Trump-Biden: El qué y el cómo

El dilema no es ser hegemonista o no, sino el modo de serlo


Burro o elefante, bando azul o rojo, demócratas o republicanos… No hay diferencias estratégicas esenciales. Es un mismo ADN político, nacido a raíz del triunfo de las milicias de las Trece Colonias sobre Gran Bretaña, y con el misticismo y casi embrujo de los Padres Fundadores de que el nuevo país, de este lado del Atlántico, debía ser, por mandato divino, el rector mundial por los siglos de los siglos.

Solo se cuenta con Ucrania en la medida en que, por ahora, pueda arañar a Rusia. / quepasamedia.com

Y a lo largo de la historia norteamericana su proyección internacional no ha funcionado de otro modo. Ha cobrado más fuerza en la medida en que USA ha sabido sacar provecho propio de las debilidades, disputas y carnicerías bélicas tan comunes y debilitadoras en el devenir de una Europa monárquica y colonialista que al día de hoy, según la ex ministra austriaca de Asuntos Exteriores Karin Kneissl, se reduce a un estanque de ranas pretensiosas que croan al compás que les marca Washington.

Es cuestión de simple observación. Nunca entre demócratas y republicanos ha habido disenso en torno a la “sagrada” prevalencia de los Estados Unidos sobre el resto del mundo, a toda costa y a todo costo. Por tanto, las diferencias geopolíticas no existen y las disonancias se reducen a la táctica. En pocas palabras, un fin claro y común, y cada cual intentado imponerlo con su ruta y puntos de vista propios.

A plena luz

Tal vez en los últimos decenios no se hayan realizado en los Estados Unidos elecciones más tortuosas que las que llevaron a la presidencia al republicano y marrullero Donald Trump en 2017, las que cuatro años después favorecieron al demócrata semi incapacitado Joe Biden, y las que casi al cierre de este 2024 podrían tenerlos otra vez como achacosos contrincantes.

Perecería, por lo que declaran y declaman, que están en las antípodas políticas, pero mirando bien las cosas uno no puede dejar de preguntarse lo que, en sustancia y en sus fines últimos, diferencian el “América primero” trumpista, del “América vuelve” de Biden.

¿Acaso dibujan líneas divergentes en el contenido y las apetencias de poder mundial omnímodo de la primera potencia capitalista? ¿O en realidad nos están diciendo y confirmando que el interés mutuo es recolocar y mantener a USA como pretendido ombligo de la humanidad a como dé lugar, esté quien esté al timón de segunda mano de la Oficina Oval?

De los “chicos”

Donald Trump ya dejó sus marcas en la historia política norteamericana en su período presidencial de enero de 2017 a enero de 2021, y Biden (es decir, los que lo controlan y guían sus pasos en el cuartel demócrata) lo ha hecho desde entonces a la fecha.

Dos astillas de un mismo palo. / wsj.com

El primero fue ducho en aquello de proclamar, especialmente para frenesí entre sus muchos inconformes y extremistas seguidores a escala interna, la “desecación del pantano” de la política tradicional gringa que “promovía la debacle del país”.

A la vez, asumió el mismo carril de la contención a escala mundial de todo aquello que atentase contra la primacía de USA a partir de  “cortar las alas” a los poderes externos que presuntamente abusan de la “buena voluntad” de los Estados Unidos, en un estira y encoge de presuntos acercamientos, demagogia, golpes de efecto, regaños y asperezas.

Así, invitó a su mansión miamense de Mar a Lago al presidente chino, Xi Jinpig, para inmediatamente iniciar una guerra comercial contra Beijing, y se reunió a bombo y platillo con el líder norcoreano Kim Jong-un, paseó junto a él por la línea desmilitarizada, pero nunca intentó un acuerdo nuclear positivo con Pyongyang.

Además, enumeran medios de prensa, “retiró a los Estados Unidos de las negociaciones del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica, y el de París sobre Cambio Climático, reconoció a Jerusalén como la capital de Israel, y abandonó el protocolo nuclear con Irán.”

Por añadidura, sacó a Estados Unidos del Tratado sobre Fuerzas Nucleares de Alcance Medio con Rusia, que provenía de los tiempos de la URSS, impuso altos aranceles a importaciones procedentes de Europa Occidental y Canadá, vapuleó a la OTAN exigiéndole mayores gastos bélicos y no escudarse en los Estados Unidos, aunque no cuestionó su provocador y permanente avance al Este. Multiplicó, asimismo, el bloqueo comercial a Cuba y alentó la agresión multifacética contra Venezuela.

