Foto./ un.org
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Por la piel que habitas, hay que seguir

Los prejuicios raciales o la discriminación por el color de la piel están hoy generalizados y no tocan solo a los negros, sino también a latinos y asiáticos, entre otros. No basta un día para enfrentarlos, educar y hacer cumplir los preceptos de la Declaración Universal de los Derechos Humanos


Romina es su nombre y Di Bartolomeo, el apellido. Sí, porque ese apelativo lo importaron –o más bien emigró– de Nápoles, en Italia, a Uruguay. Romina Di Bartolomeo: así aparece en titulares, las redes sociales y los programas de televisión.

Su belleza se aproxima bastante a la de las romanas, solo que con labios más gruesos y los ojos más expresivos.

Mide 1.82 metros, es delgada; domina el modelaje a la perfección, porque llegó a ese mundo cuando tenía solo 14 años –por azar–, en momentos en que se veía corriendo pistas o en canchas de baloncesto, por ser su aspiración, aunque también ha dicho que le hubiera gustado jugar fútbol. Hoy pudiera tener mucho más de lo logrado, pero… Romina Di Bartolomeo es negra.

Su cuerpo de ébano acepta el reto de cualquier pasarela –¡tal es su profesionalidad!–, solo que es negra. Y el universo que ha sabido conquistar tiene cánones blancos. ¿Qué quiero decir? El nombre y la personalidad de esa mujer uruguaya, que además de modelo, es actriz, guionista, conductora, investigadora –casi una antropóloga– y “activista afro” –término con el cual barnizan su condición de luchadora contra la discriminación racial– no se han forjado sobre un lecho de rosas.

Ha sentido en su cuerpo las espinas de la exclusión; estilistas negados a maquillarla o peinarla. En 2015 decidió no laciar más su cabello rizo –malo, como algunos suelen decir al pelo de los negros– y comenzó a trenzarlo. Tuvo que buscarse ella misma una peluquera. Ha soportado que para eventos de envergadura la omitan y, en ocasiones, los patrocinadores de algunos desfiles importantes dijeron: “a la negra no la traigas”. Pese a ello, sigue su lucha, “porque los negros de mi país no están en un lugar visible de la sociedad”.

El asunto de la discriminación va mucho más allá de una historia o anécdota, por tratarse de un instrumento de sojuzgamiento, de dominación. Hago alusión a Romina, como pudiera referirme a infinidad de muchachas que en el mundo bien pasan por lo mismo y ni siquiera intentan “probar suerte” en terrenos reservados a los blancos, por imaginario decreto.

La discriminación por el color de la piel, bastante generalizada, no toca solo a los negros, sino también a latinos y asiáticos, entre otros. No afecta a los supuestamente arios. Aunque habría que buscar entre sus antepasados para comprobar si son tan caucásicos como presumen.

Hay quienes piensan que el ansia de dominación prevaleciente durante la época de la conquista no está presente hoy: se equivocan. De diversas maneras pervive, como aberración que es. Este 2024 cumplirá 76 años de proclamada en París, el 10 de diciembre de 1948, la Declaración Universal de los Derechos Humanos.

Hacía tres años del fin de la II Guerra Mundial. El primer artículo del documento, refrendado por todos los países miembros, estableció: “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos, y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros”.

Es fácil entender que en el cuerpo de la declaración, libertad, justicia y paz se contraponen a la barbarie, el ultraje, la miseria y los temores infundidos durante la conflagración. Es un reclamo de unidad, que no podrá cristalizar mientras exista cualquier tipo de discriminación, no solo aquella que segrega a las personas por el color de la piel.

Cada 21 de marzo se desarrolla el Día Internacional de la Eliminación de la Discriminación Racial. ¿Bastará una jornada al año para curar un mal que es peor que una pandemia sin antídoto? Claro que NO.

La lucha contra ese flagelo demanda un accionar cotidiano y un reforzamiento de aquella voluntad prevaleciente el 10 de diciembre de 1948. Válido es el tributo –y una recordación de la violencia que pueden desatar las manifestaciones de racismo– a las 69 personas que el 21 de marzo de 1960 fueron asesinadas por la policía en Sharpeville, en la provincia de Gauteng, de Sudáfrica, por protestar pacíficamente contra la llamada Ley de Pases: “un sistema utilizado para controlar el movimiento de las personas negras e indias, las que estaban obligadas a llevar un documento que autorizara su presencia en determinadas áreas”. El hecho se conoce mundialmente como la Masacre de Sharpeville.

De cerca

Voy de lo general a lo particular. He leído –era muy pequeña para recordarlo–, que al triunfo de la Revolución Fidel hablaba del drama de las mujeres y los negros, por la discriminación.

“[…] De ninguna manera un hombre del pueblo puede dejarse llevar por el prejuicio; de ninguna manera un hombre del pueblo puede dejarse llevar por las aberraciones que le han dejado los siglos pasados. No hay nada más absurdo ni nada más criminal que la discriminación […]”, dijo en Güines, en una concentración de apoyo a la Reforma Agraria, el 29 de marzo de 1959.

