Ni el fuego ni una lesión me van a detener

Al agrietarse el primer depósito incendiado en la base de supertanqueros de Matanzas y aumentar las llamas, el bombero Frank Lorenzo Acosta Ferrer sintió que el calor le arrugaba la cara, que el oxígeno se le acababa, y que las fuerzas no le alcanzarían para ponerse a salvo. Aun así, pudo sobreponerse y ayudar a algunos compañeros


En medio de los dos tanques gigantescos repletos de combustible, uno vomitando llamas y el otro ardiendo en una fiebre artificial que podría convertirse en mortífera en cualquier momento, Frank Lorenzo Acosta Ferrer sabía que la misión era arriesgada, pero no imaginaba lo que estaba por venir.

Veintiséis años es una edad perfecta para la candidez. El rostro del jefe de Compañía del Comando 1 del Cuerpo de Bomberos de La Habana, incluso ataviado con su casco y su capa contra incendios, revela los rasgos de un muchacho con una vida en ciernes. Sus experiencias, sin embargo, corresponden a alguien con mucho mayor tiempo dedicado a ganarles la pelea a los desastres. Como aquella madrugada, en la base de supertanqueros del puerto de Matanzas.

“Llegué a aquella provincia junto con tres compañeros, Yosbel Pich, Juan Carlos López y otro muchacho de la Brigada de Rescate y Salvamento, de quien no recuerdo el nombre. Fuimos en el carro de este último porque queríamos estar al lado de nuestra unidad”, asegura. “Era cerca de las doce de la noche. Nos ubicaron en el sector de combate, donde se encontraban mi primer y segundo jefes de Comando, para apoyar a las fuerzas que llevaban horas trabajando”.

Las llamas se burlaban del esfuerzo de los hombres que parecían criaturas mínimas frente al animal de fuego devorador del primer tanque. El calor se infiltraba por las varias capas de la tela del pantalón, de la chaqueta, y ardía en los ojos. El plástico de los pomos que habían llevado con agua congelada se derretía. De vez en vez, los bomberos debían refrescarse directo de las mangueras para poder continuar.

Frank Lorenzo se aferraba al pitón, con sus sentidos puestos en bajar la temperatura del incendio, junto a sus compañeros. Todas las dotaciones daban el máximo de sus esfuerzos en aquel momento, cercano a las cinco de la madrugada.

***

El calor pegando fuerte al rostro, el calor abrasando… El calor más y más insoportable, aviso del desastre. De pronto, el primer tanque se agrietó y las llamas aumentaron. El jefe de Compañía del Comando 1 estaba a una distancia de solo 20 metros y apenas tuvo tiempo de ver el combustible desbordándose.

“Fue cuestión de segundos –asevera el joven bombero–. Como la llama ya no estaba en el recipiente, comenzó a ganar altura y a revivirse con el oxígeno. La llama necesita oxígeno para poder aumentar. Al ver ese volumen que empezó a abrasar el otro tanque, todo el mundo salió corriendo. Quienes estaban a 60 y hasta a 100 metros del lugar sufrieron quemaduras, imagínense los que estábamos más cerca”.

Ahora no sabe explicar qué impulso, qué sentido de conservación lo empujó a soltar el pitón y atender la alerta de la jefatura. Correr. Salvar la vida. La misión cambiaba su objetivo inmediato.

En la huida buscó instintivamente su camión, pero calculó que el fuego lo alcanzaría antes de que pudiera maniobrarlo. En su campo visual había, por lo menos, dos o tres carros entre lenguas de llamas. Corrió con fuerza, y contra reloj: con tantas toneladas de combustible, la zona segura le quedaba bastante lejos.

“Mientras corría, miraba hacia la salida y se veía la candela. Se podían ver las dotaciones de los carros corriendo –recuerda–. Había mucha temperatura. Vi que mi jefe de unidad se caía detrás de nosotros. Intenté regresar a buscarlo, pero era imposible, a no ser en un vehículo. Mis equipos se estaban quemando”.

