La riqueza de su obra contribuye a nutrir la valía de la música popular cubana.
La riqueza de su obra contribuye a nutrir la valía de la música popular cubana. / Leyva Benítez
La riqueza de su obra contribuye a nutrir la valía de la música popular cubana.
La riqueza de su obra contribuye a nutrir la valía de la música popular cubana. / Leyva Benítez

Historia de un amor imperecedero

Imposible olvidar tus sones que han hecho bailar a varias generaciones. En Cuba y allende los mares te recuerdan sonriente, afable, presto a defender lo más auténtico de la música popular cubana. Con verbo contundente e ideas lúcidas renovaste lo más exquisito logrado por los ancestros, entre ellos Arsenio Rodríguez, un referente para todos los tiempos.

Al evocar tu nombre esencial en nuestra cultura, vuelvo a escuchar tus palabras, en ellas lidera una total fascinación por la Escuela Nacional de Arte donde estudiaste de 1966 a 1972. “Allí viví momentos sublimes de mi vida personal. Es la protagonista de la historia que ahora te cuento. Quizás poco he reflexionado en público sobre tantos descubrimientos, los cuales me animaron a seguir adelante. Los hallazgos preliminares fueron de la mano de mis maestros: Aida Diestro en solfeo, Georgina Ramos me enseñó teoría, aprendí fagot junto a dos eminencias Julián Corrales y Lázaro Stoichev. Soy graduado de ese instrumento”.

Tu rostro solía iluminarse con las remembranzas, salpicabas con emociones la evocación de anécdotas y vivencias perdurables. “En la ENA comprendí la importancia de tener un estilo, sentar pautas sin olvidar a quienes me inspiraron”.

De vuelta a los escenarios era posible apreciar el disfrute de los bailadores cuando escuchaban A bailar el toca toca, Y qué tú quieres que te den, A Bayamo en coche y tantos otros éxitos de larga permanencia en la memoria, en el presente, sin distancia ni olvido.

“En aquella escuela maravillosa compartíamos con estudiantes de artes plásticas, teatro y otras especialidades. Esto me sirvió para enriquecer la cultura. Ya lo decía mi madre, Rosa Zayas, que el saber no ocupa lugar, te da nuevas luces. Aprovecha lo humano y la bendición de descubrir por ti mismo otras maneras de hacer”.

Tantos afanes tuvieron una excelente brújula porque aprendiste la importancia de pensar detenidamente un tema hasta encontrar el estribillo justo. Tenía que ser ese, no otro. La letra y la música iban juntas en un par indivisible.

En la ENA sentiste que el lenguaje de la música es la música misma. Más allá del ritmo y la armonía su secreto estriba en comunicar sentimientos sin ninguna interferencia. También le enseñaste a tus hijos ese amor por lo propio, lo auténtico, lo que se respira en la inmensidad del talento de manera natural, espontánea.

“Tuve muchas y buenas intuiciones, siempre arraigadas en los años de estudios que hicieron crecer una raíz muy poderosa. Sin la Escuela Nacional de Arte no hubiese sido el mismo, claro que no. Me une a ella un amor imperecedero”.

Ahora, cuando volvemos a tu fonografía, a los audiovisuales grabados, como previendo que no se pierda nada memorable, vuelven tu imagen y tu voz para describir la potencia de una vida pródiga en éxitos y avances continuos. Por todo esto sigues vital, querido maestro Adalberto Álvarez.

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