Mientras se redactan estas líneas, ucranianos y rusos ponen las muertes y la destrucción a cuenta de las situaciones extremas impuestas por oscuras fuerzas ajenas, cuya máxima es hacer rodar las cabezas de otros para empoderarse como monarcas globales.
Por eso resultan tan indecentes las lágrimas de cocodrilo derramadas por Washington y sus maleables socios de la OTAN ante la violencia militar desatada en la frontera ruso-ucraniana, las tremebundas y masivas sanciones contra Moscú, y el aliento hipócrita a Ucrania para que se hunda sacando las castañas del fuego a los intereses hegemonistas Made in USA contra el Kremlin y China, los dos blancos estratégicos de una pugna mayor, en que el tema ucraniano es apenas un acápite más en la agenda imperial.
Al fin y al cabo, cuando la honestidad prime –si acaso quedase tiempo y lugar para ello–, habrá que indicar que las horas difíciles que hoy afronta la humanidad no tienen más culpables que la prepotencia de los círculos gringos de poder, y la anuencia vergonzante del rebaño que le sigue sin chistar.
Todo tiene un origen
En recientes declaraciones, una figura nada ajena al embrollo histórico que concluyó con la disolución de la URSS, el ex ministro germano de Defensa entre l985 y 1992, Willy Wimmer, confirmó a la prensa que, ciertamente “la OTAN incumplió la promesa que hizo a Moscú en 1991 de no expandirse hacia el Este”, y precisó que “desde entonces, vamos por el camino equivocado, contribuyendo a la creación en Moscú de una impresión bastante justificada de que Occidente hace todo lo posible para echar a Rusia de Europa, volver a erigir un muro entre el mar Báltico y el mar Negro, y de que estamos interesados en destruirla paulatinamente en vez de cooperar con aquel gran país”. A confesión de partes… se sabe.
Solo habrá que recordar que en los últimos decenios Rusia, ya para nada el “rival comunista” de la Guerra Fría, pretendió no solo buenas relaciones mutuas con Occidente (incluida una rechazada propuesta de integrarse a la mismísima OTAN en tanto ente regional), sino que abogó reiteradamente por soluciones diplomáticas a las amenazas contra su seguridad que suponían la citada extensión militar al Oriente, el despliegue del titulado escudo antimisiles y de tropas y pertrechos norteamericanos en el Viejo Continente y Asia, y por último, la violentamente provocada conversión de Ucrania en un nuevo espacio para la hostilidad creciente contra Moscú, con el dislate añadido de la determinante presencia de elementos neonazis, como los integrantes del titulado Batallón Asov, en las nuevas dependencias militares ucranianas.
Cerco o no cerco, vale preguntarse. “Basta de provocar al oso ruso” fue la sabia y desestimada respuesta de algunos. “Un simple y expreso compromiso de EE.UU. y el resto de la OTAN para poner coto al nudo sobre el gaznate ruso y la historia sería hoy bien diferente”, acotaron otros. Pero para los hegemonistas es expresa y confesa “cuestión de honor” que, luego de la desaparición de la URSS, los Estados Unidos no pueden admitir la existencia de otras potencias, mucho menos proclives al multilateralismo y el trato simétrico y razonable.
No es solo sacarse de encima a Rusia y China. La mismísima Unión Europea, tan occidentalísima ella y tan atenta a las señales de su mentor mayor, al costo de su propia seguridad y estabilidad, no pasa de ser otro indeseable competidor para los poderes fácticos estadounidenses, que hoy la utilizan a su antojo o la vapulean cuanto se les vienen en ganas, según los venáticos caprichos del ocupante de turno de la Casa Blanca.
Todo, o casi todo, tiene un límite
¿Quién sensatamente puede desear una guerra, aun cuando sea tan común y a veces tan olvidada o “disfrutada” mediáticamente cuando involucra a latitudes no “civilizadas” del planeta? Pero ni la aséptica y estirada formalidad por un lado, ni la exacerbación de los sentimientos o la ignorancia por otro, son válidas ni aconsejables a la hora de ser verdaderamente objetivos.