Frank Lorenzo sentía que el calor le arrugaba la cara, que el oxígeno se le acababa, y que las fuerzas no le alcanzarían para ponerse a salvo. Cayó al piso varias veces, logró levantarse y otra vez cayó. Al incorporarse, alcanzó a ver, a unos metros, el carro de la logística que les transportaba los alimentos y el agua.

“Me recuerdo aguantándome de la puerta, tratando de entrar al carro y pidiendo por favor que viraran, que mi jefe y un chofer estaban atrás –dice, sin disimular el nudo en la garganta–. Parece que la falta de oxígeno me llevó a la inconsciencia y me desmayé por unos minutos. Cuando desperté, estaba en la parte de adelante de la entrada. Tenía los equipos quemados, pero si no los llego a tener puestos, me hubiera quemado yo.

“Había otro jefe de unidad a quien logré ayudar, pues estaba un poco golpeado, con quemaduras y desorientado. Lo monté en una ambulancia, junto a una doctora que me encontré tirada en el piso, con un golpe en la cabeza; también estaba uno de nuestros choferes, otro hombre con muchas quemaduras y el jefe del Destacamento Nacional de Salvamento y Rescate”.

Junto a ellos fue trasladado al hospital. “Como lo que tenía eran golpes, empecé a ayudar a los heridos que iban entrando. Los carros llegaban con muchísimos lesionados”, recuerda.

***

Cuando Frank Lorenzo tenía once años vio un incendio cerca de la casa donde vivía, en el municipio habanero de Diez de Octubre. Aquel movimiento de los bomberos luchando contra las llamas lo hechizó. Decidió que sería uno de ellos, así que fue al Comando más cercano a su barrio y consiguió colársele a aquel mundo de coraje y urgencias. Lo dejaban montarse en los carros, conversar con los bomberos voluntarios, aprender y hasta vestirse como ellos. Lo único que no consiguió, por supuesto, fue salir a detener un incendio.

Trabajó en el Sistema Integrado de Urgencias Médicas (SIUM) como técnico, y en 2018, cuando ocurrió el accidente aéreo del Boeing 737-200 arrendado por Cubana de Aviación, él trabajaba en la Base de Ambulancias del municipio de Boyeros. Su primera misión, aquel fatídico día, fue el traslado de las víctimas hasta el policlínico más cercano. Después estuvo durante la atención a los familiares.

La noche del 27 de enero de 2019, Frank Lorenzo estaba de descanso en su casa, en Lawton, cuando sintió de repente ráfagas de viento muy fuertes. Dice que el cielo se puso verdoso. Nadie sabía de qué se trataba. El joven decidió salir. Su primer instinto fue correr en dirección a Luyanó para ayudar. En el camino, socorrió a cuanta persona encontró a su paso, hasta que llegó al hospital Hijas de Galicia.

“Allí comencé a sacar a los bebés de la sala de neonatología, a los padres, las madres –rememora–. Estuve trasladando personas a la par de los compañeros de Rescate y Salvamento. Recuerdo a Wilmer Yumar y a Danniel León. Y después de aquel tornado, me dieron la oportunidad de entrar a la escuela de bomberos y de pasar el curso de técnico en rescate. Luego hice el curso de jefe de dotación”.

Desde hace tres años trabaja como bombero profesional. Su vocación convertida en labor cotidiana; sus manos buscando vida en medio del desastre, como en mayo último, después del accidente en el habanero hotel Saratoga.

“Estábamos en la unidad, cuando sentimos la explosión. Rápidamente, nuestro jefe de comando, Alexander Santillano, a quien deseo pronta recuperación porque está ingresado en el Calixto García con quemaduras importantes, dio la orden de la salida de todos los carros. Allí nos dedicamos a evacuar la escuela Concepción Arenal. Después pasamos al frente del Saratoga a rescatar víctimas. Fuimos los primeros carros en llegar y estuvimos allí todos los días. Ese autocisterna que se quemó en el incendio de Matanzas –dice, mientras muestra la fotografía– fue en el que yo llegué al Saratoga”.

