Con 13 nominaciones a la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Hollywood de la edición 96 de los Premios Oscar 2024, “Oppenheimer” se alza como favorita. Sin embargo, el filme arroja una verdad desgarradora: a la sombra de la bandera de barras y estrellas aguardan bombas listas para estallar en supuesto nombre de la paz mundial
En el vasto y competitivo mundo del cine, donde las opiniones a menudo son divergentes, emerge una película que parece unánimemente aceptada como perfecta en todos los sentidos: “Oppenheimer”, dirigida por Christopher Nolan. Este largometraje, basado en la vida del físico J. Robert Oppenheimer, es una obra que cautiva y que pretende arrojar luz a la incómoda y dolorosa realidad detrás de la creación de una de las armas más impactantes de la historia.
Nolan, con una estética visual distintiva y guía precisa en la representación de las ciencias y la psicología humana, lleva su maestría cinematográfica a nuevas alturas en este filme, que ha arrasado hasta la fecha con las citas más importantes del séptimo arte, y por la que se apuesta como principal favorita en la Academia de Hollywood, cuyo dictamen, aunque cuestionadísimo, acuña lo “valedero” dentro del cine.
La epopeya de Nolan sobre la bomba atómica es imperfecta pero extraordinaria.
The Guardian
Una obra maestra monumental.
The Washington Post
Una epopeya magníficamente fotografiada, interpretada con brillantez, magistralmente editada y completamente absorbente, que se coloca de inmediato entre las mejores películas de esta década…
Chicago Sun-Times
En “Oppenheimer”, la pasión del cineasta por la ciencia y el entendimiento racional de la conducta humana se fusionan con una narrativa que, a juicio de algunos, desmantela las percepciones convencionales. Aunque su exploración anterior en “El Origen” jugó con los límites de la realidad y los sueños, esta vez el enfoque se centra en “desafiar” los discursos ganadores, específicamente los asociados con el triunfo de los Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial.
El dominio del cineasta en la dirección y su colaboración con el director de fotografía Hoyte van Hoytema forman un binomio armónico que, al combinar las imágenes en blanco y negro con secuencias vibrantes y llenas de color, contribuye a resaltar magistralmente los contrastes y las tensiones presentes en el argumento, el cual rompe la carga emocional típica de las representaciones tradicionales de este tipo de producciones.
El largometraje no solo nos invita a pensar sobre la creación del arma nuclear, sino también a reflexionar cómo se recogieron y perciben aquellos hechos. ¿Cómo se construyen las narrativas de poder y quiénes las controlan? ¿Hasta qué punto la verdad ha sido moldeada? Estas son interrogantes que resuenan a lo largo del filme, el cual, por más que se erija desafiante de la visión etnocentrista de eventos históricos clave, avizora algo escalofriante: que hay nuevas bombas por detonar.
De ritmo implacable, que hace que no se noten las tres horas que dura, ‘Oppenheimer’ es un espécimen raro del Hollywood actual, el que seguramente le llenará de candidaturas al Oscar.
Diario Clarín
Cillian Murphy deslumbra como destructor de mundos. (…) Es una trepidante montaña rusa y, a la vez, un retrato espiritual que eriza la piel; una obra de época en su mayoría clásica que sólo Nolan podría haber hecho…
Telegraph
Las “partículas” de Nolan
Como una historia asimétrica y relevadora se muestra por sí sola la película, que nos trae una trama donde Cillian Murphy, conocido por su brillante desempeño en “Peaky Blinders”, asume con destreza la interpretación. Su actuación, además de convincente, logra transmitir la complejidad ética y emocional de un hombre que “desencadenó” un cambio irreversible en una época.
El talentoso elenco que lo rodea agrega capas adicionales de poder a la producción. Cada actor y diálogo están meticulosamente colocados para construir un relato que entretiene y también despierta el análisis sobre la ética en el arte y la ciencia.
Al igual que las partículas cuánticas pueden existir en múltiples estados simultáneos, Oppenheimer, en su papel de investigador y “responsable” de la gran devastación, se encuentra en una posición ambivalente entre la agudeza científica y la moral.
La incuestionable producción, cuya dualidad a través de la figura del físico, quien golpea una y otra vez en su conciencia la frase: “Soy un destructor de mundos”, utiliza elementos visuales y narrativos para representar la idea de que la observación influye en el resultado, donde el genio, eterno condenado a su Tártaro personal, convierte su descubrimiento en una realidad que no puede ser ignorada.
Una visión inquietante y fascinante de lo que la humanidad es capaz de provocar en sí misma, tanto por su innovación como por su capacidad para justificar cualquier atrocidad.