La naciente Revolución debió enfrentarse a los preceptos de la aristocracia cubana, que no entendía la igualdad de los derechos para todos. En el caso de las mujeres, recién ha finalizado el XI Congreso de la FMC, una evidencia palpable de los avances, no solo en actitud, sino también en cifras que representan su actuar en nuestra sociedad.

Solo dos ejemplos: el 44.42 por ciento de los delegados cubanos del Poder Popular son del sexo femenino, un ocho por ciento por encima del resultado de las elecciones anteriores. En el Parlamento, ellas representan el 55.74 por ciento, lo que ratifica a Cuba en el segundo lugar a nivel mundial: una señal de liderazgo.

No sucede lo mismo en cambio con el tema racial, que cae en el plano de lo subjetivo y, a veces, lo tenemos delante, sin verlo, pero subyace.

Sobre esto narro una vivencia. Hace muchos años, debí trabajar con un directivo de La Habana del Este, a quien tuve que llamar muchas veces, porque no respondía a mi solicitud de trabajo –muy común en este sector–. Cuando logré que me atendiera, la secretaria, solícita, pero sin pudor, me dijo: “Yo creía que usted era blanca”. “¿Por qué?”, le pregunté; y me dijo: “por la voz”.

¿Qué tiene que ver la voz con el color de la piel? ¿Qué tono de voz tiene el negro, y cuál el blanco? Una evidente manifestación de prejuicio racial en el subconsciente de una persona que era el primer rostro de una entidad.

Esas son las sutilezas que cotidianamente ocurren. El doctor en Derecho Fernando Martínez Heredia, Premio Nacional de Ciencias Sociales y Humanísticas 2006 y Premio Nacional de Investigación Cultural 2015, con una extensa obra sobre estos y otros temas, dijo en una entrevista a Heriberto Feraudy, publicada en La Jiribilla en junio de 2011: “La discriminación y los prejuicios raciales son opuestos a la legalidad y las relaciones revolucionarias, y han sido condenados de manera descarnada y reiterada por el presidente, compañero Raúl Castro. Estos factores no son nada desdeñables, pero las actitudes y prácticas racistas –que asumen formas muy variadas– viven en un mundo paralelo, jamás chocan con las definiciones revolucionarias y no suelen mostrarse abiertamente.

“Las que se dan en las instituciones se ocultan con hipocresías o detrás de instrumentos administrativos. En la vida social, la discriminación y los prejuicios raciales tampoco se exhiben, funcionan en silencio, en entendidos que es de mal gusto mencionar, a través de hechos y no de posiciones expresas, pero funcionan. Sus víctimas no tienen –o tienen muy pocas– posibilidades de defenderse, por esas formas sutiles de ser de nuestro racismo y porque no resultan agobiadas y excluidas en su vida en general por ellas: pueden protestar o alegar, pero pueden resignarse a ellas en silencio y tomar por otras vías, es decir, pueden ‘darse su lugar’”, afirmó.

De todos

Aprobado por el Consejo de Ministros, en noviembre de 2019, y ejecutado por una Comisión Gubernamental que encabeza el presidente de la República, Miguel Díaz-Canel Bermúdez, Cuba cuenta con un Programa Nacional contra el Racismo y la Discriminación Racial, que es parte del empeño del Estado y gobierno cubanos para enfrentar este mal.

El instrumento, por sí solo no avanzará; es preciso la voluntad de todos en un quehacer que no toma dos días; organismos e instituciones, la escuela, el hogar, los medios de prensa, la preparación y comprensión de las personas que se vinculan con la educación de los niños, porque los pequeños no conocen de discriminación y, como cualquier experiencia de la vida, poco a poco, se las van incorporando. Esta no es solo una responsabilidad del Partido y el Estado. Es de todos.

Entender que las manifestaciones de racismo se ven en Cuba como en cualquier otro país –y no como bandera para denigrar a la Revolución–, es entender que todavía hay un largo trecho por andar. En ocasiones, las personas dicen que quienes hablan sobre temas raciales son los negros o los blancos racistas para tapar sus faltas. ¡Qué superficialidad! Ignorar un asunto de cuya existencia se sabe, es no reconocerlo.

Yo nací dos días antes del golpe de Estado del 10 de marzo de 1952, mujer, negra, pobre y desnuda. Ah, y recibida por una comadrona, nada de hospital o clínica. Porque mi familia era extremadamente pobre. Hoy, “responsabilizo” a la Revolución por haberme dado la oportunidad de convertirme en una empoderada, que supo aprovechar todas las posibilidades de superación y herramientas para abordar, sin prejuicios, entre otros asuntos este, una de las tantas piezas de nuestra unidad.

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Un comentario

  1. Excelente. Efectivamente la autora está de sobra calificada y con suficiente experiencia vital para moverse con acierto dentro un tema cuya comprensión es de la mayor importancia en la construcción de la unidad imprescindible en una sociedad inclusiva y justa, sin discriminación por motivo alguno, como la que nos esforzamos por edificar, en las condiciones más adversas. Claro que hay que hablar, más sobre el asunto, y bien claro, como en este caso, para conocerlo mejor y continuar avanzando hasta que desaparezca cualquier sombra del injusto y vergonzoso racismo. Claro quepodemos..

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