Los árboles me ayudan a vivir

Mi recóndito deseo es formar corpóreamente parte de la familia de los árboles. Ellos no necesitan pronunciarse, ni adoptar actitudes socialmente “correctas”, porque en sí mismos –luzcan como luzcan– son benditos. Nosotros, los humanos, estamos excesivamente sujetos a las valoraciones subjetivas de terceros.

Un árbol es, y nada más.

Eso pensaba hasta hace unos días, cuando, apelando a recursos psicológicos internos, comencé a asumirlos de otra manera. Qué puedo hacer: soy senti-pensante y relativa. Irrepetible. Aunque está científicamente probado que el estado de ánimo condiciona la mirada: llevo más de 50 años de contemplación, de apreciación, de deleite ante el follaje. Creo (ojalá me equivoque) que es un gusto un tanto pasado de moda.

Cada árbol proporciona oxígeno: decenas de miles de fuentes periodísticas y científicas lo confirman. En muyinteresante.es, por ejemplo, se remarca la tesis de que “aproximadamente media hectárea de árboles en edad adulta puede proporcionar en un año oxígeno para 18 personas”. O que mediante el proceso de fotosíntesis absorben el dióxido de carbono (gas de efecto invernadero), liberando oxígeno al ambiente.

De más están las doctas lecturas para saber lo que se intuye de solo mirarlos: la mitad de las especies conocidas de la Tierra viven en ellos; en bosques y selvas. Insectos, gusanos, abejas y aves son portadores de polen y semillas con que la naturaleza tiene sentido de perpetuación.

Todos, de niños, incluso los políticos que se desentienden de los actuales niveles de deforestación, corrieron detrás de una mariposa o siguieron el curso de algún pájaro, con similar pregunta: ¿Y si pudiera volar? No en sofisticados artilugios, sino así: abrir los brazos y confundirse con el cielo. Yo, en mi afán de cosmonauta, cuánto daría por hablar de noche con las estrellas.

Con los árboles construimos nuestras casas “civilizadas”. Con ellos, al darles formas de botes o barcos, decidimos extender los apetitos de curiosidad, a través de ríos o mares. Hay quien, por otra parte, nació en zona vasta, rica en acuíferos, mientras que los isleños, como los cubanos, sabemos de duros períodos de sequía; por eso a nuestra infancia se le enseña que los árboles son aliados útiles en las fuertes lluvias, ayudando a que el suelo absorba más de una inundación repentina. Y que una vez en el subsuelo servirá en el futuro para el consumo, el saneamiento y el riego. Además, a golpe de ciclones, asimilamos que los grupos de árboles sirven de valla protectora contra vientos peligrosos: especie de “amortiguador” para evitar ciertas pérdidas.

No es, sin embargo, esta la esencia argumental de mis líneas. Los árboles son bellos: valor intrínseco para amarlos y cuidarlos. En mi obsesionado romanticismo contemplo a los árboles, viendo en ellos a personas. ¡Como las bellas gentes que deberíamos ser! Al igual que en la sociedad, aquí tampoco puede haber idealismo o absolutizaciones.

Los hay recios y erguidos como el más valiente de los héroes; están los contrahechos y caídos como el vil traidor o el ser cansado que ya rindió las horas a la monotonía y al aburrimiento; o, simplemente, se anda muriendo. Están los repletos de biodiversidad, como familia humana que atiborra una mesa dominical, de comida, discusiones, risas y ahora de las infaltables selfies.

Me los tropiezo coquetos cual mujeres seductoras, plenas de erotismo. O los transmuto de madera limpia a figurarlos pulcros, cuyos saludables troncos indican que si fueran personas tendrían vida para rato. Tampoco podían faltar los nacientes, cual niños o niñas, mimados en su diaria cuota de agua. Hay madres a millones, que paren frutos y los cargan, sabiendo que la cosecha será de otros, pero que llevarán su savia.

En mi ejercicio de comparación, por mucho que lo intente, no puedo sustraerme a la evocación de uno de mis hijos, y a sus dibujos infantiles, pues el verde era su color favorito. Entonces, cuando eso pasa, ¡el nudo lloroso de la garganta cambia a esperanzado gozo, porque igualmente recuerdo que en una hoja de árbol se cobijan gotas de rocío…y de amor!

De todo ese diapasón de interpretaciones o modificaciones de una “cosa” a personas o sentimientos, hay una, sin duda mi favorita, condensación de ideales: ¡adoro ese conjunto diverso, disparejo, amorfo, caprichoso de un pequeño bosque que, manteniendo sus distancias, permanece unido: como el pueblo cubano que siempre hemos sido!

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Un comentario

  1. CUANDO CRISTOBAL COLUMBUS PUSO PIE EN NUESTRA TIERRA SU PRIMERAS PALABRAS FUERON QUE NO PODIA VER EL SOL LA RAZON FUE ESTABA LLENA DE VEGETACION NATURALES POR SUPUESTO , LOS COLONIZADORES HICIERON DE LAS SUYAS , AHORA NOSOTROS DEBEMOS TRAER ESA REALIDAD DE VUELTA SEREMOS MAS SANOS LIBRES DE TOSAS LAS ENFERMADADES QUE CONSTRUIMOS CON EL DESARROLLO INDUSTRIAL QUE NOSOTROS HEMOS CREADO ,SI TENEMOS LA SOLUCION , AQUI EN LOS ANGELES EXISTE EL DIA DE LA TIERRA Y TODOS LOS AUMNOS DEL SECUNDARIO VAN AL CAMPO A PLANTAR ARBOLES ESO SE LLAMA EDUCACION PARA EL FUTURO , NOSOTROS TAMBIEN LO PODEMOS HACER NO SOLAMENTE MAYORES DE EDAD SOMOS RESPONSABLES NI EL CAMPESINADO , CUBA ES DE TODOS LOS CUBANOS Y SOMOS NOSOTROS LOS RESPONSABLES POR EL FUTURO Y BIENESTAR DE TODOS GRACIAS

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