Emotivo encuentro con una artista cubana de notable trascendencia internacional
Al observarla, junto a la flauta, revela además de una sonrisa espontánea, suave, natural, múltiples emociones. Disfruta la belleza estética del instrumento, sus significados en los día a día dedicados al acto creativo.
Es imposible determinar las ilusiones que la animan. Cada gesto se torna caricia al mover los brazos, el cuerpo, el rostro, y Niurka González toca con la sensación de ser parte de algo eterno.
Ha merecido numerosos galardones y reconocimientos de los que forman parte la Distinción por la Cultura Nacional, el Premio Batuta 2020 del Instituto Latino de la Música y por el gobierno de Francia recibió la Chevalier des Arts et des letters (Caballero de la orden de las Artes y las Letras).
Conversamos breve a propósito de la Jornada Conciertos de Primavera en la acogedora sala teatro Hart de la Biblioteca Nacional de Cuba José Martí, donde le resultó grato compartir ideas y pensamientos.
Apenas le sugerimos evocaciones respecto a la vida y la música y enseguida habló de la tutela recibida por parte de profesionales destacados. Esa fidelidad denota cuánto agradece las etapas formativas de constante superación.
Cálida, sincera, elogia la valía de un buen maestro. “Siempre ilumina los caminos a seguir. Los recuerdo a todos sin excepción. Ellos motivaron mis deseos de investigar, aprender y profundizar en los saberes.
“Me gusta la pedagogía. Al explicar el lenguaje musical con palabras, uno transmite el hecho artístico”.
La motiva hacerse preguntas, responderlas. Ese afán indagatorio la acompaña como profesora de flauta desde hace 20 años en el Instituto Superior de Arte.
Mujer culta, sensible, centrada en el estudio, esclarece, descubre, reflexiona sobre la inmensidad y la riqueza que le produce enseñar.
“Ningún alumno se parece al otro. Cada uno entiende la música a su manera. Debemos enfocarnos en las individualidades para desarrollar y obtener los resultados deseados.
“Me interesa que sean buenos seres humanos, buenos músicos y buenos flautistas. Trato de incentivarlos para que en el aula haya energía positiva al compartir conocimientos.
“En lo personal me exijo disciplina, hacer cosas nuevas. Y esto se lo transmito a mi hija Malva. Ella tiene su propio ritmo, es responsable.
“Cada faceta del trabajo alimenta a la otra. Acudo a las fuentes literarias. Al interpretar un texto musical creo imágenes en mi mente y al descifrar las partituras hago lo mismo. Las referencias dan elementos para ser uno mismo y que fluya el sonido propio”.
Apenas hace una pausa y sin prisa, agrega:
“Durante mi estancia de estudios en París pude comprender que mi objetivo no era ser flautista, sino músico a través de la flauta, tal vez suena algo parecido, pero no es lo mismo”.
Trasciende lo visto y lo conocido. Sabe vislumbrar, captar, situarnos en contexto. Lo auténtico le abre nuevas vías de acceso al patrimonio musical de Cuba y otros países.
“Debo estar convencida de lo que quiero plantear en mis interpretaciones. De lo contrario, no comunico, algo no estoy haciendo bien”.
La llaman al escenario donde acompañará a la soprano Bárbara Llanes.
Aprovechamos para preguntarle sobre la labor junto a Silvio Rodríguez y los miembros del equipo durante las presentaciones por los barrios.
“Esa experiencia cambió mi manera de enfrentar el trabajo y el vínculo con la música popular. Siento una mayor soltura. La entrega y la manera de tocar no varían. Me preparo de igual manera para tocar junto a Silvio o en una orquesta sinfónica”.
Afable, precisa, comenta que todo buen músico debe conocer y abarcar todos los estilos, aunque domine o se especialice en uno de ellos.
Mira hacia el público, saluda, y dueña de su flauta, demuestra sencillez, talento. Describe un impresionante paisaje sonoro, hace gala de su virtuosismo al demostrar la felicidad que la alumbra desde la música.
CRÉDITOS
Foto. / Leyva Benítez