Por mi culpa…

Tardarán en admitirlo, o no lo harán nunca, pero ser prepotentes les hizo burros


Está claro que, al decir de analistas, el Occidente basado en reglas, o el también Occidente colectivo (?), se ha tomado tan exageradamente a pecho su pretendida valía, que la máquina de fabricar objetividad y precisión se le tupió para siempre. O lo peor: que su necedad llegue a ser lo último que conozca el género humano antes de arder en la pira nuclear.

A estas alturas Rusia no va a parar su eficiente maquinaria bélica. El tiempo de las burlas a hurtadillas quedó definitivamente atrás. / rt.com

Y no es una exageración. Las crisis en Ucrania y el Oriente Medio de nuestros días, y la forma irresponsable y absurda en que se asumen en Washington -y entre los necrosados y patanes servidores globales del hegemonismo de factura gringa-, lo están demostrando con creces.

El asunto no es ni de diferencias ideológicas, ni de creencias religiosas, ni de desigualdades políticas, ni de culturas diferentes. Puro cuento.

Se trata para los poderes fácticos norteamericanos de que nadie, absolutamente nadie, puede ponerles un pie por delante, de ahí que hayan hecho de la OTAN y la Unión Europea una comparsa de ineptos y autómatas de espaldas a los propios intereses de sus naciones y pueblos, y que poco antes de redactar estas líneas, en el legislativo estadounidense Mike Johnson, un pretendido “obstinado opositor” a proseguir dilapidando los dineros públicos de USA para saldar los delirios de un presidente a la fuerza como Volodimir Zelenski, apareciese de pronto con aires de “funcionario concienzudo” invocando la monserga del “iluminado” ultraconservador Ronald Regan acerca de la peligrosa e inadmisible existencia de un (nuevo) “Eje del Mal”, integrado por Rusia, China e Irán. Pacto que debería ser abatido militarmente en Ucrania para goce del Mundo Libre.

Llorarían, por supuesto, los añejos promotores del absolutismo de etiqueta Made in USA a lo Zbigniew Brzezinski, con sus teorías de dominar a Eurasia para someter al mundo, frente al panorama global de una concreta, advertida, prohibida y temible convergencia estratégica ruso-china, con el añadido de una victoria casi anunciada de Moscú sobre un Kiev fascista articulado meticulosamente por Washington y sus escuderos de la OTAN, y el empuje de un Irán que este abril acaba de sonar el cuero sobre el lomo del Israel sionista, con una controlada y disuasiva lluvia nocturna de drones y misiles como clara advertencia de que, de ahora en lo adelante, toda bravuconada bélica de Benjamín Netanyahu contra Teherán puede trocarse en un infierno desatado para el régimen de Tel Aviv.

Allá ellos…

El llamado estaba hecho. Luego de la desaparición de la URSS y del titulado Campo Socialista de Europa del Este, los Estados Unidos tenía la inevitable misión de no permitir el renacimiento o el surgimiento de potencia opositora alguna…y valga aclararlo, ni en el Oriente, ni entre sus alelados socios del poniente del Viejo Continente. El poder USA debía ser omnímodo, indiscutido y acatado a lo largo y ancho del planisferio.

Y los ejecutores tuvieron a bien proceder a sus (malos) cálculos y asumir sus métodos, que juzgaron infalibles. Lo primero, decapitar al gigante euroasiático, se llamase URSS o Rusia… daba lo mismo, y más allá de que, en sus primeros tiempos de “adaptación al capitalismo”, los gobernantes de turno en el Kremlin se mostrasen obsecuentes, cuando no cándidos, en torno a la “amistad” que se suponía les uniría a la única potencia dominante.

El golpe seco de Irán al sionismo añade luces al criterio de que el hegemonismo y sus lastres van de salida. / hispantv.com

Mientras, la orden de saltar las fronteras en marcha forzada hacia el levante estaba dada. Una Yugoslavia incómoda fue trozada por la OTAN sin tapujo legal alguno, y paso a paso buena parte de las derechas y de los nacionalistas extremos del ex campo socialista europeo  se fueron sumando al pacto atlántico, violando la promesa hecha a Mijail Gorbachov de que podía soltar la mano hasta quedarse manco, que nunca USA ni la OTAN se moverían un centímetro hacia las fronteras rusas.

Pero en lo oscuro la olla cocinaba con premura. Y cuando el despliegue otanista era ya casi un desfile de comparsas rumbo al Este, los sesudos expandieron el show fascista en Ucrania. Solo que la hora Yeltsin había pasado, las decepciones y sospechas rusas eran demasiadas, y en Moscú el entreguismo totalmente hiriente y desvergonzado no pudo finalmente contra una historia nacional demasiado monumental y heroica como para echarla al olvido por quien tuviese apenas un ápice de honor. Rusia volvía a rememorar y remontar sus glorias y su poder, y el nuevo liderazgo de Vladimir Putin no dejaría traspasar otra raya roja sin las consecuencias correspondientes. 

Es que toda cuerda se rasga indefectiblemente cuando la tensión rompe los límites, y con la conversión de Ucrania en pivote nazi y antiexistencial para Rusia, terminó el tiempo de la espera y la paciencia, y comenzó el de la riposta demoledora y final.

Del hoy

El Occidente “colectivo” lo ha intentado todo en estos dos años de combate militar entre Washington y el resto de la OTAN, empujando ambos el carro ucraniano; de la Rusia de la respuesta decisiva, la opción única de la victoria; y del cambio de paradigma global junto a China y otras muchas naciones del orbe no miembros precisamente de la estrecha “comunidad internacional” que nos vende el espacio mediático pro imperial.

Moscú, por tanto, no cede, sino que golpea y avanza. Transforma la agresión bélica ajena en espasmos del lado contrario, y las muchas sanciones económicas enemigas en nuevos y más prometedores mercados, potencial tecnológico y financiero crecientes, y en desarrollo interno por propia cuenta. Mientras, en su impotencia y desgaste también “colectivos”, los promotores insisten en más traspiés, con una irracionalidad que invoca no pocas desgracias propias y mayores riesgos para todos.

Exprimiendo de donde no queda, EE.UU. acaba de formatear un multimillonario préstamo con sabor póstumo a favor de un Volodimir Zelenski que ha prometido seguir enviado toda la carne ucraniana al matadero para que un presunto desgaste ruso apuntale una segunda vuelta de Joe Biden en la Casa Blanca, y los detritus políticos euroccidentales justifiquen ante la opinión pública su cerviz curva frente a Washington, mientras él, que sepultó las elecciones ucranias y ronda las ideas neomonárquicas (cosas propias de las mieles del poder), acumule propiedades en Dubai y compre hasta una señorial mansión campestre a la realeza británica.

No obstante, como indica el dicho popular, en gran medida “lo bueno que tiene esto es lo malo que se está poniendo” para tales especímenes y sus viejos aires de grandeza intocable. Si no, que le pregunten a sus sionistas de Tel Aviv luego de poder palpar este abril –y en escala premeditadamente controlada por Irán– lo que puede costarle a los pretensiosos sacar mal las cuentas a la hora de aventar sus lances agresivos. A pesar incluso de tener padrinos manisueltos y rumbosos.

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