Defenderse, procurar sobrevivir y protegerse, son fenómenos innatos, mucho más cuando los acosos llegan a límites sin salida. De ahí que empujar a otros al patíbulo tiene siempre la alternativa del golpe para evitarlo, y si es posible a fondo, para que no se ose repetir el intento de ejecución. Lo que viene sucediendo en medio de la operación militar de Rusia en Ucrania trasluce que no habrá cese de conflicto si el gigante euroasiático no asegura, por la única vía que le dejaron, las famosas “líneas rojas” que promuevan y definan su intocable e inviolable seguridad, la que debería corresponder a cada país de este mundo y que tantas veces los actuales promotores reales de la crisis desdeñan y desechan.
Parece evidente que a estas alturas, más allá del carnaval retórico y mediático que se gastan, los Estados Unidos y sus aliados comprometidos en el actual lance tal vez empiezan a entender que, en verdad, una total y definitiva confrontación directa con Rusia puede estar a la vuelta de la esquina y que, por otro lado, pretendidamente existen condiciones para otra tramposa variante menos alarmante que les permita seguir adelante en su labor de zapa.
El hecho es que de manera expresa, en un reciente cara a cara entre Kíev y Washington, este dejó definitivamente claro que no entrará en guerra con Rusia en defensa de Ucrania (posición acto seguido refrendada por la OTAN), y que el apoyo posible se circunscribe a envío de material bélico, información de inteligencia, y seguramente el trasvase de mercenarios y terroristas para enfrentar a los militares rusos. En pocas palabras, jugar a la guerra de desgaste contra Moscú en busca de su empantanamiento en el espacio ucraniano para, desde sus lejanas atalayas hegemónicas, recoger luego los dividendos sobre los despojos de ambos contendientes. Recomendación pública simultánea, por cierto, hecha casualmente por estos días por la señora Hillary Clinton, ex secretaria de Estado y exaspirante a la presidencia, derrotada por Donald Trump, al rememorar los turbios episodios afganos de la década del 80 del pasado siglo contra la URSS.
En consecuencia, y así las cosas, hablar del desenlace del actual conflicto y de sus características en estas horas es pura tarea de nigromantes… mientras la violencia sigue pesando por sobre ucranianos y rusos.
6 comentarios
No se puede dilatar, entorpecer, prolongar las conversaciones que sostienen Ucrania y Rusia para un cese de las hostilidades en el conflicto bélico porque muchas vidas humanas están en peligro, se debe aceptar los compromisos de seguridad.
Se debe respetar el legítimo derecho que tiene Rusia a la defensa de su territorio cuando se vea amenazada su seguridad por el empleo de arsenal estratégico en sus fronteras con riesgo a una posible agresión armada a su territorio con la complicidad de EE.UU. y la U.E.
Quién sanciona al gobierno de los EE.UU. por provocar la guerra en Ucrania? Quién sanciona a la OTAN por expandirse hacia Europa del Este? Quién sanciona a la Unión Europea por su injerencia en Ucrania? Quién sanciona la guerra mediática contra Rusia?
El gobierno de los EE.UU. tiene entretenida a Rusia con Ucrania y la Unión Europea sufre las consecuencias del conflicto bélico.
EN TODOS LOS CONFLICTOS UNO SIEMPRE SE DEBE DE PREGUNTAR QUIEN SE BENEFICIA DE ESTAS GUERRAS Y DESTABILIZACION DE TERRITORIOS , LAS INDUSTRIAS MILITARES SIN GUERRAS ELLAS NO EXISTIRIAN LAS GUERRAS PERMANENTES , DE LO CONTRAARIO LA ECONOMIA NO FUNCIONARIA COMO LO HICIERON EN YUGOSLAVIA AFGANISTAN IRAQ LYBIA SYRIA YEMEN Y AHORA UKRAINIA , ESTA VEZ APRENDIERON NO IR A LAS GUERRAS ELLOS PROVEEN LAS ARMAS Y HAY CRIMINALES A SALARIOS QUE HACEN EL TRABAJO SUCIO
Los nacionalistas, neonazis de Ucrania realizan sabotajes en reactores nucleares, utilizan la población civil como escudo humano, impiden que llegue la ayuda humanitaria, detienen la evacuación de la población ucraniana a zonas más seguras.