Mientras, no desligó a su país de la conversión de Ucrania en una punta de lanza contra Moscú, iniciada abiertamente en 2014 con el golpe fascista del Maidán, bajo el mandato del demócrata Barack Obama, su entonces secretario de Estado, John Kerry, y de la mano de la hoy renunciante Victoria Nuland, como se sabe una añeja, ácida, insolente y “experimentada” alta funcionaria gringa en materia de política exterior.

¿Y qué de Biden? Ha proseguido y extendido la guerra comercial y tecnológica contra China a términos de locura, ha promovido el riesgoso injerencismo oficial a favor de encender el separatismo en Taiwán, que Beijing considera con todo derecho parte inalienable de su territorio nacional, a la vez que convoca a sus escuderos del Extremo Oriente para alianzas militares del corte de la OTAN contra el gigante asiático.

Por si no bastara, no ha modificado la política de Trump con respecto a Cuba y no abandona las tensiones con Venezuela que aquel insistió en incentivar al extremo y sigue la tradicional línea gubernamental gringa de apoyo incondicional a Israel, especialmente en su matanza de ahora mismo contra la población de Gaza, con la remisión incrementada de armas Made in USA a Tel Aviv, en tanto habla de “protección a los árabes”, de moderar a Benjamín Netanyahu y de crear una maleable caricatura de “estado” palestino tutelada por la entidad sionista.

Por otro lado, ha seguido dando curso a los remotos planes hegemónicos de conquistar Eurasia como llave para poseer el planeta en exclusivo, al provocar la inevitable respuesta militar rusa a la extrema extensión de la OTAN hacia el Este, y brindar pertrechos y dinero inútiles a Kiev, a cuenta de un pésimo cálculo táctico y estratégico en relación con la fuerza y las potencialidades de Moscú.

Aventura que incluso afecta las propias pretensiones electorales del actual ocupante de la Oficina Oval frente a Trump, dado el riesgo cierto de un inminente y rotundo fracaso en su agresión al Kremlin, y que en todo caso solo le ha proporcionado un control redoblado sobre sus pretendidos aliados del oeste europeo, que ahora dependen de los costosos suministros energéticos y bélicos gringos para paliar la sequía en sus roídas arcas y en sus desvencijados arsenales.

De manera que seguir la guerra es para Biden el pretender zafarse de un sonado descrédito político, hacer lo posible por arañar a Moscú, y mantener a sus aliados de la OTAN en el ya mencionado estanque de ranas que croan a su orden hasta el punto de hundir sus propias economías y roer su propia seguridad para satisfacer al patrono apoltronado en la otra ribera del Atlántico.

Por su parte, y con sus aires de mesías, guapo de barrio y burdo negociante, Donald Trump se ha desmarcado socarronamente del añejo presidente demócrata subrayando, con todo el oportunismo del mundo, que de llegar a la Casa Blanca “terminará la guerra de Ucrania en unas horas”, lo que algunos interpretan como cerrar el grifo financiero y militar estadounidense destinado a Kiev.

Evidentemente estima que con amenazar a sus polichinelas de la OTAN con dar campo libre al peligro ruso y retirarse de la Alianza si no gastan hasta el alma en su propia defensa logrará entre la incoherente burocracia gubernamental europea, y sin desembolsos gringos, el mismo grado de postración que el “botarate” de Biden y su equipo de asesores.

Ucrania, mientras tanto, puede dejarse a su suerte a estas alturas, porque, al fin y al cabo, su citada “América” mantendría sin costo alguno su avanzadilla militar desechable en Europa del Oeste, y con la temblorosa mira activada y puesta en Rusia y China.

Trump incluso podría cumplir su chantaje de desligarse de una OTAN enfrentada a Rusia, de manera de probar suerte con una guerra localizada en el Viejo Continente, mirándola desde las gradas y esperando entrar en el escenario cuando lo estime más conveniente. O simplemente mantenerse en la butaca y solo levantarse para guardar en su bolsa lo que quede de dos incómodos competidores de USA con diferente signo, pero competidores al fin en relación con el empeño hegemonista y totalitario norteamericano.

El riesgo es que Rusia salga por la puerta ancha, a pesar de los golpes que pueda recibir, o que todo desborde el “cauce” imaginado, y el uso de las armas atómicas empiece justo por Europa y acabe con el resto de la humanidad, incluidos, inevitablemente, los mayores tránsfugas de las historia.

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