Las lecciones de Mayra Navarro

 Fotomontaje. / Yissel Alvarez Dieppa

Dos o tres veces me ausenté de las peñas culturales en La Universidad de La Habana, hasta que, en una cuarta ocasión, me detuvo el profesor Jesús Arencibia: “Señorita ─dijo─, hoy debes esperar a Mayra Navarro, la narradora oral más importante de Cuba”.

Aquel día de septiembre, ella alzó los brazos y relató el cuento de cierta mujer que no era ni chica ni grande. Lo recuerdo ahora, desde la variedad (¿el caleidoscopio?) de las puestas en escena. Lo recuerdo, ahora, y me parece una historia bien contada, fantástica: con cierta imaginación enmarañada, pero con atmósferas verosímiles y una tensión que no cedía, incitando a permanecer en el aula. Estoy de segura de que nadie que quiso entrar quedó fuera. Estoy segura de que muy pocos quisieron quedarse fuera.

Meses después, mientras caminaba por La Habana Vieja, vi un cartel en el Gran Teatro Alicia Alonso: Taller de narración oral Aprendiendo a contar cuentos, con la maestra Mayra Navarro. Y como yo padecía de esa manía de ser músico, poeta y… decidí entrar.

Sus lecciones parecían un dibujo, con las paredes del teatro respirando: agrandándose y encogiéndose según la cantidad de alumnos. Mayra era la capitana. ¿Tierna?, tierna. Ella no quería serlo; de vez en cuando te decía que lo estabas haciendo mal, así, sin metáforas.

A esas primeras demostraciones le siguieron tres clases teóricas en las que, efectivamente, comprobé que la narración oral era un arte. Titubeé en continuar… pero me convencí de que podía ser simple. El cuento perfecto sería el de alguna periodista. Y pensé en uno de la profesora María Elena Llana: el de la viejecita que se mece en su balancín Reina Ana. Lo memoricé. Me tomó cinco días.

Ya en las actividades prácticas, el orden de las narraciones se definía por un sorteo. Comenzaron las interpretaciones y me preocupé porque a algunos se les olvidaban los párrafos y otros salían constantemente del aula. Llegó mi turno, tragué, empecé la historia. En ese instante la lengua se me entorpeció y ofrecí disculpas al auditorio. Luego (mal) grité mil palabras al vuelo de flecha.

El último día del taller Mayra habló conmigo y, entonces, me sometí al tortuoso momento de saber que no pude cumplir con algo/alguien. Llegaría la próxima primavera. Tal vez no me hubiese entorpecido y ella habría sonreído. Sin embargo, desde que culminaron esas lecciones, un fantasma recorrió el teatro: el “secreto a voces” del final de Mayra. Y el 26 de diciembre de 2019, el Ministerio de Cultura expresó sus condolencias por la pérdida de mi profesora.

Confieso que, a mí, en pena, me chocó la estridencia y el dolor. Porque Mayra Navarro ya no estaba y no estaría más. No estaría más su inteligencia, su creatividad. No estaría más su talento para descubrir y dar a conocer, para rescatar y activar la memoria oral. No estaría más su afán, su valentía para decir las verdades, para luchar y mantener vivo el fuego de los cuentos.

Pero cuando esta primavera observé la convocatoria de un nuevo Taller de Narración Oral en el Gran Teatro de La Habana, creí reconocer su voz: eran sus clases, contaba sus cuentos y acallaba el bullicio. Leyendo el anuncio, me di cuenta de que Mayra Navarro permanecía –permanecerá– y a ella podemos regresar siempre. Entonces, entendí que era un relato de su agrado y que solo falta ella para narrarlo de la mejor manera.

Comparte en redes sociales:

Un comentario

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.

Te Recomendamos