***

El autocisterna quedó huérfano de cristales. El fuego consumió lo que no era de metal en la cabina y le desprendió el techo. La fotografía no deja ver en detalles si en verdad la parte trasera se salvó completamente de la furia en llamas que dominó la madrugada de aquel sábado terrible. El carro ya es historia. Él observa la imagen en su móvil y recuerda el momento terrible después del colapso del primer tanque.

En medio del peligro, pensaba en “tratar de recoger a los compañeros que me iba encontrando, pero me era imposible por la falta de oxígeno. En esa situación, uno prácticamente no tiene fuerzas para levantarse del piso, es muy complicado, muy duro: el instinto de supervivencia se apodera de uno”.

Hoy Frank Lorenzo se encuentra bien, aunque debe mantener el reposo para que los ligamentos de las rodillas se recuperen. Piensa en sus compañeros, en las familias. “Esto es muy duro. El peor incendio en el que he estado”. Y confiesa: “Yo pensaba mucho en mi mamá, mi papá, en mis hermanos, mi abuela, mi esposa y mi hijo, que me esperaban. Porque cuando ellos me despiden, me ruegan que me cuide, y sobre todo que regrese. Esa es la primera misión que me plantean. Las demás vienen en el lugar del incendio”. ¿Y qué impulsa a este muchacho a enfrentarse al peligro, a sabiendas de que arriesga su propia vida? “Siento esa entrega con mi pueblo, con mi país. Yo me preparé para salvar vidas, por eso lo voy a seguir haciendo. A mí ni el fuego ni una lesión me van a detener”.


CRÉDITOS:

Autor: Liudmila Peña

Fotos: Vladimir Zayas (bomberos) / Tomadas de redes sociales (autocisterna)

Audiograma: Laura Patricia Ruiz

Diseño: Yissel Alvarez

Edición web: Mariana Camejo

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16 comentarios

  1. Tengo el orgullo de haber sido compañero de trabajo en el SIUM de la Base de Boyeros de este HÉROE sin mascara ni capa. Entrega, humanísmo, valentía, coraje son algunas de las muchas cualidades humanas y profesionales de este jóven cubano. Recuperate pronto hermano.

  2. La valentía y coraje del pueblo de Cuba no se puede ver empañada por la equivocación de unos jefes mediocres que no supieron dirigir correctamente el incendio en el primer tanque de combustible. No puede ser que por culpa de unos pocos paguemos todos.

  3. Esta cienfueguera te admira y sigue tus hazañas. Dios te proteja siempre, ejemplar Guerrero, para q siempre permita regresos con los tuyos. Gracias por tu enttega!!!!

  4. Gracias por tu entrega, por tu valor y tu constancia, eres ejemplo de una juventud que como otras en su tiempo saben darlo todo, hasta la vida, y nunca será suficiente
    Recuperate pronto, Cuba entera te necesita a salvo

  5. El agradecimiento infinito a Frank Lorenzo Acosta Ferrer por contarnos lo vivido, y a Liudmila Peña Herrera por su excelente entrevista en la que desde su quehacer como profesional logra hacernos vibrar las fibras de la sensibilidad humana. Les confieso que leo una y otra vez esta entrevista y aún y cuando evitó llorar me resulta imposible, gracias una vez más.

  6. Frank tiene estirpe de titán estoy orgullosoa de ver tu actitud.tu valentía y tú carácter de líder.eres y has ganado para la historia de Cuba del titán de la revolución en el poder.quisiera un día poderte abrazar y decirte la lucha continua.ese es mi criterio como hija de es pueblo.pero como madre que sentía el dolor de tu familia te diré que me puse de rodillas y no me levanté.cuando supe que no había peligro para su vida.vida eterna por qué tú titán harás historia ❤️❤️🙏

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