IGN
La bomba atómica se convierte por tanto en un símbolo de la capacidad humana para desencadenar fuerzas incontrolables de la naturaleza, metáfora construida sobre la base de aquel titán que trajo el fuego a la humanidad, ya que Oppenheimer desata la energía atómica como un “regalo” ambivalente, sombra que lo persigue a lo largo de su vida.
Asimismo, como una paradoja cuántica en sus propias decisiones, se ve atrapado en un bucle temporal de culpa y redención; es el nuevo Sísifo del siglo XX.
¿Nolan entonces reivindica/limpia/justifica el acto, los hechos, la conciencia occidental? Lo sucedido recae en la mente del científico, en lo inevitable. Para el cineasta, Oppenheimer es el gato de Schrödinger, quien viene a reafirmarnos –desde ese pensamiento postclásico burgués– que la verdad no es más que intersubjetividad, que la historia, más que objetiva, es especulativa.
Sin mea culpa: el hongo nuclear
A modo novelístico, el filme trata de ponderar a Oppenheimer en toda su magnitud. Bien lo afirman los diálogos ficticios entre el científico y Einstein, que se chiclea hasta casi el último fotograma para revelarnos que esa “simpatía” de palabras “compartidas” no es más que la autoindulgencia frente al horror que desencadenó el punto cero de Hiroshima y Nagasaki.
Con un sabor agridulce, donde la culpa es asumida desde lo ineludible –para Nolan, la decisión de las grandes mentes occidentales de avanzar con el desarrollo de la bomba se vuelve acto necesario–, el filme se desmiente a sí mismo cuando queda reducida cualquier crítica del rol de los Estados Unidos y a las dinámicas políticas imperialistas de las grandes potencias en el escenario mundial de entonces. En “Oppenheimer”, la pesadilla atómica fue solo decisión de un hombre.
Nolan se excede en el artificio de ‘Oppenheimer’, una película espectacular, magnética y barroca (…) una obra tensada sobre las dialécticas del intimismo y el espectáculo, la complejidad narrativa y la simplicidad dicotómica, el rigor histórico y la desmemoria.
El Cultural
Desde el etnocentrismo, la detonación ocurre únicamente en la psique del científico y, salvo aquella prueba preliminar de “Trinity” en el desierto por el proyecto Manhattan, no se muestran las imágenes desgarradoras provocadas por las “Little Boy” y “Fat Man”. Una vez más, la censura (solo) fílmica respalda la versión arquetípica de un gobierno que afirma, según Truman de forma arrogante, que estas se utilizaron para salvar vidas. La bomba se convierte en fetiche simbólico.
La cinta elude adentrarse en los testimonios visuales de una época y, ante la posibilidad de tratar las secuelas y destrucción del caos atómico, obvia los intereses que en verdad condujeron a la expansión del arsenal armamentista y sus propósitos de exterminio. ¿O acaso Los Álamos no es un modelo paradigmático de ciudades encerradas y militarizadas con fines políticos y que allí se presenta como comunidad feliz? ¿Acaso podemos olvidar que este espacio aislado, bajo la sombra del proyecto Manhattan, se convirtió en un microcosmos de control y vigilancia, y estableció un precedente para futuras instalaciones cerradas en nombre de la seguridad nacional?
‘Oppenheimer’ (…) es un ejemplo de lo que Hollywood ha olvidado para hacer cine. El valor de la pantalla grande sin depender de un fondo verde. Cine puro que para contar una historia del alma norteamericana.
Diario El Sol de México
Nolan rompe, eso sí, con singular dominio cinematográfico, la forma de abordar el tema, que incluso nos hace simpatizar con el Prometeo martirizado y dejar a un lado las secuelas que aún se viven en esas ciudades niponas. Los sucesos externos, los antecedentes de esas explosiones nucleares, la llevada a cabo del genocidio sin precedentes… es polvo en el viento.
Sería imperdonable quedar al margen de los hechos históricos; desentenderse del horror. “La historia ocurre dos veces: la primera vez como una gran tragedia y la segunda como una miserable farsa”[1]. Bajo la bandera de barras y estrellas quedan bombas por detonar en nombre de la paz mundial, “bombas necesarias”. El gato en la caja, amigos, no es Oppenheimer; es el verdadero destructor de mundos.
[1] Famosa frase con la que Carlos Marx comienza el texto “El 18 brumario de Luis Bonaparte”.
Un comentario
Chrystopher Nolan ha dirigido excelentes filmes anteriores a este .Es físico de profesión y ha llevado al cine aspectos de la carrera desde el punto de vista humano.El amor la conciencia y la creatividad de la humanidad se muestran.Ojala este filme sea recordatorio perenne de nunca usar un arma atómica.Le faltaría hacer uno sobre Chernobil Fukushima o Thre Island.