Putin para rato

El presidente ruso fue reelegido de manera indiscutible


Cuando la tarea de dirigir una nación se toma en serio y se ejecuta de manera responsable y equilibrada, y los ciudadanos lo sienten así en su cotidianidad, entonces no es extraño, y más en situaciones altamente complejas, que demuestren de forma objetiva y sensata un amplio respaldo a quienes ostentan la representatividad pública.

Y los comicios presidenciales recién llevados a cabo en Rusia este mes de marzo indican precisamente que la población del gigante euroasiático, incluida la de Crimea y las repúblicas del Donbás, sumadas a la Madre Patria por voluntad propia, dieran un respaldo masivo a Vladímir Putin para que permanezca al frente de la nación otros seis años.

Foto./ actualidad.rt.com

Lo decía la internauta Liu Sivaya, rusa radicada en España desde niña y graduada en Ciencias Políticas en universidades ibéricas: “La gente en Rusia ha mostrado lo que quiere. Justo un gobernante que asegure su independencia, su bienestar, su integridad, su cultura, y su derecho a vivir como desean y no como le digan, impongan y ordenen desde afuera”.

¿Resultado? Una afluencia a las urnas que –hasta que el instante en que se escriben estas líneas– sumaba casi 75 por ciento de los posibles votantes, y un monto de boletas favorables a su candidatura superior al 87 por ciento, un sonado triunfo sobre los otros tres candidatos oficializados (en Estados Unidos no pasan históricamente de dos contrincantes en lista), que apunta directamente contra las campañas y acciones de Occidente destinadas a demonizar al presidente ruso.

¿Dictador acaso?

Los contrastes siempre son importantes para arrojar luz entre lo que se dice y lo que se es y se hace en realidad, y con toda seguridad, a estas alturas, Vladímir Putin se cuenta hoy entre los dirigentes internacionales más gratuitamente denostados por los gigantes mediáticos occidentales.

Son típicos y repetidos en relación con su persona los calificativos de autócrata, dictador, ladino, artero, marrullero y hasta asesino. Una imagen que pega perfectamente en el esquema del “imperio del mal” que en el Oeste se suele utilizar, desde hace muchísimos decenios, para caracterizar a Rusia y su largo devenir; no importa si se hace referencia a su formación histórica, sus primeros monarcas, el período zarista, el triunfo bolchevique, la existencia de la URSS, y ahora una Rusia, no comunista por cierto, pero a la cual no pudieron domesticar luego de la debacle soviética, a pesar de amaños, engaños y copiosas friegas de prácticas destructivas y manipulación de imagen.

Gústeles o no, el leningradense Vladímir Putin, el exagente de la KGB en Alemania (el presidente norteamericano número 41, George Bush padre, por ejemplo, fue director de la CIA y nadie se escandalizó de su permanencia en la Casa Blanca) y designado al frente de una Rusia en plena debacle de reimplantación capitalista, rescató la apaleada dignidad nacional, puso coto al relajo económico y financiero de los sectores oligárquicos y sus asesores occidentales, redimió la categoría de potencia militar para la nación, y recolocó nuevamente al gigante euroasiático como un factor mundial decisivo empeñado en cambios positivos y más justos a escala global… un poderoso valladar que se opone con firmeza a que la humanidad termine su ruta como piara de los poderes fácticos norteamericanos y de sus amanuenses que se autocategorizan como una exclusivista y rancia “comunidad internacional”.

¿Y con semejante expediente y conducta podía alguien esperar que desde Washington y la OTAN, absolutos obcecados en materia de desborde hostil y control mundial, mostrasen signos serios de entendimiento y concordia?

Acción conlleva reacción… así de simple. Quien no lo entienda, no quiera asumirlo, o pretenda aplicar la fórmula unilateralmente sin atender a las prerrogativas de los otros, tendrá siempre la posibilidad cierta de una respuesta adecuada entre quienes no aceptan menoscabo en sus derechos y su existencia independiente.

