Tras veinticuatro meses de combates, las cosas cambian para Occidente y Kiev, pero para peor
¿Cómo estará Victoria Nuland por estos días? ¿Recordará con alegría o el ceño fruncido sus correrías de 2014 en Kiev? Y es que si para Carlos Gardel 20 años no fueron nada, 10 para la subsecretaria norteamericana de Estado para Asuntos Políticos y sus socios de equipo deberían significar apenas un soplo… aunque, a estas alturas, seguramente demasiado amargo.
Por aquel entonces ella, dura, cortante y prepotente, como sus más cercanos padrinos y comparsas en Washington, se paseaba entre las hogueras y furias del Maidán ucraniano repartiendo bolsas de golosinas, e instrucciones al oído de los neonazis que alborotaban las calles, apaleaban a los ruso-parlantes, quemaban locales sindicales repletos de gente y remataban a los sobrevivientes a puro golpe de porra (en Odesa), así como también marchaban orondos y formados en apretadas hordas a semejanza de las juventudes hitlerianas y los camisas pardas de las SS, vitoreando un nacionalismo enfermizo, xenófobo y anti-Moscú.
Sería interesante, además, preguntar a la Casa Blanca, Downing Steet 10, al Eliseo o a la Cancillería germana, qué experimentan ahora mismo luego de haber saboteado tiempos atrás los acuerdos Minsk Uno y Dos, y el ulterior protocolo negociado en Turquía para lograr una paz con Rusia menos costosa para Ucrania que la que hoy pueden intentar regalarse cuando el Kremlin virtualmente arrolla a las tropas neonazis en toda la enorme longitud del frente de lucha del Oeste.
De seguro que para todos los citados, desde los articuladores primigenios del conflicto, hasta los que aún insisten en prolongarlo a pesar de estar a las puertas de un desastre mayúsculo, la mezcla de frustración, rabia, mala entraña y desconcierto no puede ser mayor.
Y, en voz baja, tal vez ya están asumiendo la sucia y cínica actitud que les atribuyó hace apenas horas el exitoso empresario norteamericano David Sacks en su cuenta de X. “Cuando la guerra finalmente se pierda –escribió–, cuando toda Ucrania quede en ruinas humeantes sobre una pira funeraria, ellos mismos, los mentirosos promotores de la violencia, que impidieron cualquier alternativa y calumniaron a cualquiera que dijera la verdad como si fuera un títere del enemigo, entonces dirán: Hicimos lo mejor que pudimos. Nos enfrentamos a Putin.
“Luego, después de echarse la culpa unos a otros y darse palmaditas en la espalda, pasarán alegremente a la siguiente guerra, como lo hicieron con Ucrania después de sus desastres en Afganistán e Irak”, concluyó Sacks. Hasta que la historia les pase la cuenta, porque no hay mal que dure mil años ni nadie que lo resista, valdría añadir.
En Ucrania, y es pura palabra santa, no solo se decide la seguridad de Rusia, sino además el cambio de equilibrio internacional más desfavorable y sonado en la díscola historia imperial de Washington y sus escuderos globales.
De las realidades, aunque no gusten
Vladimir Putin, brutal para unos, ladino para otros, pero ciertamente de los estadistas más brillantes de finales del siglo XX y de estos días del XXI para mucha más gente dentro y fuera de Rusia, la fórmula debía ser radical, y ciertamente preparó con acierto al gigante euroasiático para lo que se le venía encima.
Ni socialista, ni comunista (para que nadie le imagine continuador del antagonismo ideológico de la Guerra Fría), resulta, eso sí, hábil y preciso a la hora de hacer lo que cada momento requiere sobre la base de las realidades objetivas y subjetivas vigentes, y sin costosas prisas ni voluntarismos de por medio. Una valiosa lección para muchos gobernantes en estas horas y en este mundo.
