Por. / Yusimí del Toro Pérez
Cuando abrió los ojos todo daba vueltas. En su boca un sabor amargo le provocaba náuseas. No supo cuánto tiempo estuvo inconsciente ni la cantidad de cocteles que tomó antes de enajenarse, pero sentía que había dormido millones de años.
Otra vez se adentró en la fiesta. La gigantesca bola de luces multicolores aceleraba de vez en cuando los pasos de los bailadores. Todos exhibían máscaras: de animales, duendes y seres mitológicos. Cuando el búfalo la invitó a bailar, el fauno le traía una copa del dulce licor de color azul.
De repente, el anfitrión anunció el conteo regresivo para inicio del nuevo año. Todos comenzaron a despojarse de sus máscaras. Ella, en medio del círculo de personas, buscó desatar los hilos de la suya.
Nueve, ocho… escuchó al coro enardecido.
Sus dedos, desesperados, se adentran en el cabello. Estira la piel con ansias de arrebatar de su rostro la horripilante imagen que había observado en el espejo del salón.
Tres, dos… Se sofoca, jadea, el pulso se acelera ante el descabellado recuerdo de la profecía del milenio: «No puede ser, soy como ellos, los conozco».
Una lágrima rodó por su mejilla, mezclada con sangre.
Uno, cero… se escuchó entonces el agonizante grito de terror.
5 comentarios
Muchas gracias a Bohemia por publicar mi relato.
Muy interesante y muy original, Yusimí. Mis felicitaciones.
Muchas gracias, me alegra que le haya gustado.
Me quede con ganas de leer más de esta historia.
Quizás sea buena idea continuarla. Gracias.