Y justo ahí estaba la carta de Ucrania como elemento clave de un cerco agresivo ligado al añejo sueño expansionista de dominio euroasiático, a tono con aquello de los “tanques pensantes” gringos de que “quien controle ese espacio geográfico y geoestratégico se asegura el poder sobre el mundo”. Pero Putin, su mando político y el respaldo mayoritario de su gente han parado en seco el golpe. De ahí que siga investido por otros seis años como jefe de Estado para proseguir lo ya en vías de hecho.

Del otro lado de la cerca

¿Qué en Europa del Oeste y entre los otros mansos escuderos de Washington exista estupor y rabia? Es lo más lógico que ocurra. Putin fue a elecciones abiertas y directas, y frente a tres candidatos más, “de poca monta” repite machaconamente el Oeste, pero en pureza, con sus programas e ideas públicamente expuestas a la valoración y el escrutinio social en igualdad de condiciones. Y los rusos decidieron individualmente, y por nombre y apellido, a su presidente.

No fue la designación por un conciliábulo parlamentario, ni a partir de representantes nominados por ciertos grupos o entidades, ni el clásico “me llevo todo si sumo tan solo una papeleta más que las tuyas”, propio de la ruleta electoral estadounidense. En fin, una modalidad democrática –la rusa– que parecería más participativa y popular que otras que la tachan de “juego por el trono”.

Además, los rusos fueron a las urnas en medio de una hora complicada. Los han obligado como pueblo a jugarse el todo por el todo frente a la guerra en vivo y en directo del Occidente corporativo, mangoneado por un omnipresente Washington y a través de los oportunistas y reaccionarios de Kiev; el solo hecho de haberse decidido mayoritariamente por el gobernante que no se plegó mansamente al corte de cuello en la guillotina, y que en el terreno concreto está batiendo al agresor, es un signo claro de las prioridades y preferencias de una nación madura, consciente y dispuesta a preservarse.

Los rusos dijeron la última palabra, y no precisamente para darle gusto a Occidente. / actualidad.rt.com

No por gusto ni Napoleón Bonaparte con sus “invencibles huestes francesas”, ni la fiereza enfermiza de Adolfo Hitler, pudieron con el espíritu ruso, ni en su momento histórico con la potenciada heroicidad de los soviéticos en la Gran Guerra Patria.

Y si algo se debe en mucho a la gestión de Putin, es precisamente haber fusionado sin dogmatismos ni esquemas prejuiciados esa suma de valores éticos que están por encima de bandos y preferencias políticas cuando lo fundamental corre un riesgo mortal.

En consecuencia, pésele a quien le pese, y duélale a quien le duela, ninguna campaña mediática ha logrado mellar el desempeño oficial ruso en estos últimos años de reto militar, político y económico, ni mucho menos los intentos bélicos de corte propagandístico. No por ello criminales y genocidas, de los corderos ucranianos de la OTAN intentando a última hora intensificar sus ataques a zonas fronterizas rusas, o el intenso, masivo e inútil jaqueo externo al sistema computarizado de votación, todo para caldear el ambiente electoral y sabotear unos resultados que de antemano sabían no favorables ni apegados a sus designios,

De manera que Vladímir Putin estará y seguirá estando, al menos por otros seis años, al frente de una Rusia potente, orgullosa de sí misma, de lo que fue, es y será. Celosa custodia de su integridad y seguridad, y uno de los pilares del creciente empeño internacional por dar fin a la sucia vocación hegemonista que subyace entre las claques dominantes en los Estados Unidos y que arrastra a su cola a una burocrática dirigencia eurooccidental que, gracias a su ciega complicidad con un socio tan imperfecto y ruin, se está colocando a sí misma a la puerta del suicidio, aun cuando insista en que el “peligro viene de Moscú”. No importa que hasta hace muy poco sus operaciones económicas, energéticas, alimentarias y financieras con el gigante euroasiático hubiesen sido un importante escalón en su propio desarrollo como sociedades presuntamente primermundistas. En fin, que el pez muere por la boca.

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