Laura

Violencia de género
Ilustración. / Yissel Alvarez

(Para la MAESTRA, porque, aunque la vistió muchísimas veces, fue imposible su regreso)

Nunca leyó de lobos y corderos. Nunca jugó con sus amigas a la presa y al depredador. Pero ella era eso: carne fresca de manada hambrienta.

No debería empezar de esta forma y, sin embargo, acabo de hacerlo. Laura: pequeña de ocho años. Laura: podría ser uno de sus muchos nombres. Laura: si llegara a ser mujer-independiente-decidida-valiente (hoy es cordero y niña a la vez) su cuerpo se precipitaría al vacío. Y… ¿sus ojos?, soñarían con latir.

Camina con dolor, y cojea, parece que tropezó bajo la luna llena. Fue así. Desde siempre la manada (su manada) olfateó el perfume de la lana recién crecida.

Él: abuelo querido, líder de todos. Él: primero en aullar bajo la luna, anunciando sed de presas fáciles. Él: aquella noche le siguió el rastro entre las ráfagas de viento. Trémula corrió la débil, pero las estrellas la abandonaron pues el pasto estaba al acecho del más fuerte.

La retuvo entre sus garras, le mordió con filo la oreja y las caricias llegaron más adentro de la falda marrón. Cuánto de chillidos: pensó en su má, le gritó; en su pá, le llamó y pensó también en sus sueños por soñar. Mas el hambriento continuó, saboreó el marfil y la tomó en el aire hasta saciarse de sangre.

Alguien la vio caminar hacia la escuela, hacia la casa, con hilo rojo pegado al cuerpo. Y exclamó su dolor a todos, y vagó con él. ¿Quiénes la escucharon? Ni tú ni yo… ¡Nadie pudo controlar a la fiera! Así que ella calló. Le preguntó al cielo si su carne era suficiente para alimentar a tanto demonio.

En luna menguante caminó por ahí, despeinada. Habló de otros depredadores: el gozo en la cama de cierto lobo que asegura ser su hermano, el placer de un sediento que simula ser su primo, y el celo entre ambos, que apresuran la lujuria en el reloj de su cuarto.

Oí balar a la pequeña en la lluvia, como pidiendo que brotara la felicidad de las nubes. Conversaba disparatada la muy mansa y decía que los muchos insaciables la habían marcado con un condiloma. Ya los cuatro vientos lo habían percibido: sueñan los médicos con defenderla para que ella no sea más rehén de hospitales.

Sin embargo, las batas verdes y los quirófanos no la olvidan. Y a cada rato le hacen recordar las noches de insomnio, a su manera, cuando el ardor le regresa al cuerpo y le dan la bienvenida las enfermeras entre pinchazos de jeringa.

***

No debería empezar por la historia de los lobos y corderos; sin embargo, ya lo hice. Ahora Laura tiene 20 años. Continúa viviendo entre animales y les teme.

Arianna: pequeña de 10 años. Sus ojos son más opacos que los de su hermana Laura, el pelo rizo y los pechos pequeños. Su abuelo la mira, su hermano la toca y su primo la encierra en el cuarto. Laura lo observa todo desde afuera. Prefiere ir al patio, desvestirse y comenzar a lavar naturalmente desnuda.

Miro a su alrededor: crecen en el verde pasto. Miro a su alrededor: aún viven en una jauría. Creo porque hay que creer en la vida. ¿Sabrán ellas lo que es vida? ¿Cómo crecer en este siglo? ¿Cómo convertirse en mujeres-fuertes-independientes-intuitivas-compasivas? Nunca leyeron de corderos. Nunca jugaron con sus amigos a la presa y al depredador. Pero cojean y lloran, parece que tropezaron con lobos en luna llena.

***

El presente escrito es una versión del texto El lobo y el cordero, ganador en la categoría estudiantil del concurso nacional de crónica Miguel Ángel de la Torre (2017).

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2 comentarios

  1. Aunque el texto es fuerte, acerca de un tema que llega hasta la médula, está tan bellamente escrito y acompañado de una hermosa ilustración, quie quien lo lee no para hasta el final. Felicitaciones!!!

  2. Me quedo choqueado. Siento una rabia inmensa al pensar que esa barbarie deshumanizada puede reflejar vívidamente no solo una inquietante ficción literaria sino también una intolerable realidad que tal vez esté ocurriendo ahora mismo en algún lugar. Sin duda Amaya sabe conmover, y levantar el ánimo de pelea contra el horror. Preciosa la ilustración de Yissel, para odiar más al abyecto lobo de la historia triste.

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