas, al igual que en otros temas sobre la mesa, no acompañaban a los orientales. Las votaciones del 12 de abril favorecieron el estandarte ondeado en Cárdenas en 1850. Como escribirían los historiadores cubanos Eduardo Torres-Cuevas y Oscar Loyola, “los asambleístas seleccionaron como enseña nacional, no el pabellón cespedista enarbolado en Demajagua el 10 de octubre de 1868, sino la bandera ondeada por Narciso López en Cárdenas en 1850, reflejo del peso camagüeyano-villareño en la Asamblea”.

Así, en abril de 1869 la insignia de las varias conspiraciones para unir el destino de Cuba al del país norteño se convirtió oficialmente en símbolo de la nación cubana. Más adelante, José Martí explicaría que su carácter anexionista original fue saneado con la sangre derramada por la independencia. “El pabellón nuevo de Yara cedía, por la antigüedad y la historia, al pabellón saneado por la muerte”, escribió el Apóstol en un trabajo titulado El 10 de abril.

De acuerdo con los historiadores Torres-Cuevas y Loyola, Narciso López, quien había muerto en 1851 en el garrote vil por sus actividades antiespañolas, era masón y conocía el simbolismo revolucionario, republicano y humanista. Al incluirla en el diseño de la bandera, esta semiótica, vinculada a la tradición de la Revolución Francesa, sintetizaba al “ciudadano de la república, libre e igual, con plenos deberes y derechos, en contraposición a los vasallos del rey según la concepción de las monarquías absolutas”. 

Finalmente, el joven jurista Antonio Zambrana tuvo una iniciativa para “desagraviar” a Céspedes: que la bandera izada el 10 de octubre fuera considerada parte del tesoro de la República: desde entonces, la enseña de Céspedes ha presidido las sesiones parlamentarias junto a la de la estrella solitaria.

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