Así este febrero, apenas minutos de conocida la resonante conquista por las tropas rusas de la estratégica ciudad de Avdéyevka o Avdiivka en el frente Centro de la región del Donbás, subrayó el líder del Kremlin una vez más que el origen del conflicto ucraniano, que ya dura dos años, ha obedecido al intento Occidental de lograr avances territoriales tácticos en dirección a la frontera de Rusia para debilitar sus defensas ante la OTAN, lo que implica país una amenaza estratégica inadmisible a su estabilidad e integridad rusas, y una violación absoluta del principio internacional de no intentar fomentar la seguridad propia a costa de la ajena.
Un conflicto, por demás, que la administración Putin veía venir desde mucho tiempo atrás, cuando la desaparición de la Unión Soviética y el giro maleable, las ingenuidades, y las esperanzas primeras de sus nuevos dirigentes no impidieron el desdén y el rechazo enfermizo de los Estados Unidos y el resto de Occidente a la existencia de vínculos normales con el gigante euroasiático.
En todo caso le querían un coloso vencido y plegable, incluso hasta su conversión en puente hegemonista contra China, pero nunca asociado al pretendido Mundo Libre ni ligado a sus sacrosantas instituciones y alianzas. En pocas palabras, reducido apenas a una acémila de carga.
De los malos cómputos
Mientras aquellos del Oeste calculaban una Rusia endeble, desunida, olvidadiza y postrada, el devenir real era otro. De los palos se aprende, y la nación rusa tuvo a bien demostrarlo con creces. Lo primero, saber claramente a lo que se enfrentaba. Lo segundo, movilizar en tiempo y volumen sus reservas morales, sus cuantiosos recursos materiales y humanos, y hacer culto a su historia, a sus glorias innegables y a una política global consecuente y justa.
El resultado está a la vista aun cuando cueste vidas y sangre, porque vale recordar que los rusos también mueren y sufren en la defensa de su tierra ante la agresión impuesta. Igual que caen los ucranianos, aunque embaucados o adoctrinados estos últimos por criminales y oportunistas internos y externos, que les han convertido en peleles desechables del hegemonismo de factura gringa y otanista.
Occidente, por su parte, trastabilla en su asombro y desconcierto. ¿Cómo gente tan “burda y rústica” logra lo que logra? han de inquirir.
Es que la OTAN ha gastado y desgastado lo que tenía y lo que no tiene en un apoyo a Ucrania inservible e inefectivo. Washington ha dedicado cientos de miles de dólares a Kiev y hecho flaquear sus propios arsenales, sus arcas públicas y hasta su propia política interna para encontrarse que su poderío huele a plasta ante la tecnología militar de los “toscos”, que en condiciones de cerco económico desmedido a cuenta de sanciones y sabotajes incontables acumulan crecimientos récords en producción, finanzas, comercio y bienestar social justo en medio de la guerra. Y lo “peor”: se han coaligado estratégicamente con China y contribuido a formar ejes internacionales que se alejan diametralmente de los contubernios asimétricos que históricamente le han deparado sus lazos, no pocas veces forzados, con los Estados Unidos y las ex potencias coloniales del Viejo Continente, en lo que ya algunos titulan “un cambio de época, más que una época de cambios”.
Lo cierto es que, pese a que lo escondan y tergiversen, Washington y el resto del titulado Occidente se han quedado sin alternativas halagüeñas en torno a Ucrania.
Les resta entonces solo seguirse empantanado y deshaciéndose económica, militar y políticamente en su choque con Rusia, vendiéndole a sus propias sociedades el temor de “lo que nos vendrá si Putin gana”, mientras Zelensky les hala los bolsillos con sus repetidas demandas; o sencillamente admitir su derrota colosal, asumir las condiciones de una Rusia vencedora en el campo de batalla y aprender a vivir en un planeta donde ya nunca tendrán la voz cantante. Eso, a menos que se decanten por un holocausto nuclear donde los opulentos y soberbios serán tan víctimas como los más empobrecidos y humildes.