La cumbre de la hegemonía decadente

No faltaron críticas, construcciones negativas, exclusiones y falta de apoyo. Estados Unidos celebró, sin dudas, una cita de la hegemonía decadente.

La mal llamada IX Cumbre de las Américas dejó, más que acuerdos positivos —que no hubo— o conclusiones para beneficio de nuestros pueblos, lecciones de que cada vez esta parte del mundo le interesa menos a Washington.

Y todo eso, más allá de las exclusiones de Cuba, Nicaragua y Venezuela, sobre las que no se tomó el trabajo de explicar el anfitrión, Joe Biden. Como tampoco se interesó en, al menos, rebatir los reclamos de líderes latinoamericanos y caribeños sobre el bloqueo que mantiene a esta isla, o en escuchar las críticas a la OEA.

Nada de eso era importante, pues fueron temas que nunca estuvieron incluidos en la agenda, porque no “les conviene” tocarlos.

Los tópicos del encuentro se diseñaron en la medida de los intereses del anfitrión, abordaron los conflictos que le afectaban directamente y brindaron soluciones a la medida de sus propios intereses.

Uno de los más cruciales, el tema migración, no hurgó en las causas del fenómeno, que no son más que la precariedad económica, la falta de oportunidades causadas justamente por problemas estructurales, que precisan cambios profundos en el sistema y en los modelos económicos y políticos de esas naciones.

No se habló de las raíces verdaderas, y la respuesta estuvo simplemente centrada en compartir responsabilidades en la gestión del flujo migratorio, sobre todo entre los que no tienen los recursos, ni siquiera, para enfrentar sus propios desafíos.

En la Declaración de Los Ángeles sobre Migración y Protección, Estados Unidos se compromete a acoger a 20 mil refugiados de América Latina en 2023 y 2024, así como a desembolsar 314 millones de dólares en ayuda para migrantes en la región.

El gobierno del presidente Joe Biden también ofrece “aumentar” la acogida de refugiados haitianos, pero no da cifras al respecto, y otorgará 11 mil 500 visas de trabajo temporal a ciudadanos de Haití y países de Centroamérica.

Estos ofrecimientos no podrían estar más distantes de lo que se requiere para atender el fenómeno migratorio. Son solo una perfecta muestra de dónde se encuentran las prioridades de una superpotencia que destina para este fenómeno menos de uno por ciento de lo que consignará en un solo paquete de apoyo a Ucrania para sus acciones bélicas, y la cantidad de refugiados latinoamericanos a los que abrirá las puertas es realmente risible.

No hubo seriedad, ni voluntad real tampoco a la hora de hablar de migración y proponer soluciones a la proveniente, por ejemplo, de Cuba, Nicaragua o Venezuela, sin estar estas naciones presentes en la cita.

No debemos pasar por alto la celebración de su Foro de la Sociedad Civil. Es esta quizá, la mayor desilusión de esta Cumbre de las Américas. El evento paralelo, organizado por el sector privado en el tan mentado “CEO Summit of the Americas”, fue solamente por invitación y fueron convidados unas pocas empresas poderosas, que solo llegaron a hacer lobby con políticos y diplomáticos.

Éstos, por su parte, aprovecharon para sacarse fotos que después publicaron en redes sociales, acompañadas de declaraciones grandilocuentes que dan a entender que jugaron un papel clave en los acuerdos que anuncian cuando, en realidad, no fue así.

¿Qué queda de la Cumbre? Pues la certeza de que Washington nos sigue mirando con desprecio, convencido de que somos su patio trasero asegurado. Pero también emerge la realidad de que pocos estamos dispuestos a seguir permitiendo que nos miren por “encima del hombro”.

En ese contexto cobran relieve la postura y el excelente discurso de Alberto Fernández, en su doble rol de presidente argentino y de titular de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC). Fernández fustigó las exclusiones, los bloqueos a Cuba y Venezuela, el golpe de Estado en Bolivia, a las autoridades y las políticas del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y la OEA. Una presentación estudiada, profesional, sin improvisaciones ni estridencias, tan ajustada al corto tiempo pautado como contundente, pero que no provocó ni una sola palabra de la administración anfitriona.

Y a eso sumemos la valiente decisión del presidente de México, Andrés Manuel López Obrados, quien le dijo a Biden por lo claro: No voy porque no están Cuba, Nicaragua y Venezuela. No voy porque no existe una América con exclusiones. Postura firme a la que se unieron Xiomara Castro, de Honduras, y Luis Arce de Bolivia, sin dejar de mencionar el mérito de las naciones del Caricom en pleno, que también demostraron entereza y declinaron asistir.

A lo interno, nada nuevo, positivo, diferente o superior. Era de esperar.

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