Negocio, pero sucio

La filosofía del despojo sigue su brutal ritmo


El dramaturgo irlandés Oscar Wilde decía de los Estados Unidos, tras visitar en 1882 a la aún balbuceante potencia capitalista, que era tal vez el único país donde la sociedad transitó “de la barbarie a la decadencia sin pasar por la civilización”.

Biden y Netanyahu: forzadas y compungidas caras públicas y cieno por dentro. / actualidad.rt.com

Por cierto, no hablaba una figura a quien las cosas sorprendieran demasiado, según se cuenta de su personalidad y los avatares de su vida, de ahí que la percepción acuse un mayor valor.

De todas formas, seguramente para no pocos, hoy sería posible consignar, a 141 años de emitido aquel criterio, que en verdad toda la historia humana sustentada en la filosofía de la prepotencia, la ambición de poder, la anulación de los derechos ajenos, la violencia como método preferente de tratar a los demás y la reducción de nuestra raza planetaria a minorías “triunfadoras” y mayorías “perdedoras”, nos permite sin extravíos concluir que también hemos sido empujados a pasar, como conglomerado universal, de la barbarie a la decadencia sin conocer la verdadera, racional y decente civilización.

No vale incluso a veces ni hablar de “sistemas” contrapuestos, porque el devenir indica que a estas alturas en muchas partes se cuecen malas habas bajo banderas y retóricas diferentes. Y es que se trata de un asunto de sentido común, de raciocinio, y de uso adecuado de la materia gris que la naturaleza nos puso dentro del cráneo para –ilusa ella– diferenciarnos del resto de los seres vivos.

Porque, sin duda, si fuésemos todos realmente sensatos, objetivos y decentes, la historia sería diferente y cualquier dislate ocasional no llegaría al salvajismo, ni se cargaría de cinismo, manipulación y embuste.

Del ahora

Desgraciadamente, lo que prima las más de las veces es la desvergüenza total. Ahí está Joe Biden a su reciente regreso de Israel, arrinconado en las cuerdas de las elecciones presidenciales de 2024, y echando a rodar cabezas ajenas y lejanas para intentar repetirse en la Oficina Oval con sus “brillantes” asesores guiándole su senil trazo como hasta hoy.

No hagas al prójimo lo que no quieras que te hagan. / actualidad.rt.com

¿Su tesis?: el “mundo democrático” que Estados Unidos lidera y debe seguir encabezando está siendo hostilizado armas en mano por los bárbaros rusos al Este y ahora por el Hamás palestino en el Oriente Medio, por tanto -el fenomenal “negocio” de seguir haciendo la guerra mediante el apoyo militar sostenido a los socios ucranianos y sionistas en esos nichos geoestratégicos- es la “mejor inversión” que puede hacer Estados Unidos a favor de su propia seguridad y como “regalo” a las futuras generaciones de norteamericanos.

Lo demás… un hospital palestino volado por los aires con cientos de inocentes en su interior (que él da por sentado como obra de la maldad árabe, según la rotunda sentencia sionista), la demolición demoniaca de la Franja de Gaza metro a metro, o el provocador y explosivo avance de la OTAN hasta las ventanas del Kremlin, previa conversión de Ucrania en un emporio neofascista, son nimiedades que no debían inquietar a nadie y a las que los “perdedores” no tienen por qué responder, a menos que sean los “irascibles malvados” que en realidad son.

Porque oponerse a los “designios de los designados” por la Providencia para inculcar valores supremos a los demás –aunque sea con abundante sangre ajena de por medio– sí es brutalidad, pecado, intolerancia, terrorismo, mala fe, y ansias destructivas y de dominio supremo… ¿Civilización acaso?

La urgencia de ver bien

Sí, hay males profundos. Y entre ellos la recua de personajes que llenan los espacios públicos con las afirmaciones, calificativos y juicios absolutistas e indiscutibles con los que se establecen, incluso entre no pocos “perdedores”, los obtusos esquemas de pensamiento de los “triunfadores”.

El “negocio ucraniano” apunta a pérdida neta. / sputniknews.lat

En consecuencia, razones tan elementales por su obviedad y su objetividad, como aquellas de que toda acción comporta una reacción, o no hagas a otros lo que no quisieras para ti mismo, se esfuman a la hora de valorar realidades, o se retuercen para trastocar apariencias como quien cambia de camisa.

Es necesidad imperiosa acudir a la historia, porque obrar a partir de inducidas sensaciones y emotividades a flor de piel nunca nos llevará a un juicio equilibrado y justo.

El hecho es que, si en verdad este fuese un mundo civilizado, a nadie se le ocurriría saltar cercas y marcar trillos para poner a tiro de piedra la casa de un vecino sin esperar que este reaccione ante el peligro que amenaza su hogar. ¿O es que lo “sensato” para Washington y sus timoratos aliados debía ser que Rusia admitiese que se burlaran todas las promesas y todos los esfuerzos para conjurar dislates de ese orden, y acogiera o se resignase mansamente a que los misiles gringo-otanistas estuviesen a cinco minutos de camino para caer sobre Moscú?

Si en realidad esta humanidad fuese un dechado de orden, respeto y decencia, Gran Bretaña no hubiese colonizado a Palestina (como lo hizo junto con otras potencias de la época en muchas porciones del planeta), ni antes de retirarse definitivamente a finales de la década del 40 del pasado siglo hubiese pactado con el sionismo la instalación de este en aquel territorio sin siquiera consultar a los árabes “perdedores”, únicamente para contar con una punta de lanza regional –junto con el mesiánico hegemonismo norteamericano– en un área de vital importancia geoestratégica, en el intento de cercar a la entonces Unión Soviética, al novel campo socialista este-europeo y a la naciente China popular.

Y es que, como ya escribí en fecha reciente para otros medios de prensa, el titulado interés de crear una nación judía, de haber sido una meta decente para sus promotores, tal vez pudo resolverse con negociaciones francas y dignas para todas las partes, y no ser hija de la inadmisible inequidad y la violación del derecho ajeno.

Así, todo concluyó en un escenario deforme y deformante que solo ha abierto los cauces a una resistencia palestina que, con diferentes tintes, aspira a poner coto al impuesto éxodo masivo de todo un pueblo despojado de sus espacios y sus valores desde hace siete décadas y media y cinco generaciones.

En consecuencia, la ira concentrada, contenida y reprimida no es más que la respuesta lógica de aquel que le aprietan la soga al cuello con total saña y busca respirar y vivir a como dé lugar. Y es que –y vale ser redundante– toda acción conlleva una reacción, y nadie debe imponer a otros lo que no querría ni admitiría que le endilgaran en su propia casa.

Lo terrible entonces es que, a estas alturas del camino humano, matar, destruir, arrasar y violentar resulten prácticas tan usuales como tomar agua, y que incluso responsables políticos la asuman como “negocio rentable” si ello comporta acumular en favor de los bendecidos “triunfadores”.

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