Miles de pioneros protagonizaron el Desfile Martiano para homenajear al Héroe Nacional en el aniversario 171 de su natalicio
Texto./ Tania Rendón Portelles.
Fotos./ Jorge Luis Sánchez Rivera.
Bajo el cálido sol de enero, las calles se visten de alegría y color en vísperas del natalicio de José Martí. Los niños, ataviados con sus uniformes de pioneros, se congregan con la emoción palpable en el aire. Es el día del desfile martiano, homenaje sincero al hombre de «La Edad de Oro», al Maestro que dejó un legado imborrable en la historia de Cuba.
Desde tempranas horas, los pequeños se transforman en personajes entrañables de este libro que debiera ser cabecera de todos los príncipes enanos, porque la mejor manera de preservar su memoria es leerlo; es el hacer cotidiano por el bien común.
Los pequeños, con sus sonrisas traviesas, se preparan para marchar como amigos de Martí. Los disfraces de personajes como Pilar, La muñeca negra, Bebé y el Señor Don Pomposo, Meñique, y otros tantos protagonistas de este preciado texto cobran vida y danzan en la imaginación de aquellos que deciden homenajear en el día de hoy. Es la conexión profunda entre el Héroe Nacional y la infancia.
A medida que avanza el desfile, la calle se convierte en un lienzo de colores y risas. Las banderas ondean con las imágenes del Apóstol. Los maestros, con miradas tiernas y voces llenas de afecto, guían a sus alumnos en esta travesía. Más que enseñar, aquí se cultiva el respeto.
El desfile es un lazo emocional que une a las generaciones presentes con la obra eterna del Maestro. No solo es un evento anual, es un recordatorio de que «La Edad de Oro» vive en los pequeñuelos, y Martí, el amigo de todos los tiempos, camina junto a ellos en esta jornada llena de emoción y significado.
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Martí a ras de niños
El Desfile Martiano es pura tradición, sedimento de años, fiesta que no sé si disfrutan más los niños (vestidos de Meñique, de Nene Traviesa, de príncipes…) o si padres y abuelos
Texto y Fotos./ Pastor Batista.
Una entrañable amiga me dice que el desfile del pasado año “quedó mejor”. Y entrañablemente le respondo: “Lo dudo”.
Hubo de todo en este, protagonizado no solo por todos los centros de educación con que cuenta Sancti Spíritus, sino también por la familia y pueblo espirituanos, en peso.
La alegre marcha no refleja una preparación apresurada, de última hora, de una semana, ni siquiera de meses -le comento a un colega periodista. Es pura tradición, sedimento de años, fiesta que no sé si disfrutan más los niños (vestidos de Meñique, de Nene Traviesa, de príncipes…) o si padres y abuelos, zancajeando hasta ayer el pedacito de tela por acá, el trozo de encaje por allá, el pequeño traje de color negro, el lazo o la corbata, el pliego de cartón, la foto de Martí, los zapaticos (de rosa) y hasta la urna de real o aparente cristal…
Es que la gente lleva dentro al Maestro. Es que Martí lo merece.
Un comentario
muy bueno